La tendencia a la participación de
la población electoral del país sigue hacía abajo y ello
redunda en beneficio del PP, como he repetido en muchas
ocasiones.
Sabemos a ciencia cierta que la gente conservadora sigue
fiel a su propio sistema, por algo son conservadoras, y
acuden fielmente a cualquier llamada de ‘sus amos’.
Seguro, segurísimo, que la forma en que salgan perdiendo los
peperos, en cualquier campaña electoral, será la plena
participación de todos los electores en las elecciones
correspondientes, por la simple ecuación de que los votos
peperos son siempre los mismos.
Con todo y finalizadas las elecciones de Andalucía y
Asturias, se ha mostrado claramente el fracaso de las
encuestas interesadas que no dudaron en vaticinar el
hundimiento de los socialistas y la mayoría absoluta del PP.
Ello demuestra la falsedad de las encuestas porque, en la
mayoría de los casos, van dirigidas a personas afines a
determinado partido, obviando al resto del que se conoce más
o menos la tendencia de voto a simple vista.
Como prueba de lo que digo, yo mismo estuve presenciando la
actuación de los encuestadores: se dirigían a ciudadanos que
aparentaban ser de ‘clase superior’ y dejaban pasar de largo
a quienes tenían apariencia de estudiantes rebeldes o
paletas descafeinados por el paro.
Así se construyen las encuestas que confunden al ciudadano
medio. Una sutil manera de influenciar en la decisión final
debido al arraigado mimetismo de las masas.
Seguimos siendo un país en que la propia decisión personal
es una utopía. Siempre se busca con la mirada como
preguntando “¿Qué hago?”. Esto se traduce en un pobre bagaje
democrático.
Todo ello, lo de la tendencia a la baja en participación,
tiene una única explicación: organizar y celebrar las
elecciones en domingo.
Dado el espíritu dominguero de la mayoría de los ciudadanos
de éste país, las ausencias en las colas de los colegios
electorales tiene la contrapartida de los restaurantes de
pueblos, playas (cuando hace buen tiempo y en lugares con
costa) y zonas de picnics o merenderos llenos.
Si se piensa votar en domingo, el elector medita que si lo
hace tempranito tiene el riesgo de perder el mejor sitio en
donde piensa pasar el resto del día o bien si medita hacerlo
a última hora, corre el riesgo de estar horas y horas en la
cola de la caravana de regreso a la ciudad.
Con todo eso, prefiere fichar por el club de la abstención y
así dar más tiempo a su prole, si la tiene, o a su pareja o
a sus amigos y amigas de disfrutar del ocio, de la manera
que hubiere escogido, antes de molestarse en darle un voto a
quienes pueden recortarles su bienestar.
Volvamos a las elecciones en día laboral con el
condicionante de justificar la votación realizada. Verán
cómo sube la participación ciudadana y con ello cómo se
demuestra que la derecha queda estancada.
Pero eso no le interesa a la derecha conservadora. Pretexto
tras pretexto, con la economía empresarial como bandera,
porque saben que de hacerlo en día laboral salen perdiendo,
y mucho.
Bueno, entrando en materia, las recientes elecciones, se
nota que Mariano Rajoy a recibido un primer aviso: no se
puede ir proclamando que no hará tal o cual cosa y luego
realizarla al día siguiente.
Es la costumbre de los conservadores con esa seguridad de
que si pecan al día siguiente, con confesarse ante el cura,
quedan limpios y curados de espanto. Siempre creen alcanzar
el cielo aunque cometan cuatropecientos pecados. Sutil
manera de colocar las dos manos abiertas, una tras otra,
apoyando el pulgar en la nariz, moviendo los dedos en vaivén
y, no faltaba más, dirigido al pueblo.
Ya veremos si se les ocurre a las peperas imitar a Mercedes
Milá, en su última aparición televisiva, con tal de
conseguir un ‘puñao’ de votos.
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