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OPINIÓN - MARTES, 20 DE MARZO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La táctica del pescado
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Almuerzo con unos amigos, apenas nada, con el fin de reservarme para la charla de una sobremesa que promete ser interesante. Porque yo soy de los que opinan que donde mejor se come es en casa y que, cuando se hace en la calle, el mejor menú es la conversación. Y ésta, ejercicio saludable donde los haya, es enemiga del hartazgo.

Durante la conversación, vaya usted a saber el motivo, uno de los comensales dijo que yo me había distinguido durante años por ser defensor acérrimo de los delegados del Gobierno. Que los había tratado siempre la mar de bien. Y que él no entendía qué me había llevado a mí a ponerme de parte de ellos. De todos ellos.

Bueno –respondí-, de casi todos. En realidad, la cosa comenzó con la llegada de Manolo Peláez. Quien tuvo a bien citarme en el Hotel La Muralla, recién llegado él a la ciudad. De modo que decidimos charlar paseando alrededor de la piscina del establecimiento. El primer delegado del Gobierno de la transición quería saber la impresión que había causado entre las ‘fuerzas vivas’ de la tierra que solían frecuentar una tertulia en el hotel.

Y no tuve el menor inconveniente en contarle la verdad. Que había sido motivo de comentarios desfavorables por unas declaraciones suyas en las que decía, tal vez dejándose llevar por el entusiasmo de su nombramiento, que venía a Ceuta con “una gran voluntad de servicio para realizar cosas que nunca antes se hicieron o se hicieron poco”. Palabras seguidas de un remate poco afortunado: “Vengo a resolver todos los problemas de Ceuta”.

De modo que los sanedrines de la ciudad, dijeron a una voz y bien alto: “No sabe el tal Peláez que -según Zurrón- Ceuta es una ciudad pequeña con problemas de urbe grande y difíciles de solucionar”. Y que lo habían calificado ya de político que gustaba de adelantarse a los acontecimientos. Y, cómo no, de ser partidario de hechos consumados.

Mis palabras, lejos de sus asesores y sin la presencia de aquellos tipos que le acompañaban, y a quienes se les llamaba la guardia pretoriana de Peláez, le sirvieron a éste, al menos, para saber que yo no me arredraba a la hora de responder si se requería mi opinión. Por más que luego él siguiera haciendo de su capa un sayo. Que para eso era el delegado del Gobierno y político curtido en tareas burocráticas.

Transcurrido un tiempo, Peláez fue bajando el tono de su demagogia como estrategia política. Y principió a dejar a un lado las prisas en su cometido porque comprendió que las prisas son malas consejeras para afrontar cualesquiera acciones. Y, sobre todo, supo controlar sus salidas de tono ante los sucesos que se iban produciendo en una ciudad fronteriza. Con lo que ello significa.

Un día, al cabo ya de muchos meses ejerciendo su cargo, y mientras charlábamos amigablemente, Peláez me dijo que todo empezó a irle mejor como autoridad gubernativa desde el momento en que empleó la táctica del pescado. Táctica que consiste en ser resbaladizo y no decir gran cosa.

Desde entonces, y en vista de las dificultades que acarrea ser delegado del Gobierno en Ceuta, he procurado que mis pareceres sobre ellos carezcan de acritud en las pifias. Y así seguirá siendo. A no ser que hubiera un delegado contumaz en el error.
 

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