Colaborar buenamente desde Ceuta
con Mohamed y Chergui de “Enfermos sin Fronteras” y acudir a
nuestro suntuoso (deberían ustedes ver los hospitales de la
Península) Hospital Universitario de Ceuta, para visitar a
niños marroquíes con enfermedades desesperadas que son
tratados con mimo y acaban siendo trasladados en helicóptero
a buenos centros, esa labor tranquila nada tiene que ver con
la dura realidad de los viajes semanales al país vecino de
estos dos hombres de Dios.
Por otra parte al pertenecer a la asociación era normal que
“alguna vez” tuviera que dar un paso adelante en la
implicación-complicación y formar parte de estas visitas a
los enfermos “sobre el terreno”. Que no es el terreno amable
de una hospitalización en Ceuta porque aquí llegan los niños
que están en la fase “vida o muerte” y son casos gravísimos
que nuestra Sanidad asume por humanidad. Por el contrario el
terreno de este sábado ha sido el de la pobreza extrema y
desesperada cuando se mezcla con enfermedades como la
parálisis cerebral en el hijo de una pobre viuda que vive en
una habitación de unos diez metros, con su niño enfermo en
la silla adaptada trabajosamente adquirida por Mohamed y
Chergui, rascando de donde no hay, pidiendo, rebuscando y no
es sólo la silla, ni son los pañales, ni las mantas
regaladas, sino la medicación y atender a las necesidades
mínimas de la familia.
¿Y cómo estaba el cubículo donde vive el niño enfermo?
Limpio cómo una patena y no nos esperaban, de hecho el
pequeño estaba al cuidado de una hermana y tuvieron que
mandar a llamar a la madre. Cuando a la pobre mujer le
dieron la ayuda se echó a llorar, así que ahí comencé a
comprobar que la labor de “Enfermos sin Fronteras” no es tan
solo incordiar para que le den un visado a un diminuto
paciente que necesita una operación cardíaca de urgencia,
sino que es “meterse y entrometerse” en las necesidades
extremas de las criaturas. ¿A cuantos paralíticos cerebrales
y tetrapléjicos pudimos visitar? Hubo un momento en el que,
entre callejuelas y bajando los escalones de una especie de
vivienda-cueva donde encontramos a otro niño paralizado en
un colchón, en otros diez o quince metros, porque aquello no
llegaría a veinte, pero escrupulosamente refregado y
ordenado, creo que ahí perdí la cuenta y en otra especie de
palomar en el antiguo barrio judío con una adolescente atada
a su silla y con los miembros agarrotados, donde se podía
comer en el suelo, ya ni sabía por donde me daba el aire.
Aunque ni Mohamed ni Chergui hacen las cosas de forma
anárquica, todo era milimétrico y con listas de medicinas
para los tratamientos, más pañales, esponjas y jabones,
comida y la consiguiente ayuda que las madres siempre son
reticentes a la hora de aceptar, porque les da verguenza y
porque hay veces que la generosidad, cuando es tranquila y
discreta, sin alharacas y sin vestir a los niños de típicos
a la puerta de la escuela donada para que agiten banderitas
en honor de los benefactores (los benefactores, por cierto,
suelen ir disfrazados de Indiana Jones o directamente con
algún atavío típico que quede bien en “la foto solidaria”)
cuando tu mano izquierda ni se entera de lo que hace tu mano
derecha, que es el tipo de caridad callada que complace a
Dios, entonces el impacto del bien y la fuerza del amor al
prójimo parecen, más que conmover, estremecer el alma.
Todos casos lacerantes y extremos que tratan de subsistir en
cubículos sin ventilación y casi en la oscuridad, con ese
olor frío que es el de la pobreza llevada con dignidad y se
compone de humedad, manchas de verdín en las esquinas,
fetidez de las calles que entra por la puerta y lejía de
fregotéo para no perder la dignidad ni en la miseria más
absoluta. En todas las casas faltaba el aire. Menos en la
última donde sobraba porque está en lo alto de un monte y es
la morada de una familia que vio sustituida su cabila de
barro por una modesta construcción de ladrillo y cemento,
con un panel solar para el alumbrado y con cocina y retrete.
Y un pozo. En una cama tumbado un paralítico cerebral por
falta de oxígeno en el cerebro y que necesita continuos
cuidados y un tratamiento de los caros de verdad. ¿Y qué
pueden gastarse mensualmente los de “Enfermos sin Fronteras”
en botica para llevar adelante a tantos enfermos? Lo que se
imaginen es poco. En medicamentos una fortuna y en atender a
las grandes carencias de las familias se gastan más de lo
que tienen, en la casa del monte (pista de tierra y monte a
través) no hay ingresos y subsisten por “los hombres buenos
de Ceuta” y además nos invitó la madre a un te y a galletas.
De vuelta, ya en plena noche, me di cuenta del tipo de
humanitarismo duro que practican los de la asociación,
porque no delegan en nadie sino que las cosas las hacen
ellos mismos para comprobar que están hechas y no se mueven
en despachos sino que se sientan en las camas de quienes
nada tienen y comparten su pan y su sal. Y luego no lo
cuentan, pero como se necesitan voluntarios para ir a
visitar a las familias y quitarles un poco de hambre yo lo
cuento y como se necesita que se les lleve a los enfermos
medicamentos también lo cuento por si algún alma caritativa
se anima a pasar un inolvidable “week end” y regresar con
una mezcla de pena y de obcecación, pena por los enfermos y
obcecación porque se puede llegar a muy pocos y esto es una
tirita en la inmensa herida de la Humanidad, pero para poner
esa tirita no hay que gastarse una fortuna en viajes
transoceánicos para salir en la foto repartiendo lápices de
colores, estos están aquí a la vera y no hay que disfrazarse
de Indiana Jones, se puede ir todos los fines de semana por
el precio de la gasolina y si quieren hacerse una foto con
ellos les garantizo que no será de “turismo solidario” y que
ni por asomo a los de las revistas del corazón se les
ocurriría publicarlas. Las cosas como son.
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