Tuve yo un amigo, nacido en casa
donde pasar hambre era una costumbre inveterada, que se dio
cuenta de que su canina aumentaba en la misma medida que su
agudeza. De modo que un día decidió echarse a la calle para
disputarles el pedazo de pan a otros que estaban en sus
mismas condiciones. Que eran legión.
Lo primero que se le ocurrió es convertirse en palmero de
aquellos flamencos que se buscaban la vida divirtiendo a los
señores y señoritos de la noche en juergas de colmado que
duraban hasta el alba. Y es que mi amigo sabía llevar el
compás con dignidad. Y a veces, si la ocasión era propicia,
hasta se pegaba su baile entre el jaleo impostado de los
demás componentes del grupo.
Mi amigo se permitió un día cantiñearse por bulerías; pero
fueron tan sonadas sus desafinaciones que ni el estruendo de
las palmas pudo evitarle el sonrojo Y, a partir de ese
momento, decidió que nunca más volvería a formar parte de
aquel entramado nocturno donde se ganaba poco y se terminaba
dando camballadas toda la noche por mor del vino.
El vino era el mejor antídoto con el que contaban aquellos
faranduleros de ventas para aliviar sus penas y, sobre todo,
para engañar a una botarga desacostumbrada ya a cumplir
fielmente con sus obligaciones. Ocurrente e ingenioso, mi
amigo comenzó a destacar por sus frases. Verdaderas
sentencias acerca de los hechos de actualidad; ya fueran
políticos, sociales, económicos o deportivos.
Mi amigo encontró pronto quien le ofreciera trabajo: se
trataba de un empresario circense que le ofreció un puesto
acorde con sus conocimientos sobre personas y circunstancias
de la vida. Y él aceptó ser la persona de confianza de ese
empresario con la misión de tenerle al tanto de cuanto
ocurriese dentro de la carpa.
Tras unos meses de ver cuanto acontecía en el espectáculo, y
en vista de que las taquillas no respondían a lo previsto
por el empresario, éste no dudó en consultarle a mi amigo
acerca de ese problema. Y mi amigo, que no era de los que se
mordían la lengua, respondió en corto y por derecho:
-A la gente le gusta ver fenómenos. Yo te puedo decir que
los artistas que más éxitos tuvieron en el circo donde yo
estuve de espectador eran los enanos, los contorsionistas y
algunos números más. Pero, a pesar de ello, nunca obtuvieron
ni los triunfos ni las recaudaciones de los circos que
llevaban fieras. Las fieras gustan porque el público espera
que en cualquier momento se coman al domador. El público es
así. ¡Qué gente!
Lo de mi amigo se me ha venido a la memoria al comprender
que lo que está ocurriendo ahora mismo en la política local
no deja de ser circense. Vamos que es calcado a lo que suele
ocurrir durante la representación de un circo con fieras.
Las fieras, en este caso políticas, son Aróstegui y
Alí. Que en tiempos revueltos donde los haya, por
culpa de una economía ruinosa, están gozando de atención
ciudadana por ver si son capaces de merendarse a Vivas:
el domador. Y ellas, las fieras de Caballas, están
empecinadas en lograrlo. Craso error. Puesto que el domador
está sobrado de recursos. En rigor, los leones serán
domeñados y acabarán pasando por el aro en llamas. Triste
sino para unas fieras políticas. Cuyos rugidos, en este caso
de claxon, solo sirven para distraer al personal.
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