Cuando Rodrigo Rato nos
visitó, hace apenas nada, se le rindieron honores
desmesurados. Los que jamás han merecido los banqueros y,
mucho menos, cuando se tiene la certeza de que ellos son
culpables en gran medida de la ruina económica de la que
goza medio mundo y parte del otro medio. Nunca antes se
había visto tanta demostración de vasallaje en escena, si
acaso decidimos olvidarnos de cuando la visita del Rey.
Recibimiento fabuloso al que se había hecho acreedor por
muchas y variadas razones.
Por cierto, en estos momentos le convendría a don Juan
Carlos darse un garbeo por Ceuta para recuperarse de los
malos ratos que viene pasando por culpa de Urdangarin.
Y es que ni siquiera los grandes hombres pueden librarse de
los disgustos que propician yernos, cuñados, primos y otros
parentescos de poco fiar. Pues eso, que no tengo la menor
duda de que los ceutíes estarían dispuestos a hacerle pasar
al Monarca unas horas extraordinarias, con el único deseo de
que volviera al Palacio de la Zarzuela henchido de
satisfacción y con gozo indescriptible.
El presidente de Bankia, sin embargo, me refiero a Rodrigo
Rato, debió regresar a Madrid, a pesar de las muchas
cucamonas recibidas en esta tierra, hecho a la idea de que
las zalamerías y carantoñas con las cuales fue obsequiado no
influirían de ningún modo en el informe negativo de los
técnicos especialistas en la concesión de préstamos. Que es
la mejor manera que tienen los directivos principales de la
cosa para lavarse las manos ante las reclamaciones de los
políticos frustrados por semejante desengaño.
El desengaño, según leo, es de aúpa: los dineros que
prestará Bankia a la Ciudad no serán los esperados. Bueno,
menos da una piedra. Y quien no se consuela es porque es
incapaz de echarse dos vasos al coleto acompañado de
cualquier aperitivo de los preparados en sitio adecuado.
En sitio adecuado pude enterarme, así como quien no quiere
la cosa, de algo relacionado con Francisco Márquez.
Nada malo, por supuesto que no. Y sí lo fuera, sepan ustedes
que a mí no se me ocurriría decir ni pío. Hasta ahí podía
llegar yo. Y mucho menos conociendo la gran amistad que
reina entre el hombre que, según él, llegó a la política por
casualidad y un Francisco Antonio González que lo
hizo por vocación.
Francisco Márquez, según me dijeron, ha sido quien más ha
sentido el revés sufrido por el Gobierno por parte de Bankia.
Es más, parece ser que él no esperaba esa forma de actuar de
RR. Y, claro, se le ha venido el mundo encima. Por razones
fáciles de entender.
En fin, que lo que sea sonará y será, al menos, más
difundido que la posible venganza perpetrada contra la
Asociación Deportiva Ceuta por parte de un árbitro de la
tierra: Salvador Alcaraz Yánez; a quien las crónicas
del partido del equipo local contra el Lemona culpan de
haber hecho todo lo posible para birlarles la victoria a los
hombres de Sergio Lobera.
Por todo lo dicho, conviene no fiarse de los propios. Ya que
los propios, vaya usted a saber por qué, se suelen comportar
peor que los adversarios. Ay, Rato. Ay, García Gaona.
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