He dejado transcurrir varios días
antes de ponerme a escribir de Javier Arenas, por
haber ganado las elecciones andaluzas, aunque sin la mayoría
precisa para formar gobierno sin depender de ninguna otra
fuerza política. Así que desde el domingo he venido oyendo y
leyendo innumerables opiniones al respecto. Tantas como que
he estado a punto de olvidarme del asunto por manoseado.
Si bien es comprensible, dada la enorme importancia de la
región y lo que significa para el devenir de España, que se
le haya prestado tan grande atención a lo ocurrido en
Andalucía. Y, sobre todo, a unos resultados electorales que
han dejado a vaticinadores profesionales y analistas
políticos a la altura del betún.
Así, si yo dijera, a toro pasado, que no creía que la
victoria de Arenas se produjera de manera tan rotunda como
era proclamada, seguramente sería tachado de todo, y tendría
que aceptarlo con resignación. Pues bien, digan de mí lo que
quieran; pero es verdad que yo dudaba del triunfo absoluto
de un político que nunca ganó nada. Y eso, en mi tierra, tan
dada a las supersticiones, tiene un nombre…
Javier Arenas Bocanegra llegó a la política cuando apenas se
había desprendido de los pantalones cortos. De ahí que en
los mentideros políticos sevillanos, pronto se le conociera
por el sobrenombre de El Niño Arenas. Un niño simpático,
dicharachero, alegre como unas castañuelas, y convertido en
el mejor saludador que ha tenido, y tiene, la derecha en
toda España.
De él me consta que es figura indiscutible en lo que los
andaluces llaman abrazo chillado. Que es el que se da
lanzando al mismo tiempo un ¡ay! prolongado. En el caso de
Arenas el ¡ay! se convierte en ¡campeón! Los abrazos
chillados de don Javier son sonados. Y lo hace con
cualquiera. Aunque ni siquiera se acuerde de su nombre.
Los abrazos sonados le han servido a don Javier para serlo
todo en su partido. Varias veces ministro y también elegido
para otros cargos de suma importancia, le han situado en una
posición de poder indiscutible a la vera de Mariano Rajoy.
Pero sigue siendo un hombre negado a la hora de ganar
elecciones. Y, cuando las gana, caso del domingo pasado, se
queda corto en votos y sale del trance, una vez más, con la
vitola de perdedor.
Lo de Javier Arenas es para estudiarlo con detenimiento y
por medio de expertos en la materia. Pues fue candidato a la
alcaldía de Sevilla siendo muy joven y apenas consiguió tres
mil votos. Por más que ya fuera la alegría de la huerta
local. A partir de ese primer fiasco, nunca más supo sacarle
rendimiento a las elecciones cual candidato.
A veces, Javier Arenas, ante tan incomprensibles fracasos
para él, no acaba de entender cómo Teófila Martínez
se lo monta en Cádiz para arrasar cada cuatro años. Ni
tampoco puede explicarse lo de Juan Vivas en Ceuta.
Quien lleva ya la tira de tiempo siendo el alcalde más
votado de España.
Yo tampoco lo entendería si no fuera porque me consta que
uno no es sino lo que la gente quiera que sea. Y el Niño
Arenas, tan celebrado por su forma de ser, ha sido siempre
negado en las urnas. Su amarga victoria no será buena para
Andalucía. Era su momento. Y los andaluces lo necesitaban.
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