Viernes. Doce de la mañana. Suena
el teléfono. Y oigo la voz inconfundible de un amigo que
grita alborozado: ¡Nos ha tocado el Apoel! ¡Nos ha tocado el
Apoel! “¿Se puede saber qué coño es eso del Apoel?”
-Pues el Apoel es el equipo chipriota; la perita en dulce
que había en el bombo de los cuartos de final de la
Champions League que se ha sorteado ahora mismo como quien
dice. Mientras que tú, Manolo, según deduzco, estabas
en las Batuecas.
Mi amigo es tan madridista que nos exige a todos los que
tenemos el mismo buen gusto que vivamos la pasión merengue
como él. A su mismo nivel. Lo cual resulta poco menos que
imposible. Pues lo suyo no admite comparación. Es un fan al
que los triunfos del Madrid le hacen olvidarse de sus
problemas. Cada victoria del equipo blanco le supone vivir
en un estado de felicidad que le proporciona tanto bienestar
como pesadumbre la derrota. Menos mal que mi amigo es de
tensión baja y aún está en unas condiciones físicas
inmejorables para su edad.
El fútbol es, sin duda alguna, elixir maravilloso y capaz de
cambiar el estado de ánimo de cualquier persona amante de un
deporte que ha sido considerado lo más importante entre las
cosas menos importantes. De hecho, válgame como ejemplo lo
que voy a contar del amigo que me acaba de llamar por
teléfono para ponerme al tanto del sorteo celebrado en Nyon
y, de paso, destacarme la buena mano que ha tenido Paul
Breitner; ex jugador madridista y que ha sido el
encargado de emparejar a los equipos.
Mi amigo lleva varios años disfrutando de su jubilación. Mi
amigo no es que sea la alegría de la huerta. Pero mentiría
si no dijera que en momentos concretos saca a pasear una
burla fina que hace las delicias de quienes estamos con él.
Tampoco se le puede negar su afán contemporizador y debo
confesar que pocas veces le he visto dominado por la
acritud. De ningún modo. Jamás, desde que le conozco, dio
pruebas de desabrimiento alguno.
Ahora bien, desde hace ya cierto tiempo, es decir, más o
menos cuando comenzó a hablarse de los recortes salariales
de los funcionarios municipales, mi amigo principió a torcer
el gesto. Mi amigo, por haber sido funcionario, conoce la
Casa Grande, si no más sí igual que Vivas. Y un día,
en una de las derrotas del Madrid frente al Barcelona, fue y
dijo que en el Ayuntamiento había muchos funcionarios que no
daban ni golpe. Y que cuando Francisco Fraiz, a pesar
de su carácter atrabiliario, quiso poner en su sitio a los
holgazanes, el primero que se le echó encima fue un
jovencísimo Aróstegui. Con el único fin de medrar en
política y como sindicalista.
Mi amigo tiene un hijo trabajando en el Ayuntamiento. Cuya
fama de buen funcionario le permite estar alejado de
componendas. Y en ocasiones, aunque sabe que su padre es
prudente, le recomienda que se cuide de sacar a la palestra
las muchas actuaciones desafortunadas que ha tenido el ahora
líder de la coalición Caballas cual político. A mi amigo,
gracias a que el Madrid ha salido beneficiado en el sorteo
de la Champions League celebrado hoy viernes, cuando
escribo, se le ha olvidado que tenía que haberme dado ya
pelos y señales de cuánto gana Aróstegui cada mes. A lo
mejor no son nueve mil euros. A lo mejor… Ay, el sorteo de
Nyon…
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