Empezaré diciendo, por si alguien
no pudo leerlo cuando lo escribí, en momento que lo tuve por
conveniente, que yo armé la marimorena en un medio escrito,
donde estuve muchos años, por habérseme censurado una
columna en la cual le cantaba las cuarenta a Pedro
Gordillo. La marimorena estuvo acompañada, además, con
hacer dejadez de mis funciones. Importándome un bledo y
parte del otro cualquier medida laboral –disciplinaria- que
me impusieran.
Eran tiempos en los que un periodista, Gonzalo Testa,
lo primero que hacía cada mañana, muy temprano, es
telefonearle a Gordillo para que éste le diera primicias y
le contara pormenores del gobierno y del partido. Y, casi
siempre, Pedro finalizaba la conversación advirtiéndole de
que guardara el más completo silencio de aquellas charlas
matinales, mantenidas con el político en pijama.
En aquellos entonces, ocurrió además que yo me vi obligado a
presentarme en el juzgado para someterme a un acto de
conciliación con Gordillo. Tras denunciarme él. De lo que
dije allí, ante la presencia de Pablo González, su
hija, también abogada, y del que me representaba a mí,
Fernando Rodríguez Quirós, me prometí guardar el mayor
de los silencios.
Lo reseñado viene a confirmar que Gordillo y yo nunca
hicimos buenas migas. En realidad, yo no he hecho nunca
buenas migas con los políticos; sobre todo si estaban
atiborrados de poder y paseaban por la calle escupiendo por
un colmillo. Mis relaciones con Gordillo principiaron cuando
una enfermedad le mandó al hule del dolor. Y hasta me
permití decirle que se anduviera con cuidado porque se
estaba tramando contra él. Lo que digo está escrito y puede
accederse a ello en el apartado de artículos anteriores.
Como puede verse, mi defensa de Gordillo cuando cayó en
desgracia, se debió a un acto democrático y cristiano; que
se resume en no hacer leña del árbol caído. Comportamiento
muy aconsejable para quienes quieran sentir una paz
interior, siempre ansiada y pocas veces obtenida.
Evidentemente, cuando he vuelto a leer una información
referida a cómo está el ‘caso Gordillo’ en el juzgado, he
tenido una náusea, después una arcada, y a punto he estado
de vomitar. Puesto que de esa noticia se desprende la
necesidad que hay de seguir acosando a un hombre que cometió
el error de quedarse prendado de una mujer atractiva y a la
que no amenazó con puñal ni pistola para seducirla.
De Gordillo, se puede decir que tal vez creyó que estaba en
el Despacho Oval y decidió imitar a Bill Clinton. Por
ejemplo. Sin darse cuenta de que estaba alojado en la planta
tercera de un edificio municipal donde era muy fácil
tenderle la trampa que le iba a poner en la picota.
Situación que esperaban, como agua de mayo, sus enemigos.
Que no eran pocos.
Pues bien, si a mí me diera por sacar a pasear un rumor
canalla, que como saben ustedes es antesala de la noticia,
sólo tendría que insinuar que hay un periodista, al que le
gusta el dinero como al que más, que cada equis tiempo pone
en la picota a Gordillo. Pero no mencionaré su nombre. En
principio, porque lo que se airea hay que demostrarlo con
pruebas. Y, sobre todo, porque tengo la certeza de que quien
actúa de ese modo siempre halla su merecido.
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