Mientras me doy un paseo por el
arenal de la playa cercana a mi casa, en el Maresme
(pronúnciese Maresma, cosa de los catalanes), un par de
gaviotas revolotean sobre mi cabeza, supongo que en espera
les indique dónde encontrar comida dada la mudez de su
compañera estática que configura el emblema pepero.
La situación social española, que empieza a ser caótica, con
el crecimiento de la protesta contra la reforma laboral
emanada de la acumulación de poder institucional, el más
importante de un partido en democracia, con mayoría absoluta
en el Parlamento, en el Senado y en la mayoría de las
comunidades autónomas, puede deparar muchas desagradables
situaciones si se llevan a cabo esta y otras decisiones
políticas unilaterales.
Estoy de acuerdo en considerar esta reforma política como un
incruento ataque al modelo social que consagra nuestra
Constitución.
La convocatoria que están haciendo los sindicatos y las
fuerzas políticas de izquierdas para celebrar
manifestaciones contra esa reforma laboral solo conduciría a
una mayor represión por parte del poder institucional,
desmesurado gracias a millones de electores que se
abstuvieron de acudir a las urnas y con ello entregar al PP
todo el poder y que muchos deben estar arrepentidos, a
través de unos cuerpos de seguridad antidisturbios –con más
represión que seguridad- cada día más agresivos contra la
indefensión de la gente.
Estoy de acuerdo, también, con que se deben regular los
sindicatos –en el aspecto económico que no en el de lucha- y
evitar que los aprovechados de turno se auto concedan
sueldos de escándalo.
Pero no en la forma en que lo manda el decreto de la reforma
laboral.
Eso es dejar a los trabajadores inermes ante la avalancha de
despidos que hará la patronal a su libre albedrío.
Por otro lado, a las actitudes de los políticos peperos
–hinchados de orgullo y vanidad- se le une la de los
empresarios representantes de otros empresarios. Esa
demostración de desprecio hacia los trabajadores (risas ante
las cámaras de televisión con comentarios bastante
desvergonzados), solo puede traer la imagen de aquellos
déspotas del siglo XIX.
Pediría, si fuera posible, a Mariano Rajoy que apartara de
una vez por todas a ese señor del bigote a lo “gürtel” y que
responde al apellido Ansar, según Bush, de su lado y del
lado del partido y lo enmarcara, con honores eso sí, en el
marco de la historia pepera situándolo en el museo de los
recuerdos.
La rabia y los deseos de venganza están patentes en el
rostro de ese señor del bigote a lo “gürtel” y no es
menester que ande merodeando por ahí y sembrando cizaña. El
momento no es adecuado.
No hablaré de la desvergonzada actitud de su parienta. Basta
con mostrar los vídeos en los que maldecía a los del 15-M
con las actuales declaraciones con vistas a la candidatura
de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2020… como si creyera
perpetuarse en el cargo.
Como si fuera Nefertiti, aunque un poco más radical.
Obvio es que se está produciendo un cambio.
Nos están convirtiendo al país en un Estado policial y,
mientras, quién dijo que la Ley es igual para todos debe
estar descojonándose de risa.
Pido a los sindicatos, también, que tengan cuidado con lo
que hacen. Es muy del PP hacer real el dicho ‘divide y
vencerás’, así que cuidado con los enfrentamientos entre
ellos mismos y contra los trabajadores del signo que sean.
Que no os pasen la patata caliente.
Aunque los sindicatos hayan hecho cosas muy malas, que les
han machacado con el descrédito, no es momento de pensar en
ello. Es momento de ir contra esa reforma laboral injusta,
innecesaria y creadora de más paro.
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