La flojedad social revierte en que
la fragilidad
aún tiene nombre de mujer en un mundo de hombres.
El hombre es el ser dominante y dominador
en una sociedad de luchas por ser dueño de alguien.
La mujer no es hija de las circunstancias,
las circunstancias son invento del hombre avasallador.
Ninguna época ha tratado a la mujer como mujer:
a la mujer de éxito le ha faltado valor para ser yo,
y a la entregada le han sobrado silencios para ser ella.
No hay camino hacia el trabajo decente para la mujer,
hasta que la igualdad no entienda de géneros
y las oportunidades sean para todos el igual que nos une.
La mujer ha estado siempre más trabajada que el hombre,
más humillada, porque el hombre así lo propuso y dispuso.
La esperanza del cambio es el sueño de la mujer de hoy,
nos salva la ilusión de que las mujeres y los hombres
se unan como piñas para desterrar la dependencia
como destino, el hecho más inhumano del ser humano.
El deseo de independencia es una necesidad ciudadana.
Lo confirmo y lo afirmo, hombres y mujeres se precisan.
Para eliminar violencias y para incorporar brazos a la vida.
No es el trabajo lo que embrutece, sino la holganza.
Sea hombre o mujer, mujer u hombre, tanto da,
lo que importa es cuanto amor ponemos en las personas
con las que trabajamos y con las que no tienen trabajo
para ayudarles a buscar las mieles de la faena
sin ser su esclavo, que la sumisión más dolorosa
es la de ser prisionero de uno mismo por sí mismo.
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