Nacido a escasos kilómetros de Ceuta, el destino del joven
Amin Zarghil fue desde el día uno diferente al de los chicos
que crecen a este lado de la frontera. El lado de Europa,
que muchos identifican con la esperanza de algo mejor, una
esperanza que quizás no tan casualmente da nombre al centro
que acogió a Amin durante casi tres años en Ceuta, el centro
para Menores Extranjeros No Acompañados de San Antonio,
conocido popularmente como ‘La Esperanza’.
La historia de Amin es una más de los cientos de memorias
que genera la inmigración en Ceuta, una en este caso con
final o un presente feliz, si bien no puede usarse para
generalizar sobre los menores que pasan una temporada más o
menos larga en la Ciudad Autónoma. El joven, que hoy tiene
21 años y reside legalmente en Barcelona, llegó a Ceuta en
2006, con apenas 15 años. Venía con un par de amigos, a
pasar el día desde Tetuán, pero según recuerda mientras
estaba paseando por el puerto fue divisado por la policía,
que lo condujo junto a sus compañeros a ‘La Esperanza’. Amin,
que no venía con ninguna intención de quedarse, se
sorprendió al encontrar allí a su amigo de la infancia
Makram.
“Me dijo que me quedara- recuerda- pero yo le contesté que
no podía, que tenía que volver a casa con mis padres, así
que me fugué. Un día cuando nos llevaban de paseo me escapé
y volví a Marruecos”, afirma.
Pero las cosas ya habían cambiado en el interior del chico,
estudioso en su ciudad natal y que ya entonces había
empezado a pensar en las oportunidades que no podía
encontrar en su país natal. Así fue como decidió dejar a su
familia y volver a Ceuta, donde fue conducido nuevamente a
San Antonio. Esta vez ya tenía una idea clara en el
horizonte: estudiar y convertirse en una persona capaz de
ayudar a su familia a salir adelante.
Durante el tiempo que pasó en Ceuta, Amín se aplicó en
aprender castellano. Estudió, primero en el Colegio Santa
Amelia y después en el Instituto Siete Colinas. “Era muy
responsable y lo sigo siendo. No fumo ni bebo, y durante los
dos años y medio que pasé en el centro nunca salí”, explica,
diciendo que como en cualquier otro entorno social, entre
los MENA hay “de todo”. “El que es un delincuente es un
delincuente antes de entrar”, comenta, aunque aclara que en
su época “había pocos”.
Tras su paso por ‘La Esperanza’, Amin pasó una temporada
viviendo en una casa de acogida de Cruz Blanca. Fueron unos
ocho meses en los que consiguió trabajo en una empresa de
electricidad. “Mi jefe, que me prometió pagarme el sueldo
completo después de seis meses de prueba no cumplió su
palabra, así que aguanté un año para conseguir la cotización
y después lo dejé. No me parecía justo”. Amin volvió
entonces una temporada a Marruecos. Estuvo con su familia.
Reflexionó.
Finalmente, aprovechando que conservaba la residencia legal
en España durante dos años, viajó a Barcelona para reunirse
con su hermano. Consiguió el carnet de ‘carretillero’ y
desde hace tres meses trabaja como limpiador en unos
almacenes. “Me han renovado otros nueve meses y estoy
contento, aunque lo que realmente me gustaría es seguir
estudiando”, explica.
Para Amin, Ceuta significa un claro punto de inflexión en su
vida. Aquí, según afirma, aprendió todo lo que es hoy. Algo
que agradece “de corazón” a ‘sus educadores de ‘La
Esperanza’. Entre ellos destaca a Celia, Mustafa, Serafín...
“Sobre todo Celia fue alguien muy importante para mi. Hacía
su trabajo correctamente, nos daba lo que necesitábamos en
cada momento. Nos apoyaba, nos enseñaba... nos daba una
educación tremenda. Es la mejor persona que he conocido en
Ceuta. Me enseñó mucho español y siempre estaba ahí cuando
tenía bajones”, dice.
Uno de esos momentos fue cuando su amigo Makram, que no
llegó a cumplir 17 años falleció al despeñarse desde la zona
conocida como el ‘Salto del tambor’, cerca de la cala de la
Potabilizadora. “Habíamos ido a preparar un tallín. El subió
a cortar leña y se cayó”, afirma el joven, que todavía hoy
se emociona cuando recuerda que aquel fue “el palo más
grande” que se ha llevado en la vida. “Cuando tenga un hijo,
quiero llamarle Makram”.
En momentos como aquel es cuando el apoyo del personal de
‘La Esperanza’ fue más importante para el joven, que
reconoce seguir pensando en acabar sus estudios, acceder a
una carrera y conseguir, algún día, trabajar de educador.
“Creo que sería muy bueno ayudando a chicos como yo, porque
entiendo qué es lo que necesitan. Ahora no puedo, porque
tengo que mantener mi trabajo, pero algún día espero poder
hacerlo”.
En Barcelona, donde reside desde hace ya un año, se siente
totalmente integrado, incluso ha aprendido ya algo de
catalán “nunca he tenido problemas con los idiomas”.
En cualquier caso, el sueño de Amin se encuentra casualmente
ahora en el lugar que le hizo soñar hace algunos años:
Ceuta. Aquí es donde quiere regresar algún día para poder
trabajar con chicos como el que él mismo fue no hace tanto
tiempo.
“Marruecos es mi país - dice con orgullo y no sin cierta
resignación- pero ahora mismo preferiría traer a mis padres
a España. Mi padre no puede andar y mi madre es ama de casa.
Aún no tengo un futuro seguro para regresar”.
“Ceuta me dio la vida, y dejaría cualquier cosa para volver
allí”, afirma convencido al otro lado del teléfono. “Lo que
me enseñaron en ‘La Esperanza’ es todo lo que tengo. Allí me
mostraron que eres persona antes de ser ciudadano de un
país”.
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Personas por encima de nacionalidades
Amin Zarghil, de 21 años, es uno
de los jóvenes marroquíes que han pasado una temporada de su
vida al cuidado de las instituciones ceutíes, en concreto el
centro de acogida de Menores Extranjeros No Acompañados
(MENA) de San Antonio, conocido como ‘La Esperanza’, cuyo
cierre está ya a escasos meses de tener lugar y desde donde
los menores serán trasladados al nuevo albergue de San José
(Hadú). Para Amin, vivir en Ceuta y ser atendido por los y
educadores del centro ha supuesto una oportunidad que nunca
habría tenido en Marruecos, que devuelve a la sociedad
española con trabajo, respeto y la intención de trabajar
“algún día” con jóvenes como el que él mismo fue en su día,
y a quienes los responsables de ‘La Esperanza’ enseñaron los
principios que hoy atesora.
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