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melilla - LUNES, 26 DE MARZO DE 2012


El doctor Antonio García Castillo. melilla.

acto
 

“Los hermanos de todas las religiones caminamos juntos haciendo Melilla”

El pregonero de Semana Santa mostró su gran humanidad cuando dijo pedir al Hacedor que siempre dé un segundo más a los que van a morir, para pedir perdón
 

MELILLA
Jesús Andújar

ceuta
@elpueblodeceuta.com

La Parroquia del Cautivo y el Rocío, acogió este año el desarrollo del pregón oficial de Semana Santa, que en esta ocasión ofreció el conocido médico melillense Antonio García Castillo, un hombre de gran humanidad que ofreció un parlamento sentido y ameno, donde homenajeó a todas las cofradías melillenses y la gran catequesis que realizan en sus estaciones de penitencia. Antonio García también compartió momentos de gran intimidad, como cuando aseguró que jamás se acostumbrará a la muerte y que cuando llega ese momento, siempre pide al Hacedor que permita al que se marcha, un segundo más para poder reconciliarse con los demás.

Antonio García Castillo, jefe del servicio de Medicina Interna del Hospital comarcal de Melilla, arrancó este pregón de primavera con el recuerdo puesto en Pedro, un querido amigo ya desaparecido, y con el corazón abierto para expresar que también en esta Melilla africana se vive la Semana Santa, y que lo hace con los nombres propios de los titulares de las cinco cofradías melillenses, “rosas de amor y desvelo”, y las parroquias que las acogen. Después, con cariño, dedicó su hermoso y poético parlamento a Gregorio Castillo, a su mujer e hijos, a sus enfermos y a sus amigos.

Semana de Pasión

Y principia la Semana Santa melillense con la salida de La Pollinica, a hombros de los costaleros y portadores dirigidos por Juan Antonio Ramos, mientras “hay cantos de alabanza y chiquillería que salta de alegría llevando palmas y ramas de olivo agitándolas al lado de Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder que, montado en el Pollino, se dirige hacia su entrada en Jerusalén”. Y Antonio García vuelve a su infancia cuando recoge una rama de olivo que colocar en su crucifijo para todo el año. En su memoria resuena el dicho de las madres: “Domingo de Ramos, el que no estrena na se le caen las manos”. Lentamente llega Jesús al Parque Hernández “rodeado de una multitud que le aplaude, que le vitorea y que le reza, Padre Nuestro que estás en Melilla, líbranos de todo mal”. Detrás le sigue, callada, “la Virgen Guapa del Ave María o de La Medalla Milagrosa, Nuestra Señora de Gracia y Esperanza, la Reina de Batería Jota”.

El Lunes Santo comienza a abrir camino, preparando al pueblo para el dolor que se avecina. “Lunes de la Sentencia. Lunes de tu Inocencia. Lunes que pide Clemencia”. Del interior de la Plaza de Toros surge el trono con el Cristo condenado, abandonando el recinto de la fiesta nacional por excelencia y que en estas fechas se convierte en el santuario de Nuestro Padre Jesús ante Pilatos, y Cristo parece decir a quienes le aman que “cuando estéis reunidos en mi Nombre, allí estaré yo con vosotros; y si en esta Plaza me habéis velado, y vestido, y rezado y acompañado, allí, donde queráis, yo estaré con vosotros”.

El pregonero mira el trono y observa a Pilatos atormentado lavarse las manos de la sangre de un inocente condenado a muerte y denuncia que “hoy dos mil y pico años después, nos seguimos lavando las manos, por presiones, amiguismos, dejadeces, comodidades, egoísmos y seguimos con tantas injusticias porque la Historia que nació en Belén se sigue repitiendo a diario y el próximo año, con otro pregonero, volveremos a tropezar en la misma piedra, porque aún vemos con los ojos de la cara sin esforzarnos por aprender a mirar con los ojos verdaderos que son los que Aquel quiere que miremos”.

Entra Melilla en su Martes Santo, “Martes de la Humillación, de la confusión, de la indignación”; un día de oprobio, burla, dolor y sufrimiento del Cristo que revive los insultos y golpes a manos de sus asesinos, “pero si los golpes son en el alma, con el látigo de la humillación, esos golpes quedan toda la vida”. “Humillado de Melilla cúbreme con tu manto, acógeme en tu seno, protégeme con tus manos, ayúdame en la batalla, en favor de mis hermanos”.

“Miércoles del Nazareno, miércoles cargado de lágrimas, Miércoles Santo del Pueblo”. “Por los túneles oscuros ya baja el Cristo del Pueblo camino de su Calvario, vestido de Nazareno con la corona de espinas y en los hombros un madero. Lleva la mirada ciega por el horrible sendero y el corazón encogido de dolor y de tormento, las fuerzas le abandonaron y cae tres veces al suelo, tiene que ayudarle Simón, un humilde Cireneo para compartir la cruz. ¿A dónde vas Cristo mío? ¿A dónde vas Nazareno? Voy a cumplir la Sentencia para morir en el Pueblo. ¡Qué largo se hace el camino y qué duro el Mandato Eterno!”, recita el pregonero. Después, parece girarse hacia la Virgen de Alhucemas, la Virgen de las Lágrimas, para ordenar a los portadores: “¡Despacito, costaleros! con el paso de Sevilla, con María de los Dolores de mi querida Melilla que le caen de sus mejillas, lágrimas y luceros”.
 


Un emocionado Antonio García se embarcó
en la solemnidad del Viernes Santo

Un emocionado Antonio García se embarca en la solemnidad y el silencio de la triste noche del Viernes Santo. “Cuando adivino el Santo Entierro entrando en la Avenida, una especie de frío recorre todo mi cuerpo y noto muy cerca a mi padre, que siempre me llevaba a ver al ‘Señor acostaíto’, nunca muerto, acostaíto, porque los niños pequeños no deben de ver a los muertos, ya tendrán tiempo de verlos y sentirlos y llorarlos”. Tampoco el hoy Antonio adulto, el profesional con cuarenta años de servicio en la medicina, se acostumbra a la muerte. “Me sigue imponiendo ver morir, esa parte de mi alma no se ha petrificado y lloro por dentro, para que no me vean, porque en esos momentos, tan difíciles para todos, yo estoy llamado a consolar.
 

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