La Parroquia del Cautivo y el Rocío, acogió este año el
desarrollo del pregón oficial de Semana Santa, que en esta
ocasión ofreció el conocido médico melillense Antonio García
Castillo, un hombre de gran humanidad que ofreció un
parlamento sentido y ameno, donde homenajeó a todas las
cofradías melillenses y la gran catequesis que realizan en
sus estaciones de penitencia. Antonio García también
compartió momentos de gran intimidad, como cuando aseguró
que jamás se acostumbrará a la muerte y que cuando llega ese
momento, siempre pide al Hacedor que permita al que se
marcha, un segundo más para poder reconciliarse con los
demás.
Antonio García Castillo, jefe del servicio de Medicina
Interna del Hospital comarcal de Melilla, arrancó este
pregón de primavera con el recuerdo puesto en Pedro, un
querido amigo ya desaparecido, y con el corazón abierto para
expresar que también en esta Melilla africana se vive la
Semana Santa, y que lo hace con los nombres propios de los
titulares de las cinco cofradías melillenses, “rosas de amor
y desvelo”, y las parroquias que las acogen. Después, con
cariño, dedicó su hermoso y poético parlamento a Gregorio
Castillo, a su mujer e hijos, a sus enfermos y a sus amigos.
Semana de Pasión
Y principia la Semana Santa melillense con la salida de La
Pollinica, a hombros de los costaleros y portadores
dirigidos por Juan Antonio Ramos, mientras “hay cantos de
alabanza y chiquillería que salta de alegría llevando palmas
y ramas de olivo agitándolas al lado de Nuestro Padre Jesús
del Soberano Poder que, montado en el Pollino, se dirige
hacia su entrada en Jerusalén”. Y Antonio García vuelve a su
infancia cuando recoge una rama de olivo que colocar en su
crucifijo para todo el año. En su memoria resuena el dicho
de las madres: “Domingo de Ramos, el que no estrena na se le
caen las manos”. Lentamente llega Jesús al Parque Hernández
“rodeado de una multitud que le aplaude, que le vitorea y
que le reza, Padre Nuestro que estás en Melilla, líbranos de
todo mal”. Detrás le sigue, callada, “la Virgen Guapa del
Ave María o de La Medalla Milagrosa, Nuestra Señora de
Gracia y Esperanza, la Reina de Batería Jota”.
El Lunes Santo comienza a abrir camino, preparando al pueblo
para el dolor que se avecina. “Lunes de la Sentencia. Lunes
de tu Inocencia. Lunes que pide Clemencia”. Del interior de
la Plaza de Toros surge el trono con el Cristo condenado,
abandonando el recinto de la fiesta nacional por excelencia
y que en estas fechas se convierte en el santuario de
Nuestro Padre Jesús ante Pilatos, y Cristo parece decir a
quienes le aman que “cuando estéis reunidos en mi Nombre,
allí estaré yo con vosotros; y si en esta Plaza me habéis
velado, y vestido, y rezado y acompañado, allí, donde
queráis, yo estaré con vosotros”.
El pregonero mira el trono y observa a Pilatos atormentado
lavarse las manos de la sangre de un inocente condenado a
muerte y denuncia que “hoy dos mil y pico años después, nos
seguimos lavando las manos, por presiones, amiguismos,
dejadeces, comodidades, egoísmos y seguimos con tantas
injusticias porque la Historia que nació en Belén se sigue
repitiendo a diario y el próximo año, con otro pregonero,
volveremos a tropezar en la misma piedra, porque aún vemos
con los ojos de la cara sin esforzarnos por aprender a mirar
con los ojos verdaderos que son los que Aquel quiere que
miremos”.
Entra Melilla en su Martes Santo, “Martes de la Humillación,
de la confusión, de la indignación”; un día de oprobio,
burla, dolor y sufrimiento del Cristo que revive los
insultos y golpes a manos de sus asesinos, “pero si los
golpes son en el alma, con el látigo de la humillación, esos
golpes quedan toda la vida”. “Humillado de Melilla cúbreme
con tu manto, acógeme en tu seno, protégeme con tus manos,
ayúdame en la batalla, en favor de mis hermanos”.
“Miércoles del Nazareno, miércoles cargado de lágrimas,
Miércoles Santo del Pueblo”. “Por los túneles oscuros ya
baja el Cristo del Pueblo camino de su Calvario, vestido de
Nazareno con la corona de espinas y en los hombros un
madero. Lleva la mirada ciega por el horrible sendero y el
corazón encogido de dolor y de tormento, las fuerzas le
abandonaron y cae tres veces al suelo, tiene que ayudarle
Simón, un humilde Cireneo para compartir la cruz. ¿A dónde
vas Cristo mío? ¿A dónde vas Nazareno? Voy a cumplir la
Sentencia para morir en el Pueblo. ¡Qué largo se hace el
camino y qué duro el Mandato Eterno!”, recita el pregonero.
Después, parece girarse hacia la Virgen de Alhucemas, la
Virgen de las Lágrimas, para ordenar a los portadores:
“¡Despacito, costaleros! con el paso de Sevilla, con María
de los Dolores de mi querida Melilla que le caen de sus
mejillas, lágrimas y luceros”.
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Un emocionado Antonio García se embarcó
en la solemnidad del Viernes Santo
Un emocionado Antonio García se
embarca en la solemnidad y el silencio de la triste noche
del Viernes Santo. “Cuando adivino el Santo Entierro
entrando en la Avenida, una especie de frío recorre todo mi
cuerpo y noto muy cerca a mi padre, que siempre me llevaba a
ver al ‘Señor acostaíto’, nunca muerto, acostaíto, porque
los niños pequeños no deben de ver a los muertos, ya tendrán
tiempo de verlos y sentirlos y llorarlos”. Tampoco el hoy
Antonio adulto, el profesional con cuarenta años de servicio
en la medicina, se acostumbra a la muerte. “Me sigue
imponiendo ver morir, esa parte de mi alma no se ha
petrificado y lloro por dentro, para que no me vean, porque
en esos momentos, tan difíciles para todos, yo estoy llamado
a consolar.
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