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OPINIÓN - JUEVES, 22 DE MARZO DE 2012

 
OPINIÓN / ANALISIS

Funeral por los escolares y el maestro de Toulouse

Por Nuria de Madariaga


Existen ocasiones en las que, la laxa sociedad occidental cría a monstruos y más tarde se ve obligada a enfrentarse a ellos.

No existen excusas para el brutal asesinato de los niños y el profesor de la escuela Ozar Hatorah de Toulouse, ya puede el terrorista pelarse la lengua buscando explicaciones y lanzando proclamas. No sirve. Y si se examinan sus antecedentes penales y policiales que hablan de una trayectoria muy poco ejemplar, sirve menos aún. Y los servicios secretos europeos que permiten que ciudadanos de cualquier país de la UE puedan alardear de haber ejercido de combatientes en Afganistán o Pakistán, puedan volver a poner sus pies en nuestro continente, esos servicios secretos son una basura y no sirven ni para dirigir el tráfico.¡ Mamarrachos!.

Ayer mañana, con las lágrimas de las madres de los niños asesinados en el colegio judío, aún reflejada en mi memoria y con la pizca de tranquilidad de saber, que al subir al cielo junto a Dios, los pequeños iban al menos en compañía de su profesor de hebreo, también asesinado, que les seguía guiando hacia la Luz y así sentirían menos temor, con esa pena honda de que nos vengan a matar a nuestros niños en tierra judeocristiana, pues judías son nuestras raíces y judíos María y Jesús, con esa amargura honda ¿Qué podía hacer? Pues lo lógico en cualquier española con conciencia y con decencia, lo normal para cualquier creyente que quiere ser considerada digna de ser llamada así, que es alargarme a la plaza de los Reyes de Ceuta a su quiosco de flores para encargar una docena de claveles y mientras la dueña de la floristería me los preparaba, acercarme al chino de la calle Real a por tres velas chicas por los niños y una grande por el maestro.

A la señora le había confiado que las flores eran para los niños de Toulouse y cuando regresé tenía preparado un ramo bien aparente, escribí la tarjeta de dedicatoria e insitió en regalármela y cuando ya me iba me alargó dos rosas blancas que eran la bendición de Dios “Le dice a los niños que estas rosas son de mi parte”. ¿Y a quien de ustedes no se le hubieran caído dos lágrimas?.

La calle Beatriz de Silva se me antojó la vía Dolorosa y la santa sinagoga un lugar lleno de silencios, porque el Pueblo de Dios de nuestra Biblia no es de los que forman alharacas con los muertos, sino que llevan la pena con recogimiento, hacia el interior. Allí me paré a depositar mi modesta ofrenda y de nuevo el momento me supo amargo ¿Cuantos miles de judeocristianos somos en Ceuta? ¿Y cuantas madres? ¿Y no les sale del alma el llevar a sus hijos a depositar unas flores, una carta o un peluche a la puerta de la sinagoga en recuerdo de los escolares asesinados en Toulouse? Tampoco hay excusas para la falta de sensibilidad, para la indiferencia pasiva ante el dolor, ni para la conducta egoista e ignorante de pensar que “no nos ha tocado a nosotros” ¡Precisamente a nosotros con nuestro 11M! Sí, nosotros, a quienes no se nos cae de la boca la coletilla de “educar en valores y en principios” y lo del “crisol de culturas” ¿Y esa indiferencia y esa sangre de limón granizado son “nuestros” valores? Pues serán los de ustedes porque “esos” yo los abomino y me avergüenzan.

En la jornada anterior todos los pesos pesados de la política acompañaron los rezos en la sinagoga de Madrid, Esperanza Aguirre, Ruiz Gallardón, lo más de lo más. Ayer tarde a las cuatro, en el funeral celebrado en la sinagoga de Ceuta yo , en mi insignificancia, era la única judeocristiana presente y acompañé el canto de los salmos leyendo el Antiguo Testamento que me ofrecieron en la parte superior que es donde se colocan las señoras.

¿Y donde estaban nuestros gobernantes? No se trataba de avisar o no avisar sino de ofrecerse desde un primer momento e insistir para estar, porque era nuestro deber estar. El sabor a hiel y acíbar no se disolvía ni aún pensando en que esos mismos cantos sagrados habían sido cantados hace dos mil años por Jesús de Nazareth, evocación, emoción, miríadas de arquetipos latiendo en las paredes del templo, en miles de paredes de miles de sinagogas en el mundo entero. Las palabras de la dueña del quiosco al ofrecerme las dos rosas parecían acompañar a los salmos “Le dice a los niños que estas rosas son de mi parte” Y di gracias a Dios por haber encontrado ese corazón tan importante, tan bueno, tan cómo todos deberíamos ser, porque antes éramos así y parece que se nos haya olvidado, como si se nos hubieran secado las tripas.

Tras el funeral mi amigo del alma jacob Hachuel me invitó a un café que aún me supo amargo, él me dio las gracias de corazón, se las devolví por el privilegio de haber estado “¿Sabes Jacob quien envía estas dos rosas...?”
 

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