Tengo prisa por llegar a mi
terruño, que me tira como la costura a la bota de vino;
tengo prisa por vivir en paz rodeándome de gente que sepa
tocar el corazón de las personas; tengo prisa por llegar a
buen puerto sabiendo que mi tiempo es escaso como para no
perderlo en discutir problemas rancios. Y tengo muchísima
prisa por ver a mi gente querida, a la que reservo la
energía toda de mi corazón.
Mi alma tiene prisa porque sólo quiere vivir al lado de
gente muy humana, que sepa reír de sus errores, que no se
considere victoriosa antes de tiempo, que defienda la
dignidad de las personas y que desee tan sólo andar por este
mundo en paz, ¿es mucho pedir?.
Lo esencial es caminar junto a personas de verdad, con sus
valores pero también con sus miedos, y disfrutar de su
afecto irreversible, que lo tengo aquí, a mano (gracias Juan
Mesa, por tu paciencia y colaboración, ¡eres un monstruo!,
dicho sea en el mejor de los sentidos amigo). Esto es lo que
hace que la vida valga la pena y no se desperdicie lo que de
ella queda.
Al igual que allá tengo quien me espera, que verte bien
querida mia siempre es agradable, contar contigo es
descubrir que tengo todavía tiempo para amar. Así me siento
como un joven que disfruta con su primera conquista. Y puede
que la última. Claro está si es que estas líneas llegan a su
destino antes que mi ferry al suyo, porque según anda de
encabritado este locuelo mar cualquier cosa puede suceder. Y
yo con estas pintas y sin bañador, caramba.
Mar al que respeto por supuesto, mas ahora no lo admiro pues
no me gusta ir de alcahueta, ya que este furor del Atlántico
obedece a que debe de andar pavoneándose ante su amada
-¿será la calita de Gibraltar, rumbosa de ella?-, con esa
demostración de fuerza con olas de cinco metros, marejada
viene vomitona va, olas que rugen por estribor en semejanza
al morlaco cuando brama al sentir la puya clavada en el
costillar; brumas de película de terror calificado con tres
rombitos na más, “¡Eeh, ¿quién coño ha apagado la luz?!”; y
vientos huracanados que provocan en el interior del buque la
rotura rítmica y acojonadora de los cristales de la vajilla,
hecha mil añicos.
En este momento de mi vida quisiera pasar de tantas cosas,
pero no puedo por más que lo intento. Quizás sólo me
satisfaga la ternura de mi amada, la impagable compañía de
mis hijos, a los que adoro, y la siempre grata barra libre
de los amigos, que se cuentan con los dedos de una mano. Y
bastan.
Ya no tengo tiempo para rodearme de mediocres ni tampoco
para estar en círculos donde desfilan egos inflados por
oportunistas despreciables, como de igual modo no tolero a
los envidiosos que tratan de desacreditar a los más capaces
para apropiarse de sus puestos de trabajo, de sus logros,
talentos y liderazgo. Porque acaso viajo agarrado al
salvavidas de mi mentor riéndome de éstos y también pero por
lo bajinis, del levante con fuerza cuatro. Buuaarrr.
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