Huele a café bendito. El primero
del día que se me antoja mágico. Es lo bueno de despertar a
un nuevo amanecer. Me gusta madrugar, aspirar el fresco
efluvio del salitre del mar y desayunarme con él en una
cafetería conocida, cada día de la semana. El domingo no
porque toca maratón y playa, sol y sombrilla, prensa y
relax. Mucho relajo, tan necesario de por sí.
Suelo degustar el café con leche tirado a brazada magistral,
en un barecito cerca del currelo. Entre que estoy a gusto
por el ambiente y porque cuanto en derredor acude es sano y
vistoso, conste que no lo digo por el camuflaje de los
milicos que han asaltado el lugar como si de una cantina de
día se tratara, sabes cómo empieza la jornada pero
desconoces el rumbo que ésta tomará. Si saldrá reluciente
como un sol, o por el contrario, revolucionado con esas
primeras llamadas al móvil tocándote los cataplines.
Y sí, no tengo necesidad de acudir a otro establecimiento,
así me pongan descuento en las pulgas de pan tostadas y
bañadas de zurrapa, así traten de cazarme aguantando la
vista prendida en la canaleta que sugiere días de batallas
interminables, de guerra sin cuartel. Que ya se sabe que
ésta es plaza militar. ¡Vista al frente. Ar!.
Si bien apenas hay intimidad en torno a mi cafetería
preferida, me gusta escuchar, empaparme de la conversación
ruidosa de los parroquianos, soy todo antena vamos, aunque
en el fondo la cháchara no me importe ni nada ni mucho. En
resumen, es lo que te abstrae de tus pensamientos, lo que te
fascina por lo cotidiano, que tiene su miga también. Son
instantes dulces, minutos pasajeros que se abren a un nuevo
día, hasta que alguien se te acerca con sigilo y te toca el
hombro -y a poco pegas un brinco, joder-, ofreciéndote el
45. “Eh, qué..,ah si, vale, déme usted cuatro cupones de
esos solidarios, bien, del Sánchez Prados por favor, que
mañana me paso a cobrar..”
Solo que por enchufar la parabólica al canal ruidoso de la
calle, oigo que alguien le dice a otro que es preciso saber
lo que se quiere; que después hay que tener el valor de
decirlo, y que cuando se dice, es menester tener el coraje
de realizarlo. Hoy anda uno en esta tesitura, porque lo que
si es cierto es que duele el amor en soledad. Es hora de
hacer que mejore tu vida. Saca fuerza y pechamen y lucha por
lo que quieres.
Si bien la libertad y la soledad son indisociables, como el
café y la leche, también es cierto que vivir en pareja te
aporta compañía, y si es buena hasta te da un soplo de amor,
pero te quita la libertad. Elige. De acuerdo, la vida es
complicada para todos, pero a veces lo hacemos aún más
difícil, teniendo en cuenta que tú eres alguien especial
para mi, pues no siempre se encuentra a una persona capaz de
querer compartir intimidades, dudas, sueños también. Puede
que no te alejes, que vivas el presente, que hagas realidad
tus sueños, siquiera fugazmente..
Por ti, que tras la agotadora jornada mimando viejecitos
–que suerte la de ellos-, y soportando estoicas clases
vespertinas en aras de ampliar tus estudios sobre geriatría,
lo vives descansando en tu sofá, acariciando a tu pequeña
Cinthia que a modo de mascota bien te lame, que te ronronea
como gatita mimosa y que apenas te deja hacer algo que te
gusta y mucho: escribirme a mi.
Vale, entiendo, procuraré no dormirme y echar más cuenta de
ti amiga mia, para que sigas siendo mi musa, mi inspiración
mental, mi confesora personal, mi bueno ejem..(este punto
queda para los dos, qué bonita lencería luces, qué tacto tan
soberbio esa piel, qué…). Secreto de alcoba.
No sé dónde he leído yo que hay dos maneras de tomarse la
vida: vivirla lamentándote de todo lo que te falta,
quejándote por el sentido que la vida no te dio, o
aprovechando al máximo lo que si tienes. Y lo que tengo al
alcance de la mano, con sólo triscar los dedos pulgar y
corazón de la mano diestra y…¡Chash..!, he ahí una ilusión
en erupción, una esperanza latente, un yo que sé. Algo por
lo que no renunciar a esta oportunidad que me ofrece la
vida, que se abre sugerente como la botonadura de esa blusa
de seda que pudiera ofrecerse en semioculto juego para ser
palpada rebuscando el afecto, la sensualidad también.
Sí, lo tengo claro, desayunar entre el gentío al amanecer
pueda ser acaso el mejor momento del día, en el cual se
desperezan las emociones. Pocos momentos hay tan personales,
tan íntimos, donde el azar se confunde con los personajes
que fluyen al olor del café. A la llamada del despertador
olfativo que desprende la tostadora que emana café recién
ahumado, cuyo divino olor trasciende lo subliminal, toca las
fibras sensibles del sentido humano y hasta te embarga el
momento, las horas que lo siguen, el día quizás.
Nada hay comparable al primer café. Ni el primer beso sin
carmin de tu pareja al alba, ni la ternura del abrazo de tus
retoños al despedirlos camino del “cole”, ni el breve pero
intenso paseo en coche musicando la alborada por las
semidesiertas calles de la ciudad, solo sobresaltadas por el
ambar testimonio de los semáforos en huelga. Pronto
empezamos. Venga ese café pues. El primer café.
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