La eliminación de las jornadas
partidas y especiales que afectará a más de 200 trabajadores
de la Ciudad Autónoma es uno de los puntos más conflictivos
dentro de las negociaciones iniciadas entre el Ejecutivo y
las centrales sindicales entorno al proyecto de Relación de
Puestos de Trabajo (RPT). Curiosamente, tanto unos como
otros centran el debate en el aspecto estrictamente
económico; el Gobierno alega la necesidad de llevar a cabo
determinados “recortes para acomodarnos a los muy difíciles
tiempos que vivimos”, mientras sindicatos y trabajadores
defienden que no les “toquen nuestro dinero y la comida de
nuestras familias” .
Nadie parece querer entrar en lo que debería ser el
verdadero debate: ¿Son necesarias las jornadas partidas que
se van a eliminar? Para el Gobierno de Vivas, reconocer que
no son necesarias sería admitir que lleva muchos años
prevaricando, mientras que para sindicatos y trabajadores es
imposible encontrar una sola razón de peso para justificar
la necesidad de mantenerlas, porque no existe.
En este respecto, empresas del sector como Randstad han
aportado estudios que indican el aumento de productividad en
los trabajos de jornada intensiva. Pero quizás la aportación
más contundente sobre la conveniencia de aplicar la jornada
laboral continua viene de la mano de la Comisión Nacional
para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE),
que ha elaborado un decálogo que explica que “la
productividad no sólo no desciende con esta clase de
medidas, sino que se ve incrementada” pues:
1. Aumenta la motivación. La jornada continua tiene una
incidencia directa en la motivación de sus empleados. Están
más satisfechos, más felices y con mejor disposición para el
trabajo gracias a que tienen tiempo para dedicarlo a su vida
personal y a su familia.
2. Fortalece la identificación con el proyecto y con la
empresa. Los empleados satisfechos se identificarán con
mayor facilidad con una empresa que tiene en cuenta sus
necesidades y sus circunstancias personales, que les deja
tiempo para atender esas cuestiones.
3. Reduce el estrés. El estrés acumulado repercute
negativamente en el rendimiento de los trabajadores, además
esto se une a la angustia que les produce el hecho de que
las largas jornadas de trabajo les impide dedicar tiempo a
la atención de la familia, la preparación de las vacaciones,
las compras y las obligaciones cotidianas.
4. Estimula la optimización del tiempo. Al disponer de un
menor número de horas para realizar las mismas tareas que
antes distribuía a lo largo de una jornada completa, los
empleados aprenden a optimizar sus horas de trabajo, a ser
más eficaces y resolutivos en la realización de sus labores
profesionales diarias.
5. Enseña a planificarse. Sin una buena planificación, la
optimización del tiempo es una tarea imposible. Los
empleados se verán obligados a aprender a planificar sus
jornadas de trabajo con suficiente antelación, por medio de
reuniones de trabajo operativas que les permitan distribuir
sus tiempos a lo largo de la semana.
6. Permite el aprendizaje y el trabajo en equipo. El verano
es también el periodo vacacional para muchos trabajadores,
algo que obliga a los que todavía no se han ido a implicarse
más en las tareas y responsabilidades de los compañeros
ausentes, algo que sería muy difícil llevar a cabo en un
ambiente de insatisfacción laboral.
7. Mejora el descanso. La jornada reducida permite que el
trabajador sufra un menor nivel de desgaste físico y
psíquico. Llega a casa más fresco, a una hora que le permite
disponer de tiempo suficiente para su ocio y su familia sin
tener que trasnochar, y se acuesta antes, con menos
preocupaciones y con menor sensación de agotamiento. Todo
ello hace que llegue menos cansado al trabajo y en mejores
condiciones para trabajar.
8. Facilita la desconexión. Salir a una hora razonable de
trabajar permite a la persona desconectar por unas horas de
las preocupaciones laborales. Algo que sería muy difícil
hacer si la jornada que comienza se vive como una
continuación de la anterior porque se ha salido muy tarde y
apenas le ha dado tiempo para cenar con la familia y
acostarse. Un tiempo de ocio de calidad es esencial para
liberar la mente y dejarla limpia y lista para una nueva
jornada de trabajo productiva.
9. Explora nuevas facetas. Facetas de la personalidad del
trabajador que más tarde pueden tener una incidencia directa
en su trabajo. Desde cursos de formación que ahora tiene
tiempo para realizar, hasta aspectos de desarrollo personal
de cada uno de los trabajadores que, aprovechando que tienen
más tiempo y están más relajados, pueden activarse o
desarrollarse.
10. Incrementa la productividad. La productividad de los
trabajadores se ve incrementada de manera significativa,
algo de lo que se benefician tanto él como su empresa, y que
viene a probar la rentabilidad de la implantación de medidas
de la conciliación y horarios racionales.
Sorprende por tanto la falta de claridad y valentía por
parte del Gobierno de la Ciudad para reconocer que en
tiempos de bonanza las prerrogativas son muchas, y la
insolidaridad de los sindicatos por su empeño en mantener
los derechos “adquiridos” sin entender que en épocas de
escasez el esfuerzo ha de ser común, ya lo dijo Dolores de
Cospedal “Toca apretarse el cinturón”.
Y no se esperaba el que los sindicatos obstaculizaran las
medidas sino que, por decencia, las apoyaran sin fisuras,
supongo que habíamos olvidado la vieja estrategia de la
izquierda de tratar de ganar en las calles lo que no son
capaces de ganar en las urnas.
Los 11.600.000 pobres protestan porque no tienen que comer,
los 5.000.000 de parados porque quieren trabajar y no tienen
donde y los sindicatos no son capaces de asumir la postura
llena de dignidad moral de hacer que los afortunados que no
se van a ver en las colas de los comedores de Cáritas,
comprendan que a ellos les pueden recortar “algo” pero que a
millones de españoles nada se les puede recortar porque nada
poseen.
No se puede ser insolidario, ni irreal, ni frívolo y menos
aún ser marionetas de las consignas políticas de las
centrales sindicales, es en los momentos de crisis donde ha
de darse la talla. Siempre que se tenga talla, por supuesto.
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