Cuando Jiménez Muro y García Viano le vieron entrar,
supusieron que algo importante pasaba. Era una mañana
calurosa de julio y la humedad de la cercanía costera la
hacía poco pasable, más, si en el trabajo el jefe les
obligaba a llevar corbata, al menos cuando estaban de
servicio.
-Buenos días, ¿está Gilardi? Con demudado semblante,
sudoroso, y pruebas inequívocas de excitación y nervioso,
preguntó el sastre, que es como conocían a Manuel Jiménez.
A ninguno de los dos les agradó su presencia. Al agente
Alcázar que pasaba por allí tampoco. Sabían que era el
cabecilla de los republicanos de Larache, y que en su
sastrería se reunía cotidianamente el grupo que capitaneaba,
al igual que en la logia masónica de la calle Cónsul Zapico.
-Buenos días. El jefe no está.
-Necesito hablar con él urgentemente y de forma
confidencial. Es necesario tomar medidas.
-Dígame Sr. Jiménez. Dijo Jiménez Muro.
-No sé, titubeó. Ustedes me inspiran confianza… Mi gente me
confirma que hay un retén en el Destacamento de la Radio que
prepara un golpe militar. Es necesario que lo sepa cuanto
antes Gilardi, reiteró un par de veces.
Los agentes sabían de sobra a quienes se refería como su
gente. Entre ellos lo más granado del republicanismo en
Larache, algunos también masones y otros de ideología
comunista o socialista. Llevaban controlándolos más de un
año, y conocían el informe que en 1.931 había hecho el
agente Millet sobre la logia masónica LIXUS y su tapadera en
LA VÍNICOLA como Sociedad Lixus Humanité y también la
investigación de 1.934 que llevó a dar con sus huesos en la
cárcel de Tetuán a una veintena por actividades comunistas.
Entre ellos se encontraban Domínguez Del Barrio, Ferrer,
Vázquez Castillo, Díaz Bosch, Matamala, Gambino, Madroñal,
algunos funcionarios de correos y telégrafos, y militares,
además del capitán veterinario Eulogio Fernández, el
practicante Chacón y varios funcionarios municipales.
Domínguez Del Barrio que de sus tiempos de guardia civil
conocía a Jiménez Muro se había atrevido a decirle que
estaban siendo vigilados militares y policías que eran o se
significaban de derechas, de lo que este tomó buena nota.
Desde el día 9 de julio se organizaron patrullas (como en
otras ciudades del Protectorado) por turnos para vigilar los
movimientos preparatorios del golpe en la Radio, la Misión
Católica, la Academia Politécnica y la Barriada de Nador. Se
camuflaban tras el Casino Español y tras la panadería de
Izquierdo, a veces tras algunos domicilios particulares de
militares y en el callejón donde se emplaza el Heraldo de
Marruecos, el Jardín de las Hespérides y el Balcón del
Atlántico. La vigilancia se realizaba hasta el amanecer
dando cuentas al veterinario de todo lo acontecido en la
misma, al darle novedades siempre en su Chevrolet. Su
matrícula M.E. 1.204 estaba memorizada en todo el cuerpo de
policía de Larache.
Ambos agentes de policía y Aurelio Rodríguez también
destinado en la jefatura de Larache se habían quejado a
Gilardi por la complacencia ante estas actividades y
amenazaron con protestar ante el Interventor Regional.
García Viano le pidió que solicitara la orden del
Interventor Regional para poder cachearlos a partir de la
una de la madrugada. La vigilancia solo disminuyó, pero
continuaba establecida y el capitán veterinario Eulogio
Fernández seguía recorriendo los puestos, dando órdenes y
estableciendo contactos. Por eso encargaron a dos guardias
de seguridad, por más señas al número 56, Justo Pastor y al
77 Sid Abdelah Ben Laarbi que controlasen los movimientos y
a los ocupantes del Chevrolet del veterinario. El auxiliar
indígena Fahsi se había cerciorado repetidamente de dichas
circunstancias, y el teniente Reinoso le había dicho a
Alcázar que le habían seguido con un automóvil de noche
varios días antes y le habían amenazado también. Les unía
una gran amistad.
Lo cierto es que solo dos días más tarde Reinoso sería
abatido por disparos de sus propios soldados cuando
intentaba tomar la central de telégrafos de Larache. Alcázar
los relacionaría luego de forma directa con la muerte de
Reinoso y además aborrecía a Gilardi muy próximo a las tesis
republicanas y de izquierda y confidente del sastre, al que
espiaba continuamente su ayudante Soto, amigo de algunos
policías que facilitaron el golpe militar. Le acusaba de
haber violado el secreto de sumario en las causas del
teniente de la Mehalla de Larache Santos Hernández y del
teniente farmacéutico Subirón. Y por eso montaron un
servicio de contravigilancia. Lo que más le costaba digerir
a Alcázar y a su amigo y compañero Aurelio Rodríguez es que
el veterinario actuara de enlace con Gilardi y el capitán de
la guardia civil Galán a los que les daban novedades
diariamente.
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