La inauguración del Auditorium (prefiero el término al de
auditorio) del Revellín no estuvo exenta de polémica. La
imperiosa necesidad de un espacio cultural de relevancia que
diera categoría a la ciudad aparecía infravalorada ante
quienes de forma cutre, apuntaban al gasto que esta obra
maestra de la arquitectura made in Alvaro Siza, suponía y
lanzaban los peores augurios y más nefastas premoniciones
sobre que sería un fracaso desde el punto de vista económico
y de asistencia.
El tiempo ha venido a quitarles la razón a los
catastrofistas profesionales y desde el mismo día de aquella
inauguración que convirtiera Ceuta en una “pasarela de
glamour” cada uno de los espectáculos, actos y actividades
convocados han supuesto un éxito de público. Cierto es que
en un escenario adecuado y con unas instalaciones en
condiciones cualquier convocatoria tiene perspectivas de ser
exitosa, sobre todo cuando se pasa de los grandes conciertos
al ballet y del ballet al teatro y del teatro a importantes
actos institucionales, de los actos a los espectáculos
lúdicos y de estos a actuaciones tan atractivas como la que
subió al escenario a tres músicos dispuestos a embelesar con
los arpegios del piano y del violín y los sones del acordeón
y todo ello ante una cuidada decoración de reminiscencias
renacentistas.
La cifra de veintinueve mil asistentes en un año y una
recaudación de cien mil euros en la venta de entradas hace
que este auditorium pueda ser considerado como uno de los
más rentables de toda nuestra geografía. Máxime cuando en la
Península los rigores de la crisis han venido repercutiendo
con especial dureza en los Ayuntamientos al momento de
realizar contrataciones y convocatorias y en el público que
ha descendido a la hora de asistir a espectáculos
culturales. Tal vez por ello, las aves de mal agüero
pronosticaban con infinita mala leche, que la construcción
de este emblemático edificio y el mismo proyecto de llevar a
cabo un ambicioso espacio para satisfacer las necesidades
culturales de la ciudad y formar parte de un circuito
nacional de auditoriums, estaba llamado al más estrepitoso
fracaso. Pero la realidad ha venido a joder sus lúgubres
profecías y ha resultado exactamente lo contrario.
Y lo que no puede amortizarse porque su valor es
incalculable es el privilegiado nivel de amor al arte y a la
cultura que supuso el reto de dotar a Ceuta de un lugar de
encuentro artístico y cultural que es en sí mismo un
monumento arquitectónico y una obra maestra del diseño con
proyección internacional. ¿Se ha lucido el arquitecto
portugués Alvaro Siza? ¿Comprendemos todos el sentido
rigurosamente minimalista y geométrico de los volúmenes con
los que juega? En realidad estamos quienes preferimos algo
más preciosista como el Liceo de Barcelona, con profusión de
bombo, platillos, oropeles, escayolas, arañas con lágrimas
de cristal y cortinajes de pesado terciopelo granate, pero
el Guggenheim existe en Bilbao y unos dicen que parece una
nave espacial despanzurrada y por otra parte le conceden
premios internacionales de arquitectura.
En la labor del ladrillo y del cemento en la que se empeñan
maestros albañiles con cinco años de estudios
universitarios, licenciaturas y doctorados, todo resulta
infinitamente más relativo que en cualquier otra expresión
artística y cultural. El nuevo diseño arquitectónico que es
un prodigio de técnica pura y de conocimientos aritméticos y
geométricos, no es más que la evolución del oficio de
aquellos maestros canteros, genios innegables, que sin haber
aprobado docenas de difíciles asignaturas, levantaron la
catedral de Santiago y fueron sembrando toda Europa de joyas
maravillosas del románico y del gótico (ahí me paro, el
resto me parece “demasiado” moderno). Y del gótico al esenio
Gaudí, punto y aparte, porque no utilizaba cemento, sino
muros de nubes para materializar el aire, Gaudí es un
arquitecto de Dios y por lo tanto no entra en parámetros ni
definiciones.
Norman Foster, Siza, los genios asiáticos, esos maman de la
misma teta rigurosa y semiclasicista de los volúmenes
cúbicos de Braque o de Picasso. ¿Y puede considerarse el
Auditorium del Revellín un sueño picassiano? Sin lugar a
dudas, son las líneas y los espacios diáfanos, es el
irracional número “pi” 3, 14... Es la cerámica de Vallorie
explicada por la experta Carmina Maceín desde su Shangri-la
tangerino de aromas atlánticas. ¿Se reencarnaría el genial
malagueño en los delirios del portugués Siza a la hora de
parir los rasgos definitorios de este edificio?
Pero sin entrar en terrenos esotéricos ni exotéricos, ese
Auditorium hubiera complacido a Pablo Ruiz Picasso, al igual
que complace a quienes se zambullen en la gruta o anfiteatro
del patio de butacas buscando arte en el mismo corazón del
arte. Un inmenso proyecto reciclado en enorme privilegio
para Ceuta, que lo merece.
|