Hoy se habían reunido antes que de costumbre en la
sastrería. Estaban Manolo Bajo sargento de artillería, el
sargento de Ingenieros Montes, el teniente Lluch de
Intendencia, el capitán veterinario Eulogio Fernández, el
practicante Chacón y el albañil Toboso Rosell, Matamala,
Pedrosa, Subiza, Vázquez, Lagares, Márquez Donaire, Barberán,
el alférez Herrera, el sargento Teófilo Domínguez de
Intendencia, Matías Redondo del cuerpo auxiliar subalterno
de Alcázarquivir. Y como siempre Domínguez del Barrio, y
esta vez alguien más importante. Estaba Cristóbal de Lora, a
la sazón gran maestre de la logia masónica de Marruecos e
interventor territorial de Arcila. Y tampoco era casualidad
que estuviera en Larache desde primeras horas de la mañana
el jefe del ejército del Norte de África, Agustín Gómez
Morato. Sabía de la unánime opinión de la mayoría de los
jefes y oficiales de Larache, para unirse a la sublevación.
Alrededor de las cuatro de la tarde sonó el teléfono en el
Casino Español. Curro lo cogió rápido como siempre. Aunque
tenía solo 13 años era el auténtico jefe de los botones del
casino. Curro, mote de Moisés Melul, salió corriendo como
alma que lleva el diablo hacia el Café Hispano-Marroquí,
donde estaba Gómez Morato junto con otros oficiales del
ejército. Llamaba el Presidente del Gobierno Casares Quiroga
para decirle al general que se fuera inmediatamente para
Melilla. Su carrera militar acabaría poco después de
aterrizar allí. Probablemente Franco le pasaría factura por
su oposición, no solo al golpe militar, sino también a su
entrada en la logia LIXUS de Larache en 1.926, junto al
general Riquelme y el general Romerales.
Sobre las siete de la tarde el sastre mandó a su ayudante a
un recado algo especial. Que fuese a la escuela
hispano-israelita para decirle a Matamala que mandase a sus
hijos a casa porque había estallado un golpe militar en
Melilla. Matamala cerró la escuela a cal y canto y salió
corriendo con Soto separándose al pasar por la calle Ocho de
Junio. A su vuelta a la sastrería salía el practicante
Chacón a toda prisa y su jefe estaba cerrando el negocio
rehusando atender a un cliente que en ese momento llegaba a
por una americana. Soto sabía que algo se cocía pero no
sabía exactamente el qué y por eso desde hacía tiempo
mantenía más que buenas relaciones con el agente Rodríguez.
Tan buena relación que se hizo con una buena cantidad de
documentos que estaban en el probador de la sastrería y en
la habitación de la azotea de la misma. Esos documentos iban
a ser la sentencia de muerte para el sastre, Giraldi, y
Domínguez del Barrio.
20 horas. Rodríguez aprovechó la ocasión para cargarse a
Gilardi de una vez por todas. Era su momento. El Interventor
Regional había llegado a la jefatura para entrevistarse con
Gilardi, y Rodríguez lo abordó sin ningún reparo
explicándole la vigilancia que los seguidores de Jiménez
realizaban con el placet de Gilardi y del capitán de la
guardia civil, citando a Gilardi a las 22,30 horas en su
mismo despacho. En la intervención varios funcionarios
republicanos protestaban acaloradamente ante el interventor
territorialAnteriormente Gilardi había ordenado a toda la
plantilla que se concentrasen frente al edificio de correos
en la avenida de la República a las 23 horas. Que fuesen
armados y que ante cualquier incidente lo cortasen con toda
energía, particularmente si fueran elementos fascistas o de
derechas. Todos estaban armados y bien municionados, pero
nadie fue a Correos. No hizo falta.
La vigilancia había empezado antes. Estaba claro que se
produciría en breve el golpe militar. Domínguez del Barrio,
Ferrer y Vázquez quedaron en el bar del Cocodrilo. Cuando
vieron pasar con bastante prisa a Aurelio Rodríguez y su
compañero de vigilancia, el agente Muro, salieron deprisa
hacia el jardín de las Hespérides y de allí bajaron por la
cuesta de la Torre. Esa noche no estaban como era de
costumbre en la terraza del café Hispano-Marroquí, lugar
donde se reunían asiduamente, lo que extrañó a los policías.
Se pidieron ambos un café y desde uno de los ventanales
podían controlar la calle. En unos minutos, se oyeron
disparos.
-Parecen provenir de los alrededores de la Comandancia de
Ingenieros. Vamos pitando. En medio de la calle un tropel de
gente, sobre todo de mujeres y niños salía sin orden ni
concierto del Teatro de España. Rodríguez y Muro intentaron
contenerlos con la ayuda de un guardia de seguridad que
pasaba por allí. Pistolas en mano hicieron retroceder a la
multitud haciéndoles llegar a la mayoría hasta la Unión
Española. Allí, como un punto más de vigilancia estaba como
siempre Vázquez Castillo.
-Ayúdeme, por favor. Del grupo había surgido una chica, a la
que llamaban la Peluquera que pidió la ayuda de Aurelio
Rodríguez y la acompañó hasta el Zoco Chico. A la altura de
la Valenciana, sonó otra descarga y precisamente en el arco
de entrada a la plaza de España otro grupo de gente venía
huyendo de la calle Ocho de Junio.
-¡¿Qué hacen Vds. las autoridades de Larache, que no se
enteran de lo que está sucediendo?! ¡Estos militares nos
están asesinando! Era Juan Castañeda Tinoco, vecino del
Barrio Nuevo y miembro del Centro Cultural Obrero de Larache,
del que era secretario de albañiles. Castañeda ni podía
imaginarse que decir eso le costaría doce años en la Prisión
del Hacho por excitación a la rebelión. Ya en octubre de
1934 le habían detenido 3 días y expulsado del Protectorado
por sospecha de estar afiliado al partido comunista,
amnistiándosele luego.
Aunque estaba fuera de servicio Rodríguez volvió a la
jefatura de policía donde ya un sargento de Ingenieros
estaba al mando con 10 soldados. Gilardi los había llamado
para proteger la jefatura. Al no encontrarlo, fue hacia la
jefatura del Territorio. Allí encontraron a Gilardi, junto
al capitán Galán y al Interventor Regional. Gilardi. Al
intentar darle la novedad, Gilardi le dijo que estaba
detenido. Que se hiciera cargo del despacho Colomer como más
antiguo y entregando las llaves a Aurelio Rodríguez. Antes
tanto el Interventor como Gilardi se habían puesto a las
órdenes del Coronel Eleuterio Peña (delegado de Asuntos
Indígenas desde el 14 de junio cuando sustituyó al teniente
coronel Muñoz Grandes) al teléfono desde Tetuán. Gilardi le
había dicho que los oficiales habían engañado a los soldados
al sacarles a la calle. Eso le valió la inmediata detención
y su próximo fusilamiento.
Mientras tanto, Muro siguió hacia su domicilio,
encontrándose de frente con todo el pastel. Frente a la
Misión Católica y en una camioneta estaban colocando el
cadáver del teniente Reinoso en aquel momento. Una nueva
descarga tronó. Se parapetó a la espalda del kiosco en
construcción. Al oír dos nuevos disparos procedentes del
interior del Banco de Estado de Marruecos cambió su posición
porque estaba en línea de tiro. Eran los mehaznis de
vigilancia en el banco que lo custodiaban. Pensó mejor en
volver a la jefatura y no complicarse la vida porque pistola
en mano podía ser confundido por los militares como elemento
contrario al movimiento. En los umbrales de la jefatura se
encontró con un grupo de paisanos pidiendo armas,y siguió
hacia el edificio de la Intervención Territorial, donde el
Interventor hablaba con el Coronel Peña de Tetuán. Al
momento entró Gilardi mirándose por todas partes de su
cuerpo.
-No sé si me habrán dado, dijo. Y al teléfono se puso a las
órdenes de Peña diciendo: los oficiales han sacado las
tropas a la calle y al darse cuenta los soldados de que les
engañaban han disparado contra ellos, habiendo dos muertos.
Lo cierto es que a las 23 horas del 17 de julio, una
compañía del Batallón de las Navas al mando del capitán
Moreno Farriols, proclamó la sublevación, a pesar de la
oposición del Teniente Coronel Romero Basart, que huyó como
pudo hacia el Marruecos Francés y de ahí a la España
republicana. Su prioridad era tomar la sede de Correos y
Telégrafos. Y allí fallecieron en la misma puerta y por
disparos de sus propios soldados los tenientes Jacobo Bozas
y Francisco Reinoso. El 22 de julio, el soldado Alfredo
Martín Blasco a las cinco de la mañana, en el Campo de tiro
de Nador, en las afueras de Larache, sería fusilado, como
autor de los disparos. No hizo falta juicio.
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