Cada día salgo a pasear por el
mundo
y me tropiezo con caminos crecidos de piedras.
Con rosas ahogadas por los pedregales.
Con vidas humanas empedradas por el odio.
Con caminantes que, en lugar de panes,
reciben pedruscos con vetas de rencor.
Con losas que aplastan corazones de niños.
Con cantos que se clavan en cuerpos inocentes.
Con ruinas que se enraízan en familias.
Al regreso del paseo por el calvario,
en esto hemos convertido el planeta de la armonía,
rumio, luego sufro, y verdaderamente vibro
por mi hábitat cuando pienso en curar al hombre.
Hay que recuperar el sentido humanitario
del vector de la vida, cuanto antes,
y despertar la conciencia ciudadana de persona.
No podemos seguir matándonos unos a otros.
Nadie juzgue a nadie para curar el alma.
Lo que importa es devaluar el sufrimiento
y evaluar lo trascendental que es salvar vidas.
Que los gobiernos retiren todas las armas
y las reciclen del consumismo desenfrenado.
Si todos queremos la paz, no se fabriquen
artefactos, prodúzcanse caricias por doquier,
y actívese como línea de producción el amor.
Mañana, cuando vuelva a pasear, me encuentre
que la vida es una vida dedicada a los abrazos
y que ahora sí, merece ser vivida para ser
lo que soy, un ser humano, humano de verdad.
En cada persona nace la vida y se injerta
la humanidad. Olvidemos guerras y demos paz.
No hemos nacido para envenenarnos,
sino para conciliar voces y reconciliar sentimientos.
Sabed que la paz nace de una simple sonrisa,
prendida por una mirada en verso,
el verso que somos, el verso que seremos,
y así emprendemos juntos la vida que fuimos,
la vida que nos merecemos y el vivir que nos damos.
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