La Fundación Carmina Maceín es mucho más que un museo de
arte contemporáneo en el que se atesoran obras de los
grandes artistas, porque existe una confluencia de factores
mágicos en torno a la fascinante figura de esta madrileña
universal.
Del éxito y el glamour incuestionables de la Galería Skira
en plena Milla de Oro del barrio de Salamanca de Madrid, a
trasladar obras y experiencia a Tanger, donde es considerada
la gran dama del Arte, contando siempre con el apoyo de su
admirada y ya descansada amiga la Princesa Lalla Fatima
Zohra, a la que quiso dedicar su segundo libro “Souvenirs de
Tanger”.
Decir “Carmina Macein” es recordar a Pablo Picasso “el tío
Pablo” y a la familia Vilató-Picasso con quienes discurrió
buena parte de su adolescencia y juventud, marcándola
artísticamente y haciendo de su paso de Doctora en Letras
por Oxford a gran experta , marchante, galerista y
coleccionista, una consecuencia natural y previsible. Hablar
de Carmina es hacerlo de los años de “la gauche divine” en
Cadaqués junto a su gran amigo Salvador Dalí para el que ha
diseñado una gruta encantada en el museo tangerino. Y es
hacerlo de Camilo José Cela y de sus “Gavillas de Fábulas
sin amor” junto a Picasso o de los extraordinarios “Papeles
de Son Armadams”.
La historia del arte contemporáneo español no podría
escribirse sin la magnética presencia de Carmina y menos aún
sin sus conocimientos. Siempre cuento que “salí de su casa
para casarme” y que en mi habitación de ese precioso rincon
de El Viso compartí espacio con los Retratos Imaginarios de
Picasso y tuve el privilegio de residir en una pura
expresión artística donde se mezclaban técnicas y estilos.
Entre la morada de mi amiga del alma y la propia Galería
Skira había poca diferencia en cuanto a calidad-museo de las
numerosas obras.
Años 80 de la movida madrileña con la Maceín cómo una de sus
musas por derecho propio, enamorando espiritualmente a Tete
Montoliú, con un inmenso Miró adornando uno de los muros de
la galería (hoy se encuentra en el museo), la elegante
presencia de Alfonso de Borbón en aquella cena inolvidable
donde se expusieron las “Cármenes” picassianas, ignorando en
aquellos dorados años de la movida que, más tarde, sería el
hijo de Alfonso, Luis Alfonso de Borbón, el llamado a
presidir la Fundación y a vivir junto a la genial Carmina,
multitud de apasionantes aventuras en la maravillosa ciudad
atlántica y marroquí.
Del fastuoso palacete bautizado con el nombre de “El
elefante blanco” a cambiar sus regios salones, testigos de
mil recepciones, por la sobriedad ajardinada del antiguo
riad en el que emplaza el museo. Construcción laberíntica
construida en terrazas como los antiguos palacios árabes,
pasillos, salas, salones, grutas, rincones que constituyen
una sorpresa, ventanas ojivales abiertas a la inmensidad del
Atlántico, un improvisado palmeral junto a la alberca,
suelos que son de por sí otra obra de arte y la genialidad
del pintor Roselló, telúrico en sus cuadros de seres
mitológicos con ojos de gacela, fabricando inmensos murales
de belleza casi irreal y adornando con faunos que roban
flores los lugares más insospechados.
Dicen los críticos que uno de los rasgos distintivos de la
excepcional pintura del catalán Roselló es que expresa los
ojos de Carmina Maceín en cada obra, será que la mirada de
quien, en la adolescencia, vio pintar a Pablo Picasso, en la
juventud departió, compartió sueños esotéricos con Salvador
Dalí, fue silente invitada al taller de Miró, amiga personal
de Camilo José Cela que le brindó picardías y genio
literario por arrobas. ¿A quien no conoció Carmina Maceín en
aquellos años dorados?
Así pudo atrapar el esplendor de una época inolvidable y
trasladarlo a su particular “sueño tangerino”, que tenía que
ser un mágico riad y tenía que estar en el corazón de la
Kashba y bañado por la sombra del sol y la luz de la luna.
Resultaría extremadamente convencional denominar al museo de
Carmina Maceín como el más importante centro de arte
contemporáneo del norte de África, aunque lo sea y así de
reconozca, pero el riad del arte de Tanger es mucho más que
salas y grutas con los muros cargados de obras maestras de
gran valor, es más que estancias y terrazas como soporte de
magníficas esculturas, porque el misterio que logra
desprender con el alarde decorativo que lo caracteriza, le
hace caer en la irrealidad de un lugar que parece latir con
un corazón propio por el que fluye y al que traspasan la
apasionante biografía de su propietaria, el valor intrínseco
de las innumerables obras de arte, la majestuosidad del mar
atlante y bravío contemplado desde las balconadas, los
suelos con guiños de espejos y de cerámicas que son suelos
de olas atrapadas de los mares y la luz de Tánger, dorada y
resplandeciente, empapando el riad y haciendo sombras
chinescas al colarse por ventanas y balcones. Luz enamorada
de los tapices picassianos, del silencio de la gruta de
Dalí, de la gran sala de Roselló con sus matices azulados
que enamoraron a Paul Bowles, de los dibujos encantados
surgidos de la mística imaginación de la gran pintora Eva de
Hoces. ¿Donde sino en el riad soñarían con estar Bayard
Osborn y Gonzalo Sebastián de Erice?. Trazado con la
simbología de la belleza, el riad que alberga la Fundación
Carmina Maceín es prodigiosamente simbólico e
inenarrablemente bello.
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