LUNES 12.
La crisis, más tarde que en la península, mucho más tarde,
ya se ha instalado en esta ciudad. Lo he notado hoy cuando
paseaba por el centro. Un centro carente del bullicio que la
caracterizaba hasta hace nada. La alegría de las calles
transitadas por el gentío ha desaparecido. Y se nota en el
ambiente un deje de tristeza. De esa tristeza que produce el
saber que se vive bajo el signo de la más absoluta
precariedad. La que indica que en cualquier momento nos
podemos quedar sin trabajo y sin la menor esperanza de
encontrar otro. Reina, pues, la incertidumbre por doquier.
Muchas personas viven con el temor de que al llegar al tajo
le comuniquen lo peor: que han sido calificadas de
prescindibles en el currelo. Cierto es que en esta ciudad
hace tiempo que los comercios dejaron de funcionar como lo
vinieron haciendo en los tiempos en que los bazares parecían
máquinas de hacer dinero. Pero tampoco es menos cierto que
los componentes del sector terciario están también sufriendo
la crisis de los recortes salariales. Lo cual se nos antoja
motivo más que suficiente para que la economía de la ciudad
comience a dar signos evidentes de debilidad. Una situación
que, además de generar pobreza, redunda en contra del
carácter de las personas. A partir de ahora dar los buenos
días será artículo de lujo.
Martes. 13
Hacía un siglo que yo no veía a Inmaculada Vivas Lara.
A quien todos sus amigos nominamos por el hipocorístico de
Conchi. A Conchi la conozco yo hace la friolera de treinta
años. Y rara era la noche en la cual no compartíamos
tertulia en los sitios que solíamos frecuentar entonces.
Hoy, cuando hemos coincidido en la plaza de Menahem
Gabizón, nos hemos puesto a charlar de aquellos tiempos
en los que Ceuta era total y absolutamente distinta a la
actual. Ni mejor ni peor. Pero distinta, claro está. Conchi
lleva un perro blanco que es una preciosidad. Y a mí, que
los perros me chiflan, se me van los ojos detrás de un can
que, según mi amiga, le proporciona compañía. Y allá que
pegamos la hebra sobre ellos. Conchi me preguntó por el mío,
y le hablé así: Mi perro discurre más que muchas personas,
además de ser muy bueno y cariñoso. Los perros, como podrás
comprobar tú, son “animalitos muy ordenancistas y
consuetudinarios que recuerdan siempre lo que han conocido
una vez, y es que les gusta ver todo en orden y como Dios
manda”. La risa de Conchi hizo acto de presencia. Luego, así
como quien no quiere la cosa, pasamos a charlar de otras
cosas. De las que creo conveniente no decir ni pío.
Miércoles. 14
En El Mentidero, local que regenta Jesús Vázquez Calleja,
he vuelto a tomar el aperitivo con José Pérez García.
Y he aprovechado la ocasión, una vez más, para compartir con
él la copa de la amistad y de la palabra. Aunque con Pepe
llevo yo hablando desde que llegué a esta ciudad. Cuando
éste era propietario del bar Canarias: el cual estaba
siempre de bote en bote. Pepe, además, me devolvía por las
noches la visita al Pub Tokyo: establecimiento que yo
dirigía. Conversar con Pepe ha sido siempre un motivo de
satisfacción para mí. De él sólo me cabe decir que es una
persona excelente. Amable, educado, y siempre dispuesto a
departir con sus amigos, que son muchos. En esta ocasión,
Pepe y yo hemos recordado aquellas noches donde solíamos
hacer de la cháchara el mejor medio para disfrutar de los
momentos que vivíamos. Que no eran malos. De ningún modo. Y,
aunque tiempos pasados nunca fueron mejores, hemos llegado a
la siguiente conclusión: que los actuales nos están haciendo
dudar.
Jueves. 15
José María Ramírez fue siempre muy respetuoso
conmigo. Ahora lo sigue siendo como lector. Empleado en la
compañía Transmediterránea, un día me puso al tanto de su
carrera como futbolista. Y caí en la cuenta de que yo había
oído hablar de él mucho y bien. Tuvo, entre otros
entrenadores, a José Sánchez Pérez, “El Trompi”. El
Trompi había brillado cual jugador en el Granada de los años
cuarenta y cincuenta. Futbolista genial, cuyo juego se
basaba en regates inverosímiles, fintas esplendorosas, pases
geniales, y asimismo era capaz de usar todas las superficies
para golpear el balón con una precisión deslumbrante. De él,
de Trompi, me habla Ramírez con admiración, cuando nos vemos
hoy por pura casualidad en sitio céntrico. Fichado por el
Atlético de Madrid, y cedido al Carabanchel, a Ramírez lo
recomendó Lesmes al Valladolid, y luego perteneció al
Albacete. Ramírez era un futbolista extraordinario. Que bien
pudo alcanzar logros importantes. Pero se quedó a mitad de
camino. Vaya usted a saber por qué. Con José María Ramírez
llevo yo hablando de fútbol hace la tira de años. Lo que
unido a la mucha ley que le tengo, bien sabe él que estoy
siempre a su disposición.
Viernes. 16
En el Hotel Tryp coincido con Abdelhakim Abdelselam Al-Lal,
Consejero de Sanidad y Consumo. Y, como siempre que ello
ocurre, surge el parrafeo. Es decir, que la conversación nos
cunde. Así que tenemos tiempo de charlar de la crisis
económica; de la situación de los medios de comunicación;
del comportamiento de ciertos cargos a los que se les va la
fuerza por la boca. Y, desde luego, de la importancia que en
el periodismo tienen los contadores de historias. Eso sí, me
guardo muy bien de recordarle al Consejero el problema de
los perros asilvestrados. Ya que no quiero amargarle la
existencia a esa hora vaga de mediodía. Con Abdelhakim da
gusto charlar. Pues sigue siendo tan buen conversador como
buen amigo de sus amigos. Se dice de él que ayuda a muchas
personas sin alharacas ni campanas al vuelo. Y yo lo creo a
pie juntillas.
Sábado. 17
Me pongo a charlar con un maestro de escuela, de cuya
amistad me precio, acerca de cómo hay niños que si tropiezan
con un gran profesional de la enseñanza salen adelante, por
más que no sean unas lumbreras, y otros que se quedan a
mitad de camino en todos los sentidos. Y le cuento la
historia de un niño de trece años, de personalidad
hipersensible y tímida, que fue tratado con dureza por un
profesor durante una clase de matemáticas. La fortuita
vinculación entre la asignatura y el aula con la experiencia
humillante y atemorizadora le provocó la ansiedad no sólo
durante las clases de matemáticas sino también al entrar en
el aula aunque el profesor de matemáticas no estuviese allí.
Los problemas acabaron derivando en que el pánico del alumno
sólo encontraba alivio cuando no iba al colegio. El maestro,
cuyo nombre silencio porque así me lo ha pedido, me dice que
la enseñanza debería consistir en descubrir las aptitudes de
cada niño y explotarlas. Y entonces, paso a contarle lo que
un día escribiera Gustavo Martín Garzo en ABC. Según
el escritor, “Falucio Caivano, el fundador de
Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García
Márquez acerca de la educación de los niños. Y el autor
de Cien años de soledad respondió así: “Lo único importante
es encontrar el juguete que llevan dentro los niños. Cada
niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir
cuál era y ponerse a jugar con él”. García Márquez había
sido un estudiante desastroso hasta que un maestro se dio
cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces,
todo fue miel sobre hojuelas, pues sus juguetes eran las
palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego.
Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego
que debemos jugar con cada niño. Algo así es lo que el padre
Bermudo de la Rosa puso de moda en las Escuelas
Profesionales de la Sagrada Familia. De lo cual escribí
fechas atrás.
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