Tengo un amigo caballa que acaba
de regresar de un viaje de trabajo a la península, y es hoy
quien ocupa este espacio con merecimiento, pues es quien
suele atinar con sus tiritos en la diana, ya que me recuerda
un día sí otro también que no me conviene tomar la vida tan
en serio, que me acuerde que somos lo que pensamos. Que por
mucho discernir sobre el rumbo de este loco mundo, poco o
nada se puede hacer por intentar cambiarlo.
Él, que bien me conoce, me sugiere que salga de paseo con la
vida (pero no me aclara cómo se llama esa tal vida, si tiene
nombre de flor o de doncella, si es rubia o morena, castaña
no que me dan repelús, si guarda medidas 90, 60, 90, ni si
está desesperada como yo o es en cambio florecilla
silvestre, ay), que baile, que bese, que me relaje, que me
divierta. Que…Coño, que sea pelín egoista, vamos.
Me dice que viva feliz, que piense en que cada sesenta
segundos que yo pase enojado, angustiado, cabizbajo o con la
moral por los suelos, es un minuto de alegría que no
volverá. Su mensaje de hoy es claro como que la vida es
corta, por eso me pide que rompa las reglas, que perdone
rápidamente, que bese suavemente, que abrace mucho, que
acaricie aun más, y que ame de verdad, expresando mi amor a
las personas, riéndome sin control, y que nunca nunca me
arrepienta de hacer sonreír a los que me rodean.
Sostiene mi buen amigo que no tengo que ganar cada
discusión, que debo estar de acuerdo en no estar de acuerdo,
simplemente. Jo, cuán fácil me lo fia. Ni que fuera tan
sencillo. Que ni con este temperamento marchamalero mío (un
día aclararé lo del término “marchamalero”) puedo con la
camarilla que me rodea, a la que hay que soportar su airada
profesionalidad -díme de que presumes y te diré…-, por mucho
posturas que uno crea tener de aliado.
Tal es la fuerza del mensaje de mi amigo, que sin palabras
me quedé. Qué tipo este viajero trotamundos. Ostras.
Será cosa de intentarlo, de llevarlo a la práctica. Veremos.
Hoy es un día bonito para la gente hermosa, que toma la
pulsión a la vida. Por ello he decidido respirar
profundamente. Eso calma la mente. Supongo.Y de paso elimina
todo lo que no sea útil, hermoso o alegre.
Como Melchor allá por donde trisca tiene la costumbre de ir
cosechando amistades, pues héte aquí que nos vimos de nuevo
en brazos, nunca mejor dicho, del salao del Florencio, quien
llenó de júbilo al hoy protagonista y de riquísimos
torreznos crujientes y birras a tutiplén a nosotros,
compañeros suyos de fatigas y también de vivencias por
contar.
Todas hoy no, que se me cansa la vista y luego el doctor
Catoira me pone las pilas, por cegato e indisciplinado,
alejándome las letricas y los numeritos. Que va a ser el que
haga yo si ustedes le largan lo de este artículo. Tengan
vista, por favor. Se lo ruego.
Que nos quiten lo bailao. Esos chuletones de ternera de
Ávila que no cabían entre pecho y espalda, los entrantes
ibéricos que tiraban pa´tras solo de verlos rebosando el
platazo, esas cazuelas de barro humeando atestadas de gambas
al ajillo, ¡huummm!, como para no chuparse los dedos.
Y cómo no, todo rumbosamente regado con vino de la tierra,
de color rojo cereza y de fuerte paladar, casi tan inmenso y
sonoro como lo es el brindis postrero por la amistad. Chin
chin. Salud y forza …Buen saque tienes amigo, vive Dios.
Pero la vida no es solo jalar, coño. Cumplida la misión
encomendada, quedaba tiempo aun para el escarceo, para el
ocio y para abrir al mágico encanto de la ciudad de los
chulapos nuestros cinco sentidos. Ea. Que merced a la
cercanía del hostal que regenta con brillantez propia
nuestro amigo del alma Jeremías, a tiro de onda de la Gran
Vía, este tipo noble y sencillo como lo son los zamoranos de
Sanabria, nos hacía sentir como en casa, lo que es de
agradecer doblemente.
Yo no sé si nos bebimos las calles de Madrid, lo que si sé
es que aparecieron y sin llamarlos bajo la planta de mis
pies esparramaos, unos dolorosos juanetes tras patear las
plazas de la Villa y Corte, que corrían bulliciosas de
gentío consumista. Aún no se olía la tufarada de la crisis,
ahogada en las alcantarillas; sólo emergía la fritanga
enharinada de los bocatas de calamares de la antigua Casa
Rúa, en los bajos de la Plaza Mayor. Algo es algo.
De aquellos viajes breves pero inolvidables donde se
afianzaba la amistad, echa uno de menos a personajes como el
“Pescaílla”, el “Topoyiyo”, Emilín “el moro”, etc. Todos
terriblemente humanos. Biennacidos. Ángeles de compañía.
Granada a la vista, coronada por la majestuosa y blanca
pureza de Sierrra Nevada. Recuerda amigo que prometiste
llevar unos dulces de esos famosos de Santa Fé. ¿Qué cómo se
llaman? Bizcochos borrachos no, que de esos entiendo yo y mi
lengua que se hace almibar solo de pensarlo. Ah sí,
piolindos creo.
Osti tú no me lo esperaba. Joder qué gorrazo en salva sea la
parte, cagondiez. Vale, son piononos, ¿y qué?
Hay algo que me bulle en la cresta, jodida memoria la mia,
que no consigo acertar qué es…Y encima me vence la modorra
entre el traqueteo del coche y la cháchara del compañero
conductor, que se eleva como el motor en llegando a su
destino.
¡Ay, el aceite de Melgarejo del Salus..!
¡¡Frenaaaa Melchor, y da la vuelta rápido o nos corren a
gorrazos!! Triste sino este mio.
* Dedicado a mi buen amigo Melchor Pajares Tineo, por los
muchos, buenos e irrepetibles momentos vividos, para que se
relaje sabiendo que el nota empieza a ver el horizonte
claro, vencido el desamor, perdonada la traición, lo que
dejó noqueado su corazón, algo menos viajero hoy.
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