Esta es la noticia. Las
desigualdades en el lugar de trabajo han aumentado de manera
considerable en toda Europa como consecuencia de la crisis
económica mundial, y, lo peor, es que continuarán
incrementándose a medida que más países introduzcan medidas
de austeridad y reformas laborales, según un reciente
estudio publicado por la Oficina Internacional del Trabajo
(OIT). Es evidente que las condiciones de trabajo, los
salarios, el empleo y la igualdad de género, se han
deteriorado muchísimo en la cuna de la cultura occidental.
Que se acreciente la desigualdad requiere por parte de todos
una solidaridad cada vez mayor y comportamientos coherentes.
De lo contrario, se activarán los actos de violencia. Nadie
puede desentenderse de nadie y mucho menos desinteresarse de
situaciones que podríamos padecer cualquiera de nosotros.
Desde luego, el sistema económico europeo va a seguir en
peligro mientras no se reduzcan las diferencias salariales
entre los trabajadores de base y los que se encuentran en la
cima. Los trabajadores poco cualificados son los primeros
que se despiden. Igual sucede con aquellos que tienen
contratos temporales, se abusa de su situación extrema y
nada se hace por cambiar. Al empleador le interesa esta
situación de dominio y de recortes salariales, en parte para
seguir aumentando sus ingresos. Sin duda, esta crisis que
afecta sobre todo a la clase obrera, o sea, a la clase menos
pudiente, no sólo va a detener los progresos alcanzados en
Europa en relación con las condiciones de trabajo y el
empleo, sino que también va a pasar factura recesiva, la
está ya pasando, en cuanto al estado de bienestar de las
personas. Un bienestar que nos lo estamos cargando con la
merma de recortes sociales, de diálogo social, protección
social y derechos fundamentales.
Esto debería activar los resortes de los Estados sociales y
democráticos de derecho, poniendo como preferente en todas
las agendas políticas la lucha contra las desigualdades,
desarrollando un conjunto de acciones que aborden las
nefastas diferencias en el mundo del trabajo. En cada una de
sus formas, el trabajo merece un respeto particular, puesto
que, detrás de cualquier labor, hay siempre una persona. Y
tan fundamental es una carga de trabajo como otra, la del
obrero último como la del empresario. Es lógico, por tanto,
que se produzca una justa reacción social, ante injusticias
nacidas de esta crisis galopante, que está dejando
desempleados como jamás. De ninguna manera, pues, es algo
utópico afirmar que se podrá hacer del mundo del trabajo un
mundo de justicia. Es una obligación que así sea. Por eso,
habrá que estar atento a esas desigualdades inconcebibles en
el lugar de trabajo, que generan pobreza, lo que es
sintomático de la falta de empleo decente.
La solidaridad del mundo del trabajo, de las mujeres y
hombres que trabajan, no puede echarse abajo. El caso de
España, donde la desigualdad ha aumentado todavía más, por
el gasto desordenado de tantísimas administraciones
públicas, parece como si la política no mirase al bien común
y que el pueblo se volviese pasivo y frío ante el problema
del paro. Esto es una auténtica calamidad social.
Ciertamente, nadie debe gastar más de lo que tiene. Por
consiguiente, no sólo hay que crecer de manera sostenible,
también de manera solidaria y transparente. Uno de cada tres
trabajadores en el mundo está desempleado o vive en la
pobreza. Además tenemos millones de jóvenes sin trabajo y
numerosas personas que trabajan en condiciones bochornosas e
inseguras. Sin duda, Europa, tiene que revisar y establecer
controles en sus órganos de poder. No olvidemos que es el
continente que ha tenido más influencia en la historia del
mundo y que la sigue teniendo, puesto que la inmensa mayoría
de sus países se rigen por sistemas democráticos. A pesar de
ello, no en todas las naciones están igual de desarrollados
los derechos de los ciudadanos, como puede ser el derecho al
trabajo y el deber de trabajar.
A mi juicio, por tanto, lo que se precisa con urgencia es
que la creación de empleo se convierta en la mayor
prioridad; pero no una creación de empleo de cualquier modo
y manera, puesto que si toda persona tiene derecho al
trabajo, también tiene derecho a condiciones humanas y
equitativas de trabajo y a la protección de su dignidad. Que
aumenten las desigualdades en el lugar de trabajo es un
claro ejemplo de abuso. No entiendo porque las mujeres o
determinadas categorías obreras conforman una fuerza de
trabajo secundario, lo que genera una discriminación que hay
que combatir con dureza y tesón. Pienso, por tanto, que ha
llegado el momento de promover oportunidades para que
mujeres y hombres obtengan trabajo en una ocupación
productiva, justamente remunerada y que se ejerza en
condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad
humana. Mal que nos pese, no saldremos de la crisis hasta
que esto no sea una realidad.
Sin duda alguna, es fundamental disminuir las desigualdades
para erradicar la pobreza, reforzar las economías y
construir sociedades pacíficas y estables. Ya está bien de
lamentos y de que la recesión económica siga cobrando su
alto precio tanto en la cantidad como en la calidad de los
empleos. Condeno, en consecuencia, la corrupción política y
la piratería empresarial, al tiempo que lanzo un llamamiento
a la Unión Europea, como a tantas organizaciones
internacionales, para que adopten todas aquellas medidas
necesarias destinadas no sólo a la prevención de este tipo
de hechos, sino también a proporcionar cuidado y respeto a
los obreros que experimentan la exclusión más injusta
socialmente; la pérdida del trabajo o la desigualdad en el
lugar del trabajo. A veces el obrero tiene más necesidad de
apoyo moral que de pan. Tengámoslo presente.
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