El joyero Carlos Chocrón ya había anunciado hace menos de un
mes que la apertura de esta Escuela, señera en Ceuta, era
inminente y la Fundación Chocrón-Macías ha sabido poner
todos los medios y quintales de ilusión para materializar
esta apasionante oportunidad profesional y artística de la
que, por el momento, tan sólo podrán disfrutar veintidós
alumnos, que no veintidós “desempleados” porque así definido
en lugar de hablar de creatividad y expresión artística
parece que estamos hablando de inserción laboral como
alicatadores (respetando por supuesto la nobleza del oficio
de alicatador y el de ensolador) pero es distinto porque
para desear ser joyero u orfebre se requiere una vocación
que excede a la simple búsqueda de unos conocimientos
básicos para lograr acceder a un empleo. Crear es diferente
y el arte es algo que se lleva pegado a la dermis y que
surge por donde menos se espera.
Aquí no existen igualitarismos forzosos porque al igual que
no todos los humanos servimos para ser músicos, cantantes,
bailarines o acuarelistas, tampoco todos sirven para este
“mester” de connotaciones casi mágicas y prestigio
multisecular.
No diré que en la Escuela de Joyería los alumnos se vayan a
reciclar en alquimistas que se empeñen en la búsqueda de la
piedra filosofal para convertir los metales en el oro
telúrico de connotaciones divinas. Pero si diré que lo que
van a aprender y lo que presiento que van buscando estos
aprendices del oficio es mucho más que aprender a soldar,
engarzar o pulir las joyas, labor delicada y minuciosa pero
de cierta forma capaz de ser ejercida con una cierta
habilidad por quien se empeñe en ello. Sino que irán más
allá en el manejo de los metales nobles ¿Joyeros u orfebres?
Supongo que mitad y mitad porque los metales se domestican y
son moldeables, pero lo esencial es ser capaz de estudiar
diseño, empeñarse en el dibujo, adentrarse en las
proporciones, manejar con maestría los volúmenes, estudio y
práctica y más estudio y más práctica, hasta que el cerebro,
ahíto de conocimientos, cambia el “chip” aparece el ramalazo
de genialidad y se es capaz de hurtar a la Gran Mente
Universal unas pinceladas de creatividad artística que es
decir la capacidad de hacer emerger de las manos del
aprendiz una expresión de arte y de belleza.
Por ello me parece restar importancia y categoría al sueño
de los futuros joyeros el calificarlos genéricamente cómo
“desempleados” y hablar de “inserción laboral”. La situación
laboral de los artistas es indiferente, tendrán o no tendrán
trabajo y cada cual será dueño de su propia experiencia
vital, pero el hecho de iniciarse en un oficio milenario que
está desde que el hombre es hombre y se colocaba un abalorio
de hueso en la nariz, está impregnado de magia, sensibilidad
estética y capacidad de crear en estado puro.
El alumno de joyería no maneja tomates sino metales nobles y
piedras preciosas, cómo lo hicieran desde siempre y lo
siguen haciendo esos orfebres del azabache de la Plaza del
Obradoiro con la vista puesta en los peregrinos del Camino.
¿Y los plateros cordobeses? ¿Y las filigranas de oro de las
joyas típicas de tantas regiones? ¿Nos ha gustado a los
españoles el oro a lo largo de nuestra Historia? Pueden ir a
los descendientes de los incas y los aztecas y se lo
preguntan, ya verán cómo se ponen hechos basiliscos.
Pero discrepancias aparte una larga tradición artística en
el arte de la joyería y la orfebrería sustenta la vocación
de los aspirantes de esta Escuela de Arte y de Sueños. ¿Y
hay alguien capaz de batir en el tablero de los proyectos
poéticos y quiméricos, pero extrañamente realistas a Carlos
Chocrón? Difícil lo veo.
Y los más proceloso es que tras este taller casi onírico
siga adelante otro proyecto de arte y naturaleza cómo es el
jardín botánico hecho de pérgolas, con jardín de mariposas,
el baobab del Principito y especies arbóreas , setos de
arrayanes, fuentes similares a las del Generalife,
proliferación de trepadoras olorosas y plantas aromáticas
unos jardines del Buen Retiro en el corazón del Estrecho y
surcando los dos mares pero ante la Escuela porque...
La Fundación siempre tomó por realidad el sueño de esta
Escuela que comenzó cómo un proyecto ilusionante y a medias
factible que acabó siendo auténtica, con muros de ladrillos,
bancos de trabajo y capital humano con un aún mayor capital
añadido que es el deseo de aprender, la aspiración de ser
expertos, la curiosidad ante el reto que se les plantea y la
convicción general de que lo conseguirán. ¿Ven a los
veintidós? ¿Quien nos dice que alguno no acabará diseñando
para Chocrón Joyeros, para Cartier o para Fabergé? ¿Qué les
impide ser capaces de lograr un espacio en el “design” de la
joyería internacional y acabar en la rue Cambon o en
Florencia vendiendo sus diseños? ¿Quien sabe si de ahí
surgirá un orefebre capaz de labrar varales para los pasos
semanasanteros o un creativo con encargos en el Golfo
Pérsico para engalanar a las jequesas? Las ganas y la
ilusión están, los instrumentos los tienen, el arte se
expande por el Universo, los milagros son algo cotidiano y
la Fundación Chocrón-Macías siempre ha sido consciente de
ello.
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