Cuando los años cincuenta estaban
tocando a su fin, yo tenía la edad en la boca y navegaba
hacia Melilla en un barco que capeaba el temporal dando
tumbos. Me pasé parte de la travesía en la borda para ver si
el aire era capaz de evitarme el mareo. Todo un trastorno
acompañado de vértigos, sudoración, vómitos, etcétera.
Llegué a Melilla hecho un guiñapo. No podía con mi alma. Ni
yo ni ningún componente del Atlético Cordobés. Equipo de
fútbol que acudía a la ciudad casi insular, para enfrentarse
al conjunto de la tierra. Recuerdo que me tocó dormir la
borrachera propiciada por los tumbos de un buque que parecía
disfrutar con sus vaivenes. Ya de proa a popa, ya de babor a
estribor.
En cuanto pude recuperarme del enorme malestar que me había
causado la travesía, salí a pasear por Melilla. Y descubrí
una ciudad modernista donde lo militar primaba por encima de
todo y en la cual había un ambiente extraordinario que se
acumulaba en los alrededores de una cafetería llamada
California.
En aquella ocasión, a pesar de perder el partido, debido a
que el Melilla contaba con un delantero magnífico, llamado
Lizani, nacido en Córdoba, regresé a la península con el
convencimiento de que había estado en una ciudad preciosa y
que estaba llamada a evolucionar
Mucho tiempo después, volví a Melilla y la hallé mejorada en
todos los sentidos. Mejora que, indudablemente, habrá ido
aumentando con el paso de los años. Ya que la última vez que
estuve allí fue cuando alboreaban los años setenta.
Melilla contaba con una ventaja respecto a otras ciudades. Y
era la de haberse modernizado entre finales del siglo XIX y
principios del XX; por tal motivo han podido sus autoridades
permitirse el lujo de no hacer gastos innecesarios en obras
urbanas. Gastos que, además, les hubieran obligado a
entramparse. Lo cual hubiera sido un lastre económico en los
tiempos que corren.
Guillermo Martínez, portavoz del gobierno ceutí, dijo días
atrás que si Melilla estaba menos entrampada que Ceuta era
porque aquí se habían acometido más obras con el fin de
embellecer la ciudad. Y, claro está, sus palabras causaron
malestar en Melilla. Donde GM fue nacido.
Tan mal cayeron las declaraciones de Martínez en Melilla,
como para que tanto Conesa, portavoz del gobierno
melillense, como el propio presidente Juan José Imbroda,
salieran a la palestra para decirle cuatro cosas al portavoz
ceutí. Sin ánimo de hacer sangre. Aunque sus respuestas
estaban repletas de desencuentro.
Pues bien, cuando parecía que la actitud de Martínez había
enturbiado las relaciones entre ambas ciudades, Juan
Vivas ha intentado terciar en el asunto. Y lo ha hecho
sin escatimar elogios a la labor desarrollada por el equipo
de gobierno que preside Imbroda. Con el fin de que los
melillenses no se sientan ofendidos.
Juan Vivas parece que está destinado, últimamente, a
enmendar errores de sus consejeros. Y si bien no lo hizo con
Susana Román, cuando ésta dio rienda suelta a su
lengua sobre la directiva de la ADC, ahora sí lo ha hecho
con lo declarado por su portavoz. Aunque en esta ocasión,
uno tiene la sensación de que ha actuado como policía bueno
frente al malo. Que no es otro que, por necesidad, su
portavoz. Nada que tenga importancia.
|