La piel de la tierra de España ha sido, es y será esta
idiosincrasia arquetípica que nos lleva a sacar a nuestras
Vírgenes y a nuestros Crucificados para que recorran calles,
plazas y callejones en cada primavera, pasear a las sagradas
imágenes en un espectáculo que es puro misticismo artístico.
Ciudades, pueblos y aldeas se convierten en museos de arte
sacro en movimiento, espiritualidad celtibérica que es decir
espiritualidad cristiana y ancestral.
Y a quien no agrade esta definición ya sabe por donde le
pueden dar. Así, aludiendo a cuestiones de ADN y de raíces
ibéricas (Portugal nos pertenece por derechos históricos y
razones sentimentales) puedo decir que ni se esperaba menos,
ni tampoco llegar a “tanto” en el poético pregón de Jorge
Pérez exaltando tanto la Pasión de Jesús el esenio, cómo la
esencia misma de la Semana Santa vivida y mamada en Ceuta.
Recuerdo a las cofradías y a sus Sagrados Titulares,
gratitud al abuelo que ayer debió andar henchido de orgullo
en la Gloria de Dios Padre, ufanándose de la labia del
nieto, de las tripas que se gasta el nieto y del verbo
vibrante a la hora de ensalzar y exaltar el sentido más
profundo de estas fechas. Ni se esperaba menos del hijo de
su padre y del nieto de su abuelo, ni en verdad, se esperaba
“tanto” porque fue un despliegue dialéctico barroco, usando
y abusando de este idioma de Santa María con el que rezamos
cientos de millones de criaturas, ensartando frases cómo
quien ensarta las cuentas de un rosario ¿Tal vez sobreactuó
en su oficio de pregonero? En absoluto, para pregonar hay
que “sentir” cada palabra y hacerlo con una intensidad casi
dolorosa o más que dolorosa, es una intensidad desgarrada
donde se funden imágenes de la infancia que son recuerdos
dormidos que despiertan con la luz de los cirios y de los
velones, intensidad del apego inmenso a la tierra y a su
piel. Cosas de esta enfermedad incurable que todos padecemos
¿Desde hace cuanto? ¿Desde hace cinco mil años? Una dolencia
genética y distintiva que se denomina “ser español” y quien
la padece de nacimiento, desde aquel antepasado que se
contagió en Atapuerca o ahondando por Altamira, ese no la
suelta.
Al pregonero es fácil diagnosticarle el mal celtibérico que
es una patología religiosa, sentimental y espiritual y que
le hace declamar, que no hablar ni contar, un poema inmenso
e inédito de cuarenta folios en negro sobre blanco,
proclamando el amor al Hijo y a la Madre, un amor casi
delirante que es común a toda la Hispanidad en cuanto nos
ponen delante a María, la judía morena que ha sido musa de
los más grandes artistas de la Historia Universal. ¿Y la
querencia por Nuestro Padre Jesús Cautivo, aquí Medinaceli?
Silente, doliente y capaz de soportar encierro, dolor y
humillación cómo quienes pertenecen al Pueblo de Dios
siempre han sabido y saben hacerlo. Y ahora debería aludir a
con qué parte de la anatomía se padece el martirio sin
inmutarse, pero no lo hago por respeto a la temática de esta
crónica de gratitud hacia Jorge Perez, bendita sea la madre
que le parió y bendita la leche que le dieron a mamar,
porque contribuyeron a crear y a criar a un hombre de Dios
capaz de remover conciencias con la palabra, de describir la
esencia misma de la Pasión con la agilidad del verbo
hispano, capaz de rezar hablando y de hablar rezando. Porque
no fue pregón sino larga plegaria, revulsivo para los
corazones, exhibición oral del barroquismo semanasantero con
su increíble parafernalia labor de orfebres primorosos y de
imagineros inspirados por el Espíritu Santo, de bordadoras y
bordadores lanzando oraciones con cada puntada del hilo de
oro o de plata. ¿Y cómo atufan los incensarios y nos
devuelven a los vientres de piedras de nuestras catedrales?
Alma mater, icono de la tierra, dermis y epidermis
entrelazadas en la voz de un pregonero ceutí, numen de la
España con eñe, rama del tronco común del Ejército, ”bendita
sea la rama que al tronco sale”.
Profesión de fe emocionada, evangelización al cuadrado
porque ha sabido llevar el alma de la Palabra a todos los
cristianos e implicarnos en una acción de pregonar que era
una oración colectiva y hermosa. Cierto que luce mucho ser
judeocristiano y celtíbero, que es decir de la leche de la
España que florece cada primavera al aroma de los azahares,
que es la Patria que acuna al Cristo y que seca las lágrimas
de su Madre Santísima con un pico de la roja y gualda y al
son de nuestro himno español, cómo siempre ha sido, porque
es cómo Dios manda.
Por eso el Padre esclareció la sesera de algún mandamás y
mandaron a llamar a Jorge Pérez para que nos recite en plan
pregonero, con cadencia de saeta, a Jorge, un hombre de
Dios.
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