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OPINIÓN - VIERNES, 30 DE MARZO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Dirigentes ricos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los sindicatos están de capa caída. La reputación del sindicalismo se encuentra por los suelos. La culpa de ese desprecio generado por los sindicalistas es de sus dirigentes. Personas enriquecidas, casi todas, a costa de embaucar a muchas criaturas que necesitan ser defendidas de la tiranía laboral, mantenida aún por algunos empresarios.

Los dirigentes de los sindicatos, desde su posición de gran bienestar económico, son expertos en coaccionar al Gobierno de la Nación, a los Gobiernos Autonómicos, a los Ayuntamientos, a empresas privadas y públicas, para recibir subvenciones.

No obstante, los líderes sindicalistas, casi todos ellos cortados por la misma tijera, tratan de hacernos creer que llevan una vida acorde con su tarea. Por lo cual procuran a cada paso dar el pego de la frugalidad, de la modestia, de la escasez económica y de vivir en permanente desazón por los problemas de los trabajadores.

Viéndoles, me dan la impresión de que han salido de cualquier centro religioso para entregarse de lleno a la defensa de los más desfavorecidos. Ejemplo destacado es, sin duda alguna, Cándido Méndez. Lo más parecido, siempre, a un ermitaño bajado del monte con el único fin de ponerse al frente de una revolución. Su imagen propicia, incluso, la necesidad de ofrecerle limosna y comida para el camino de vuelta. Ignacio Fernández Toxo le sigue los pasos. Y aspira a que, con el tiempo, pueda ser canonizado y hecho un santo a la par que el tal Méndez.

Pero hay otro sindicalista, ceutí él, que nada tiene que envidiar a sus compañeros ya mencionados; se llama Juan Luis, y es tenido, por los suyos, como un santo laico. Un santo (!) que lleva toda una vida dedicada a la protección de los pobres. Donde hay un pobre, allí está Aróstegui para ofrecerle un silbato, una bandera roja, un lema, y a veces…, a veces le da para café, copa y tabaco.

El problema del secretario general de las Comisiones Obreras de Ceuta es que los pobres que le siguen se pueden contar con los dedos de una mano. Es más, si me apuran, yo diría que está más apoyado por ciertos ricos que por los más necesitados.

Los nombres de los ricos que están de parte de Aróstegui me los sé yo de memoria. Sobre todo el de un empresario que, si pudiera, pediría ya para el sindicalista un montón de cruces. De todos los colores y méritos. Ninguna, por supuesto, al Ejército. Que es una institución que nunca está para bromas. Como corresponde a lo que representa.

Aróstegui, cuando se habla de huelga se viene arriba. Entra en ebullición sindicalista, le hierve la sangre marxista… Y vive los días previos al acontecimiento en estado de gran felicidad. Pensando, claro es, en el éxito de la convocatoria. Y, por supuesto, se pone a buscar en el ropero sus mejores galas de pobre. Disfraz de alta calidad, que tan bien le sienta. Disfraces de pobre tiene muchos.

Lo malo del asunto es que tanta felicidad le dura el tiempo que media entre el anuncio de la huelga y su celebración. Entonces, consumado el acto, el hombre aparece ante los medios para expresarse con la misma cantinela: “¿Me pueden ustedes decir cómo es posible que en la península la huelga haya sido un éxito y aquí, en Ceuta, haya sido un rotundo fracaso?”.

Elemental, querido Watson: porque eres impopular. Así que date el piro.
 

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