El pasado sábado 18 fue una fecha
a recordar por el conglomerado de los “barbudos” magrebíes:
por un lado la acomodada villa del barrio casablanqués de
AÏn Chok, propiedad del ex abogado de los presos salafistas
y actual ministro de Justicia y Libertades, Mustafá Ramid,
acogió con contenido alborozo a los “cheiks” que dieron, de
forma inconsciente o no tanto, soporte ideológico a la
“Salafiya Yihadia” y que fueron recientemente indultados:
Hassan Kettani, Abou Hafs y Omar Haddouch. A la recepción
asistieron sonrientes y conocidos líderes del Partido de la
Justicia y el Desarrollo (PJD), columna vertebral del actual
gobierno marroquí. De Kettani particularmente (quizás
también Abou Hafs) no tengo duda que ha emprendido tiempo ha
su particular Camino de Damasco, tránsito que en cierto modo
también está andando el ubicuo e inteligente Mohamed Fizazi,
pero el tetuaní Omar Haddouch… es otra cosa: Haddouch no se
ha arrepentido de nada y entiendo que mantiene su discurso
radical, eventual antesala del terrorismo yihadista, dándole
de todos modos en estas líneas el beneficio de la duda hasta
que un día de estos pueda entrevistarme a fondo con él. Por
otra parte, islamistas marroquíes de todas las corrientes
han viajado hasta Argelia para asistir al congreso
fundacional del Frente del Cambio, el partido argelino que
aprovechando a sus favor los vientos de la “Primavera Árabe”
pretende, ésta vez, presentarse a las próximas elecciones
como alternativa islamista de gobierno y del que salió
elegido Almenajid Menasra. Lejos queda el intento del FIS
(Frente Islámico de Salvación) de forzar la mano en
diciembre de 1991 a través de un golpe poselectoral,
siguiendo el ejemplo de Hitler en Alemania en 1933 y que el
régimen militar argelino logró frustrar a cambio de una
sangrienta guerra civil que aún colea.
El joven soberano Mohamed VI recibió, a su llegada al trono,
una pesada herencia. Entre ella, un islamismo radical
emboscado como una espesa telaraña por todo el país, fruto
de la generosa ayuda al régimen de su padre por parte del
espeso wahabismo hambalí de Arabia Saudí que, con ella,
pasaba una gruesa factura. Sabido es el soterrado desprecio
que tienen los saudíes hacia la tradicional práctica del
“morabitismo” del Islam oficioso del país, junto a su
hipócrita desprecio a la vez que utilización sexual de la
bella y sufrida mujer marroquí. Decía Hassan II que
“Marruecos era como un árbol plantado en tierra africana
cuyas hojas respiraban con el viento que venía de Europa”.
Hoy día Marruecos está debatiéndose por su futuro: si su
raíz africana es obvia, de sus ramas tiran por un lado el
más o menos secular Occidente (Europa y Estados Unidos) y
por otro el Islam árabe. Dentro del país, las dos corrientes
miden sus fuerzas en una lucha sorda no exenta de fuertes
tensiones.
¿La calle...? Si en unas eventuales votaciones pudieran
presentarse, cada uno por su lado, los islamistas
parlamentarios del PJD, los “adilistas” (entre el sufismo y
los Hermanos Musulmanes) de la “jamaâ” de Justicia y
Espiritualidad y un partido salafista radical… conformarían
una sinergia o frente que podría darle vuelta al régimen y
al que bien pudiera sumarse la formación política más afín,
el oportunista e histórico partido neosalafista del
Istiqlal, avalado ingenuamente en su momento por Aznar y el
PP para integrarse en la Internacional Liberal. ¿Dónde se
encontrarían sus oponentes ?: desde luego en las ciudades,
con un conglomerado ideológico formado por un amplio y
colorista arco político (desde el RNI a la USFP y desde
luego el PSU de Nabila Munib, la atractiva líder emergente y
corajuda del mismo) pasando por el Movimiento del 20-F y por
supuesto en el campo, donde aun habita el 50% de los
marroquíes, afectos a las corrientes sufíes animadas por un
saneado movimiento “harakí” y el tradicional “fellah”
(campesino) defensor del Trono. Las espadas están en alto.
Tengan claro que los próximos años serán decisivos y sean
conscientes de lo mucho que se está jugando en el vecino
país. Visto.
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