Cuentan las crónicas, que más de
tres mil niños despertaron grandes sonrisas al papa
Benedicto XVI durante su trayecto y reciente discurso en la
plaza de la Paz de Guanajuato, México. Añaden los mismos
cronistas que, en ningún momento, este sembrador de
esperanza, escondió la ternura y el amor por los pequeños
que le manifestaron su entusiasmo, alegría y cariño. Muchos
de esos niños soportan el peso de la marginación, el
abandono, la violencia o el hambre, sin embargo todos
parecían estar llenos de júbilo por un momento. Pensando en
esta estampa de felicidad, se me ocurre que tenemos que
producir más amor y menos intereses. Necesitamos sentir el
amor de unos en otros, el abrazo de quien nos habla con el
corazón, porque si en verdad dejamos que el bien ilumine
nuestras vidas y la de nuestros semejantes, entonces
podremos mudar de aires en el planeta, el que ha sido creado
para ser recreado, como diría un pintor de versos, y no para
desesperarse.
No desespere en aprender a vivir para los demás, aunque los
medios de comunicación nos trasladen contiendas, historias
de odios y venganzas, en lugar de historias de amistad y
perdón. Seguimos respondiendo al mal con el mal, sembrando
historias de crueldad que nos sobrecogen y nos impiden vivir
para los demás. Quien vive para la humanidad es portador de
luz, servidor de unos y otros, puesto que a todos sirve,
como el mejor de sus amigos. El ejemplo, lo tenemos en
Benedicto XVI, se pasea por el mundo para que sientan su
afecto, es portador de la alegría, activista de encuentros y
reencuentros, en los que la felicidad se percibe en todos a
los que a él se acercan, hasta el punto de olvidarse de
situaciones difíciles en las que pueda vivir una persona. El
mundo para transformar sus estructuras sociales, precisa de
personas con entusiasmo dispuestas a que sus actitudes sean
más acordes con la dignidad del ser humano y de sus derechos
fundamentales. Es admirable el empeño misionero de Benedicto
XVI, dada su avanzada edad, pero cuando se vive, por y para
los demás, no hay barreras que lo impidan. A esta tarea de
humanización todos estamos llamados también, creyentes y no
creyentes, pues los valores humanos pertenecen por igual a
todos, y todos los hemos de salvaguardar.
Por tanto, a todos nos corresponde desenmascarar a los
sembradores del mal y reeducar las conciencias hacia una
vida más consciente y solidaria con el ser humano. Debemos
activar lo que es una verdad de Perogrullo: el ciudadano
necesita de otros ciudadanos para poder ser feliz. Si la
persona no está con sus semejantes, se crea sus propios
paraísos, una apariencia de sueños que suelen desvanecerse
por la mentira. Quizás, motivados por esa ausencia de vivir
para los demás, y por los demás, embobados por el poder para
sí, se ha perdido la solidaridad como conciencia, tanto en
el ética individual como en la ética colectiva o pública.
Actualmente proliferan pistoleros de sangre fría, auténticos
lobos solitarios, que matan a desconocidos en nombre de una
delirante doctrina, visión del mundo o misión libertadora, a
los que, a lo mejor, habría que acribillar menos y controlar
más. Por lo pronto, deberíamos analizar y ver las múltiples
causas que generan y alimentan este tipo de acciones
criminales, en ocasiones la misma negligencia de la
ciudadanía que, no pocas veces, podrían remediarlas.
Sin duda, debemos ejercitar mucho más el amor por los demás
y mucho menos las armas hacia nuestros semejantes. La
violencia está bañando de sangre el mundo y, lo peor de
todo, es que la violencia llama violencia, provoca
incertidumbre y división en la sociedad. Parece como si toda
la humanidad se hubiese vuelto ciega y no entrara en razón.
El buen juicio no necesita del crimen. Se nos otorgó una
conciencia para poder discernir, reeducar y hacer justicia.
No hemos nacido para cultivar la barbarie, sino para impedir
la violencia. Por desgracia, el liderazgo del terror ahí
está, despreciando la vida del ser humano, de todo ser
humano. Por eso, contemplar liderazgos como el de Benedicto
XVI, que van directos al corazón, abriéndonos los ojos a la
luz, poniendo de moda vivir para los demás, es un camino que
se agradece ante la inoperancia de tantos poderes que nos
llevan a la desunión y a la cultura del miedo.
Las armas de todo tipo, incluidas las bacteriológicas,
siguen siendo de fácil acceso y de creciente negocio. Este
no es el camino de la felicidad, por mucha riqueza que
acumulen los que las venden o por mucha alarma que siembren
los que las usen. Lo sabemos, pero hacemos bien poco, o
nada, por recapacitar y preguntarnos si esto es realmente lo
que yo quiero, vivir sólo para mí; o sí, en cambio, no sería
quizá más gratificante vivir para los demás, y así
contribuir a la construcción de un mundo distinto al actual,
donde el enemigo del hombre deje de ser el hombre mismo. Me
viene a la memoria un desplegable, que en estos días luce
por todas las comunidades católicas de Cuba, cuyo título no
puede ser más sugestivo: “dale la mano a tu hermano”.
Benedicto XVI va a poder elogiarlo como guía para el bien
del mundo. Nos consta que, en el corazón del papa, está una
justa preocupación por la falta de caridad hacia los demás.
El refrán de que si tienes mucho, da mucho; si tienes poco,
da poco; pero da siempre, nos recuerda, que en un mundo de
problemas comunes, ninguna nación puede subsistir por sí
misma. De igual modo, nadie puede vivir feliz sino vive para
los demás, arrimando el hombro hacia un mundo más seguro y
libre de peligro.
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