La última vez que crucé unas
palabras con Juan Vivas fueron para darle el pésame
por la muerte de su madre. Confío en que la memoria no me
falle en esta ocasión. Aunque qué importancia podría tener
si acaso yo estuviera equivocado en la fecha.
Aquel día, en el tanatorio, y desde sitio adecuado, pude
observar al presidente, sin caer en la indiscreción, y me di
cuenta de que el paso del tiempo no envejece tanto como
permanecer en el poder, sea este impuesto o no (la frase no
es mía, pero no haré el menor esfuerzo en levantarme para
buscar el nombre de su autor).
Debo confesar, aun exponiéndome a que le dé al presidente
Vivas un ataque de coquetería maltratada, que lo hallé
desmejorado, venido a menos en su lenguaje corporal, y las
bolsas acentuadas debajo de sus ojos delataban el estado
fatigoso de un dirigente que había perdido la lozanía de
quienes acceden a los cargos y son capaces de conservarla
durante varios años.
Fue en aquellos momentos, cuando dije para mí: a este hombre
hace ya mucho tiempo que los problemas del gobernante le van
minando la salud sin solución de continuidad. Seguro que
lleva mucho tiempo padeciendo el mal del despacho en el cual
tomar decisiones es tarea ineludible.
De cualquier manera, le di respuesta a mis pensamientos:
dicen que gobernar es el costoso resultado de habilidad,
paciencia, inteligencia e imaginación. Y, tras analizar
todas esas cualidades, no tuve el menor empacho en reconocer
que una media de todas ellas redundaría a favor de Vivas en
un promedio de condición por encima del aprobado.
Luego, dejando volar mi imaginación, que a veces me da
buenos resultados, desdeñé que la inspiración formara parte
de la forma de actuar de Vivas, e incluso comprendí que era
mejor así, por más que ésta pueda intervenir en ocasiones
concretas y hasta consiga réditos. Eso sí, del carisma ni
hablo. Nada tiene que ver el encanto con que un político se
afane en aparecer afable y educado y haga de la llaneza su
escudo de armas ganador de elecciones por mayoría absoluta.
A propósito: a veces obtener mayoría absoluta llega a ser
motivo de descuido por parte de quienes las consiguen. Quizá
porque hacerlo con mayoría relativa requiere más cacumen,
más seriedad y más sabiduría política. Pero lo dicho es
cuestión de gusto. Todo político lo que desea fervientemente
es ganar las elecciones como las ha venido ganando JV. De
hecho, ahí está Mariano Rajoy: antes vilipendiado por
periodistas afines a la derecha y ahora a los mismos les
importaría nada y menos abrocharle la cremallera de la
entrepierna. Si así lo reclamara.
A lo que iba, que los tiempos han cambiado, para mal, y esos
tiempos han cogido ya a Vivas saturado de problemas,
lógicamente estresado, y necesitado de ayuda de los suyos.
De todos los suyos. Pero, ay, muchos de ellos se quedaron a
mitad de camino. De un camino que le tocará recorrer a él
con las personas que en su momento obtuvieron su confianza.
Si acertó o no, el tiempo lo dirá.
Así pues, cada día que pasa va creciendo la alegría
compartida por Juan Luis Aróstegui y Mohamed Ali;
convencidos ambos de que la crisis económica les está
proporcionando la oportunidad de apabullar al presidente de
la Ciudad. Alí y Aróstegui, por más que se rían a
carcajadas, tienen el mismo destino: ser lo que son…
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