Repasando, una vez más, nuestro
libro “Un antes y un después”, me detengo en la colaboración
de José Antonio A.O. De nuevo, su contenido me devuelve a la
realidad de un pasado que, desgraciadamente para mí, no
volverá
José Antonio, presenta en su colaboración, su paso por
nuestro Colegio, el recordado “Convoy de la Victoria”, de
forma apasionada, así como los distintos cambios que se
operaron en el transcurso de su escolaridad obligatoria, la
E.G.B., obteniendo su Graduado Escolar; su paso por el
Bachillerato y Universidad, donde consiguió la titulación de
Ingeniero Superior en Informática; su acceso a la docencia
en el I.E.S. de Camas, en la localidad sevillana del mismo
nombre.
“Recuerdo que de pequeño no me gustaba ir al Colegio. Y esto
no era debido a que me lo pasara mal allí, ni ninguna otra
razón similar. Lo que ocurría es, que se trataba de una
obligación. Creo que, en general, esta era la idea que se
tenía del Colegio: un lugar al que hay que ir por
obligación, a pasar una parte importante del día. Poco menos
que un castigo. Hay que tener en cuenta que eran otros
tiempos. En mis primeros años, llegué a conocer el patio del
Colegio dividido por un muro. Era un vestigio de aquella
educación de separación de sexo. En esos tiempos íbamos
uniformados, y todas las mañanas se rezaba el “Padre
Nuestro”. Digo “se rezaba”, porque por lo que a mí respecta,
se “rezaba solo”… También quedaban algunos maestros, de los
“antiguos”, de los que “daban leña”, aunque,
afortunadamente, yo no les llegué a “conocer”. En
definitiva, yo iba al Colegio porque tenía que ir. Sirva de
ejemplo que a veces decía mi abuelo “que yo era el niño más
listo de todo el Colegio”, porque era el último en entrar y
el primero en salir”.
Así, fueron pasando los cursos, hasta que un día me di
cuenta de algo insólito. ¡Me gustaba el Colegio! No fue algo
que ocurriera de repente, sino más bien se trataba de un
proceso gradual. Al fin y al cabo, tenía bastantes amigos
entre mis compañeros, me llevaba bien con los maestros y,
además, no estaba allí sólo para estar: al contrario, estaba
haciendo algo muy interesante: aprender. Tanto es así que,
en el Séptimo curso de la E.G.B. –si la memoria no me falla-
tanto yo como algunos compañeros, nos quedábamos un rato
más, después de la finalización de las clases, ya fuera
colaboración con el maestro, tutor, en la preparación de
algunas actividades, o repasando lecciones, o simplemente
charlando. Y lo cierto es que lo hacíamos muy a gusto. Como
no podía apartarme de la norma, hice lo que todos los niños
con capacidades y recursos económicos podían hacer: me
matriculé en el Instituto para conseguir mi Bachillerato.
Después a la Universidad, donde estudié la Ingeniería
Superior de Informática. Acto seguido conseguí el acceso a
un Instituto de Formación Profesional, en la localidad
sevillana de Camas impartiendo la asignatura de
“Informática” en el Grado Superior. Recientemente he
contraído matrimonio y nuestro domicilio está en la capital,
Sevilla.
Sé que en los momentos actuales la enseñanza pasa por
momentos muy críticos, debido a la escasez de motivación que
tienen nuestros alumnos, pero la materia que imparto
colabora a que el problema sea menor. Yo me aplico que “lo
que aprendía hace años, me sigue sirviendo y procuro
aplicarlo a diario, tanto para mí como para mis alumnos: las
cosas se hacen mejor cuando se hacen a gusto…”.
Pero de José Antonio hay que retomar episodios de su pasado
escolar, como un cualificado humorista, puesto a disposición
de improvisados cuadros artísticos del Colegio, que con
programadas actuaciones, tanto en el propio Colegio como en
modestos escenarios, los “artistas” ponían su arte a
disposición de la organización.
Los alumnos que llegaban al último curso de la EGB, sentían
la necesidad de programar su viaje de fin de curso. Pero
siempre tropezaban con el mismo problema: su financiación.
Las dificultades económicas hacían ponen en marcha unas
actividades que cubrieran los gastos para llevarlo a cabo.
Ese curso se llegó a la constitución de un cuadro artístico,
seleccionándose, dentro de lo que se pretendía, “artistas”
de diversas modalidades: así surgieron “cantaores”,
cantantes, bailarines, guitarras, un pequeño conjunto de
canciones modernas, con un modesto material musical, un
sorprendente humorista, con amplio repertorio de chistes…
Con lo recaudado por actuaciones, se suplementaba a las
clásicas soluciones: participaciones de lotería de Navidad,
venta de cajas de surtidos navideños, aportaciones de los
“comprometidos” con el viaje”, aportación de Centro Escolar…
Para los ensayos, disponía el grupo de “artistas”, de un
pequeño local en el propio Centro, donde en los ratos libres
(recreos) se preparaban para conseguir la mejor puesta a
punto. El lugar de actuación estaba ya señalado: en un club
recreativo de una barriada próxima al Colegio, que, además
disponía de un pequeño escenario.
Se repitieron varias actuaciones del Cuadro Artístico,
siempre en los Sábados por la mañana y se cosecharon éxitos:
buen espectáculo y buenas asistencias. Al estar la entrada a
un precio muy asequible, la recaudación no era todo lo
abundante que se hubiera deseado, pero tampoco estaba mal.
Los mayores aplausos se los ganaba el “humorista”. Tenía una
gran serenidad y, daba la impresión que, por su forma de
contar los chistes, que toda su vida los había escenificado.
Destacaban aquellos que decían así: “Esto era un español, un
francés y un inglés… exagerando siempre las situaciones
presentadas a favor del español. Después de cada actuación,
arrancaba muchos aplausos. Y los espectadores lo
comprometían con ¡otro”, ¡otro!... no pudiendo negar a tan
“selecto” público” y continuaba con su repertorio.
Pero, todas sus actuaciones eran seguidas por un espectador
de excepción, que era el que más aplausos dirigía al
“humorista”. También me comentaron que disponía el abuelo
una especie de cuaderno con una gran selección de chistes.
(En la fotografía, una de las actuaciones del “humorista”
José Antonio).
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