Vengo leyendo, con satisfacción, a
Miguel Jiménez Campos, presidente de la comunidad
gitana, porque me permite recordar los amigos gitanos que yo
tuve durante muchos años. Sí, tuve, digo bien; puesto que
algunos murieron y otros, con el paso de los años y la
distancia, he dejado de frecuentarlos y también de saber de
ellos. Con algo más que pesar.
Dice Antonio Gala, algo que yo he compartido siempre:
“Los gitanos son generosos con quienes les da la gana: ellos
olfatean, y deciden”. Así que mis amistades con gitanos
fueron de verdad. De las que yo me sentía tan orgulloso cual
seguro. Las tuve en el mundo del cante y del baile; que es
mundo donde si un artista consagrado decide agasajarte con
su arte, porque sí, porque le da la gana, sin que medien
intereses de ningún tipo, es la mejor prueba de amistad. De
tenerte ley.
En estos momentos, cuando escribo, no tengo más remedio que
acordarme de Ramón Núñez, cantaor y bailaor gitano,
más conocido en el mundo del cante flamenco con el nombre
artístico de Orillo del Puerto. Aunque él había
nacido en Chiclana de la Frontera. Donde murió en 2004. Las
anécdotas que me contaba Orillo fueron muchas, y muchas las
veces que nos lo pasábamos bomba en un bar de los portales
de El Puerto de Santa María, cuyo propietario era un tío de
Joaquín, jugador del Málaga.
De su viaje a Rusia con Antonio Gades, podría contar
y no acabar. Una noche de verano se me presentó Orillo en
Ceuta para bailarme en el Pub Tokio. Y lo hizo porque sí.
Porque era mi amigo y necesitaba verme. Me cantó por bulería.
Y bailó el cochecito lerén, dejando a los clientes con la
boca abierta. Su actuación, improvisada, fue un clamor, allá
en los años ochenta. Como clamorosos fueron los cantes
dedicados por su hermano, Rancapino, en la Venta El
pájaro de Chiclana, a Pepe Jiménez, ‘Bigote’ y a mí.
Y además pagó la comida. Y qué decir de mis días recorriendo
el paseo de Valdelagrana con José Cortés Jiménez, ‘Pansequito’.
En el mundo del fútbol, los futbolistas gitanos que
estuvieron a mis órdenes fueron siempre educados,
disciplinados, trabajadores, y más listos que el hambre.
Amén de estar siempre dispuestos a levantar la moral decaída
de los compañeros cuando los reveses se presentaban. Eso sí,
conviene tener presente que no es fácil confraternizar con
ellos, llegar al fondo de la amistad y de la confianza.
Porque tienen motivos más que suficientes para ser
desconfiados. Y es que el catalogo de leyes represivas es
demasiado largo, desde los Reyes Católicos a los Vagos y
Maleantes. Cervantes en la Gitanilla los puso a
parir. Dijo de ellos impropios. Y a ver quién era el guapo
entonces capaz de llevarle la contraria a Cervantes, que era
además miembro de otra minoría perseguida: la judía.
En fin, que aprovechando la ocasión, debido a que, como ya
he reseñado más arriba, vengo leyendo lo que escribe el
presidente de la comunidad gitana, Miguel Jiménez Campos, le
dedico estas líneas y le recomiendo que procure leer, si
acaso no lo ha hecho aún, ‘El Polémico dialecto andaluz’;
libro en el cual hay capítulos dedicados al idioma gitano,
los gitanos en Andalucía, el cante y el baile gitano. Y el
vocabulario gitano más usual.
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