Crece el número de parejas con un
solo hijo, debido a la crisis y a la falta de políticas
familiares. Enfocar su educación, clave para suplir la
ausencia de hermanos.
La decisión de los matrimonios de tener más o menos hijos
debe ser siempre una opción compartida y deseada por la
propia pareja. Sin embargo, este planteamiento está cada vez
más condicionado y, sobre todo limitado por cuestiones
externas, puesto que no existe una apuesta conjunta de apoyo
a la institución familiar por parte de las distintas
administraciones.
Desde algunas asociaciones familiares se ha denunciado que
el 87% de los matrimonios no tienen los hijos que les
gustarían, lo que califican como “un ataque a la libertad y
al modelo de familia que uno quiere elegir”.
Cada vez es más frecuente que, ante las escasas ayudas y
prestaciones económicas para fomentar la familia –lo que
algunos ya han bautizado como “miopía social”- por parte de
los políticos. De continuar así y alentados actualmente por
los efectos de la crisis económica, se favorecerá que sólo
las clases más pudientes sean las que opten a tener familias
numerosas, relegando este deseo a los hogares menos
favorecidos. El hijo único será el rey y no tendrá quien les
destrone, con lo que todo ello supone tanto para la
institución familiar como para demografía y economía de
nuestro país. No son pocas las medidas propuestas por las
asociaciones implicadas para fomentar esta institución, tan
vital para la sociedad. Cintos de iniciativas para una
cuestión única, ¡qué no queden destronadas.!
Estos niños, como únicos, tienen fama de egoístas, mimados,
maleducados, consentidos y, sin embargo, la evolución del
hijo único puede ser tan sana como el de un niño rodeado de
hermanos. Pero resulta, hasta cierto punto normal, la
preocupación de los padres por la educación de un hijo
único. Y aunque también es cierto que los niños se educan
mejor entre iguales, no hay ninguna razón, según los
expertos consultados, para que los únicos desarrollen una
pauta de comportamiento especial.
Para algunos psicólogos, la circunstancia de ser hijo único
sea achacable a un comportamiento extraño o de pequeño
tirano. De hecho, se cree que la evolución de un niño
depende de la educación que le den sus padres,
independientemente del lugar que ocupe entre sus hermanos. Y
una escala de valores, donde la procreación queda desplazada
en post de otros objetivos como es el situarse
profesionalmente, comprar una vivienda, el coche y,
finalmente, tener descendencia.
El hijo único suele ser automáticamente estigmatizado. Gran
parte de la población piensa que sus características son
esencialmente negativas, como una especie de “monstruitos”
consentidos. Pero esto parece no ser verdad. Al menos, no si
se tiene conciencia de ellos y los padres tratan de educar
al pequeño adecuadamente. Según explican algunos psicólogos,
un hijo único sabe adaptar su comportamiento al entorno. En
un medio aislado se arrogará camaleónicamente a las
características de un niño introvertido. Jugará sólo y no se
aburrirá. Se retrasará sobre si mismo para capear su
soledad, aprendiendo a tolerar mejor que otros niños al
aislamiento.
Por el contrario, prosigue el mismo especialista, “en un
ambiente social se comportará, dada su necesidad de
establecer amistades, como un verdadero extrovertido. De
hecho, continúa el experto, visto desde fuera de la familia,
los hijos únicos, poseen generalmente, un carácter
extrovertido. La razón de este comportamiento positivo no es
otra que la de ganar amigos. En definida, los hermanos que
nunca tuvo. Debido justamente a este perfil extrovertido
presentan mayor interés en las cosas que les rodean, así
como en las personas que tienen en su derredor.
“En la familia y el niño” del Dr. M. Porot, el psicólgo F.
Dolto- Marette, llama al hijo único como “un primogénito
perpetuo”. Es un aislado, un niño mimado porque suele ser
“hijo de egoístas” y el ideal paterno que interioriza sólo
puede ser un ideal egoísta… Para él, el “tener” prevalece
sobre el “dar”. Además, los padres “tienen” un hijo y no han
“dado” la vida a otros”.
Se le ofrece una imagen del adulto estancada, en vez de una
imagen viviente, y acaba sintiéndose un objeto precioso y se
considera como tal (F. Dolto-Marotte).
Es un niño “mimado” y “adulado”. Siempre parecen poco los
cuidados con que se rodea a un objeto único en el mundo,
cuya desaparición derrumbaría de golpe una construcción
familiar. El padre suele ser un ente blando a remolque de su
mujer. La madre, siempre ansiosa por su hijo, escapa
difícilmente de un comportamiento superprotector. Vigila su
alimentación, sus ropas, sus amistades, con una minuciosidad
que le convierte en la irrisión de sus camaradas. Se
mostrará, por reacción, exigente, caprichoso, por estar
harto de atenciones tan constantes.
La madre exige una cortesía más formal, los resultados
escolares más brillantes, con frecuencia obtenidos a fuerza
de abrumarle y de lecciones particulares, la elección de
amigos bien educados, todo esto es lo mínimo que se espera
de él. Se le evitan las amistades que no estén
cuidadosamente seleccionadas, se le preserva a todo contacto
nocivo, tanto si se trata de microbios como de palabras
groseras. Se anticipan sus más pequeños deseos, lo que le
gusta, como mínimo, las ganas de hacer algo. No puede, como
es natural, beneficiarse de ninguna experiencia personal,
que es lo único que le sería realmente útil…..
Por supuesto que el tratamiento de un hijo único, producto
de los escasos recursos y malas planificaciones familiares
de los que disponen la pareja, es totalmente diferente del
hijo único deseado, cerrando por completo la vía de tener
más. La situación primera deja las puertas abiertas a
posibles soluciones meramente económicas; en la segunda
condición, una serie de circunstancias expuestas con
claridad en el desarrollo de este trabajo. Los dos casos
analizados son diferentes, aún siendo hijos únicos.
En mi niñez, en mi pequeña barriada, “Colonia Weil” de unos
treinta vecinos, no se encontraba ningún “hijo único”. La
media aritmética se encontraba en algo más de cuatro hijos.
Predominaba la familia con cuatro hijos, ocho familias en
total; seis familias, tenían cuatro hijos, y solamente una
“batía” el record con siete hijos. Solamente una pareja no
tenía hijos. Era otros tiempos, cuando todavía no se hablaba
de planificación familiar”…
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