Existen ocasiones en las que, la laxa sociedad occidental
cría a monstruos y más tarde se ve obligada a enfrentarse a
ellos.
No existen excusas para el brutal asesinato de los niños y
el profesor de la escuela Ozar Hatorah de Toulouse, ya puede
el terrorista pelarse la lengua buscando explicaciones y
lanzando proclamas. No sirve. Y si se examinan sus
antecedentes penales y policiales que hablan de una
trayectoria muy poco ejemplar, sirve menos aún. Y los
servicios secretos europeos que permiten que ciudadanos de
cualquier país de la UE puedan alardear de haber ejercido de
combatientes en Afganistán o Pakistán, puedan volver a poner
sus pies en nuestro continente, esos servicios secretos son
una basura y no sirven ni para dirigir el tráfico.¡
Mamarrachos!.
Ayer mañana, con las lágrimas de las madres de los niños
asesinados en el colegio judío, aún reflejada en mi memoria
y con la pizca de tranquilidad de saber, que al subir al
cielo junto a Dios, los pequeños iban al menos en compañía
de su profesor de hebreo, también asesinado, que les seguía
guiando hacia la Luz y así sentirían menos temor, con esa
pena honda de que nos vengan a matar a nuestros niños en
tierra judeocristiana, pues judías son nuestras raíces y
judíos María y Jesús, con esa amargura honda ¿Qué podía
hacer? Pues lo lógico en cualquier española con conciencia y
con decencia, lo normal para cualquier creyente que quiere
ser considerada digna de ser llamada así, que es alargarme a
la plaza de los Reyes de Ceuta a su quiosco de flores para
encargar una docena de claveles y mientras la dueña de la
floristería me los preparaba, acercarme al chino de la calle
Real a por tres velas chicas por los niños y una grande por
el maestro.
A la señora le había confiado que las flores eran para los
niños de Toulouse y cuando regresé tenía preparado un ramo
bien aparente, escribí la tarjeta de dedicatoria e insitió
en regalármela y cuando ya me iba me alargó dos rosas
blancas que eran la bendición de Dios “Le dice a los niños
que estas rosas son de mi parte”. ¿Y a quien de ustedes no
se le hubieran caído dos lágrimas?.
La calle Beatriz de Silva se me antojó la vía Dolorosa y la
santa sinagoga un lugar lleno de silencios, porque el Pueblo
de Dios de nuestra Biblia no es de los que forman alharacas
con los muertos, sino que llevan la pena con recogimiento,
hacia el interior. Allí me paré a depositar mi modesta
ofrenda y de nuevo el momento me supo amargo ¿Cuantos miles
de judeocristianos somos en Ceuta? ¿Y cuantas madres? ¿Y no
les sale del alma el llevar a sus hijos a depositar unas
flores, una carta o un peluche a la puerta de la sinagoga en
recuerdo de los escolares asesinados en Toulouse? Tampoco
hay excusas para la falta de sensibilidad, para la
indiferencia pasiva ante el dolor, ni para la conducta
egoista e ignorante de pensar que “no nos ha tocado a
nosotros” ¡Precisamente a nosotros con nuestro 11M! Sí,
nosotros, a quienes no se nos cae de la boca la coletilla de
“educar en valores y en principios” y lo del “crisol de
culturas” ¿Y esa indiferencia y esa sangre de limón
granizado son “nuestros” valores? Pues serán los de ustedes
porque “esos” yo los abomino y me avergüenzan.
En la jornada anterior todos los pesos pesados de la
política acompañaron los rezos en la sinagoga de Madrid,
Esperanza Aguirre, Ruiz Gallardón, lo más de lo más. Ayer
tarde a las cuatro, en el funeral celebrado en la sinagoga
de Ceuta yo , en mi insignificancia, era la única
judeocristiana presente y acompañé el canto de los salmos
leyendo el Antiguo Testamento que me ofrecieron en la parte
superior que es donde se colocan las señoras.
¿Y donde estaban nuestros gobernantes? No se trataba de
avisar o no avisar sino de ofrecerse desde un primer momento
e insistir para estar, porque era nuestro deber estar. El
sabor a hiel y acíbar no se disolvía ni aún pensando en que
esos mismos cantos sagrados habían sido cantados hace dos
mil años por Jesús de Nazareth, evocación, emoción, miríadas
de arquetipos latiendo en las paredes del templo, en miles
de paredes de miles de sinagogas en el mundo entero. Las
palabras de la dueña del quiosco al ofrecerme las dos rosas
parecían acompañar a los salmos “Le dice a los niños que
estas rosas son de mi parte” Y di gracias a Dios por haber
encontrado ese corazón tan importante, tan bueno, tan cómo
todos deberíamos ser, porque antes éramos así y parece que
se nos haya olvidado, como si se nos hubieran secado las
tripas.
Tras el funeral mi amigo del alma jacob Hachuel me invitó a
un café que aún me supo amargo, él me dio las gracias de
corazón, se las devolví por el privilegio de haber estado
“¿Sabes Jacob quien envía estas dos rosas...?”
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