Una carretera ceutí convenientemente señalizada con sus
rayas blancas y un habitante de la zona que entiende que la
señalización no es más que un incómodo obstáculo para poder
aparcar, así que pinta las rayas blancas de negro y los
conductores ya no saben si están en un doble sentido, si se
permite girar ni si se puede adelantar. Caos total, mientras
“que la señalización aparece astutamente camuflada”. Hasta
que llegan las denuncias porque con el civismo y las normas
de convivencia que exaltan el respeto y las buenas maneras
algunas personas se han vuelto denuncionas.
¿Y cómo se debería interpretar la iniciativa de borrar unas
señales porque molestaban? ¿Es una conducta abiertamente
antisistema y de matices libertarios? Desde luego que el
hecho es ilícito y además constituye una conducta punible ya
que pone en peligro la seguridad de los conductores. La
solución para las rayas que incordiaban pertenece a la
España del “landismo” que era la del chiste fácil y la
carcajadota grosera, la de “la picardía al poder” y la de
las suecas de Torremolinos, lógico que cómo periodo
histórico y sociológico merezca todos los respetos, máxime
cuando inmediatamente después llegó la ansiada libertad.
¿Y qué le sucedió al fotógrafo que fue a cubrir tan genuina
anécdota de la picaresca española? Pues que le pregonaron
por entrometerse y por ir a “oler”, confundiendo sin duda el
testimonio gráfico del informador con una tentativa de
delación. Ese acto constituye un pésimo ejemplo y una clara
inducción a que más de uno y más de veintiuno se lance a
hacerse con pintura amarilla para acotar un buen
aparcamiento a la puerta de su vivienda o que la población
comience a preguntarse por las razones de no poder aserrar
un incómodo disco de tráfico, máxime si la señal implica una
prohibición.
Ya saben, puras contestación social y rebeldía en plan “las
calles para quienes las utilizan” y mucho invocar el agravio
comparativo ante los espacios de parkings acotados a los
coches oficiales, sean de la Autoridad que sea, con
excepción de los médicos que siempre llevan la lógica prisa
por llegar al trabajo para salvar vidas y de los abogados,
que siempre hemos de ir con la lengua fuera para salvar
libertades.
Pero lo esencial de esta anécdota es el peligro de simbiosis
y de que cunda la iniciativa de erradicar todo lo que
implique molestias o limitaciones y entre la sierra para las
señales y la pintura para borrarlas, Ceuta se convierta en
una “ciudad sin ley” que corresponde al “territorio
comanche” del que hablara Pérez- Reverte, todo en plan
bosnio y balcanizado, es decir, genuina “manga por hombro”.
Otro riesgo es que el improvisado pintor-camuflador, al no
haber podido ser identificado por la Policía Científica y
ante el hecho de que el Delegado no quiere llamar al CSI
porque los gastos de desplazamiento suben mucho, reincida en
su malevolencia y al son figurado de la melodía de “la
pantera rosa” y ante la falta de respuesta penal, vuelva a
emerger en plena madrugada, con el bote de pintura negra y
la brocha en ristre, crecido al haber quedado su ilicitud
impune y vuelva a las andadas. ¿Quien garantiza que no lo
hará? A quien le da la vena de sabotear señales, sabotea
señales, porque es una conducta tan adictiva como ir al
bingo, si el pirómano quema por pasión el “señalómano” ataca
señalizaciones y señales por devoción.
Se requiere en este caso la colaboración ciudadana y se
advierte de que si observan cómo un vecino, aunque su
apariencia sea totalmente honorable, se acerca a la acera
con una lata de pintura negra, amarilla o azul y mirando
furtivamente alrededor, no duden de sus malas intenciones y
llamen a la policía, para que caiga sobre él todo el peso de
la ley.
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