El libro de Nuria de Madariaga constituye la primera parte
de las memorias de su esposo, Erik el Belga, considerado el
mayor ladrón de arte y falsificador del siglo XX. La
realización de la obra ha supuesto, según la autora, “años
de conversaciones, toneladas de libretas garrapateadas con
recuerdos y anécdotas, viajes a los lugares para empaparme
de la esencia del personaje y mucha labor de recuperación de
vivencias olvidadas, y más tarde una labor casi de
alquimista hasta hacer surgir un libro de los alambiques”.
Rifeña de origen (Nador 1955) y actualmente ceutí, por
opción presenta una larga trayectoria de publicaciones en
diversos medios de comunicación, además de ejercer como
abogada penalista desde hace treinta y dos años. “Es
cuestión de compaginar y de cultivar la disciplina del
estudio y el trabajo todos los días del año, si alguien me
pregunta mi profesión siempre diré que soy “aprendiz” porque
para quienes tratamos de vivir el cristianismo esenio el
aprendizaje es el centro de nuestra existencia y tener que
estudiar por cuestión de fe, las más diversas materias,
siempre proporciona un pequeño barniz cultural”.
La ilusión de la autora habría sido presentar su libro en
Ceuta antes que en Madrid y Barcelona, “esta ciudad atlante
y esotérica me acogió, aquí he podido desconectar, estudiar,
escribir y descubrir a grandes amigos, entre ellos los
espíritus de los soldados caídos en las guerras de África
que residen en la Biblioteca Militar, las víctimas a quienes
no llega la Ley de Memoria Histórica, en honor a ellos
escribo mi ‘Memoria de los olvidados’ y de los antiguos
textos que los soldados seleccionan entre las joyas
bibliográficas de la Biblioteca, estoy aprendiendo mucho,
esos espíritus olvidados tienen mucha educación”.
Con respecto a sus próximos proyectos literarios, Nuria de
Madariaga nos desvela que esta ciudad la impregna de energía
telúrica y que por ello está tratando de escribir tres obras
al mismo tiempo, con argumentos muy dispares. “El quid de la
cuestión es que Dios te otorgue el don de mantener idéntica
energía, curiosidad, entusiasmo y capacidad de sorpresa que
a los veinte años, porque el paso del tiempo no tiene por
qué significar decrepitud ni pérdida de facultades, al
revés, por algo me pasé cuatro años estudiando la longevidad
cerebral y soy aprendiz y estudiante de medicina
ortomolecular, ¿De donde cree si no que viene el título de
una de las obras que tengo en mi laboratorio “Reinventarse a
los 57”?. La escritora sigue empeñada en hacer algún tipo de
presentación de ‘Erik el Belga. Por amor al arte’ en la que
considera su ciudad de adopción y dedicarle, de alguna
manera esta obra: “Ser capaz de experimentar una profunda
gratitud es una de mis escasas virtudes y le aseguro que
nunca hasta este año, pasado entre dos mares, había podido
contemplar de forma cotidiana un museo de nubes como el que
se exhibe en esta ciudad, yo doy gracias cada vez que
experimento algo bueno y cuando la experiencia es disfrutar
de la belleza absoluta, aún más”.
A nuestra compañera no podemos menos que desearle suerte en
su aventura literaria. Y que nunca deje de aprender.
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