Años atrás, ser presidente de la
Asociación Deportiva Ceuta consistía en saber manejar bien
unas subvenciones apetitosas y en tener tiempo suficiente
para dedicárselo al club. Y, desde luego, tampoco estaba de
más conocer los entresijos de la categoría. Y, de paso, si
se contaba con fortuna propia, miel sobre hojuelas: porque
ello permitía al presidente el poder adelantar, si la
ocasión lo requería, ciertos dineros, hasta que se pudiera
contar con los correspondientes a las subvenciones.
Durante varias temporadas, José Antonio Muñoz dirigió
el club con éxito. Negarlo sería de memo a la par que una
mentira; ya que los hechos reposan su sueño dorado en la
hemeroteca de todos los medios. En una de esas temporadas,
hubo un momento crucial que pudo cambiar la historia del
club y, desde luego, premiar el saber y la dedicación de
quien regía su destino. Qué aficionado no recuerda aquel ya
célebre y maldito partido jugado en el campo de Ferrol.
Llamado A Malata.
De no haberse producido tamaño robo, tan calculado cual
alevoso, seguramente la ADC estaría jugando en Segunda
División A. Aquel partido en tierras gallegas dejó secuelas.
E influyó muchísimo, naturalmente, en el presidente del
club. Quien no daba crédito a lo que era un secreto a voces:
persona hubo que actuó de forma sucia en esta ciudad en el
preciso momento donde todo parecía que estaba cantado para
obtener un ascenso tan buscado como deseado.
A partir de ahí se jugaron otras eliminatorias de ascenso y
hasta se consiguió que el Murube fuera escenario de partidos
de la Copa del Rey frente a rivales tan extraordinarios que,
de no ser por ese motivo, jamás hubieran podido competir
oficialmente en Ceuta. Pero José Antonio Muñoz se dio cuenta
un día de que al cansancio producido por los problemas
deportivos se iban sumando las inconveniencias ocasionadas
por las puñaladas traperas habidas entre bastidores para
moverle la silla. Y dijo hasta luego.
Ese luego duró su tiempo. Tiempo disfrutado por otros
presidentes y otros directivos que estuvieron recibiendo
subvenciones cuantiosas. Cuando todavía parecía que nadie
quería ver que ya se perfilaba en el horizonte una ruina
económica con fuerza suficiente para arrasar con cuantos
proyectos se pusieran por delante.
Pues bien, en momentos de crisis, de crisis severa, volvió
JAM a querer ser presidente del primer equipo de su tierra.
Y lo fue porque así lo quisieron muchísimos firmantes. Y se
encontró con que en vez de 1.267.000 euros de subvención,
recibidos por la anterior directiva, a él le correspondieron
767.000 en la temporada 2010-2011. Y en la actual, los
dineros municipales destinados a la ADC son 400.000 del ala.
Rebaja cuantiosa a la que hay que sumar la cantidad que ha
dejado de percibir el club por haberse invalidado el acuerdo
con RTCE.
Ser presidente de la ADC, desde hace dos temporadas, es para
tener ganas de fútbol. Cuando ni siquiera le cabe a éste el
desahogo, por razones obvias, de poner el grito en el cielo
por no haber dispuesto todavía de la mermada subvención. Por
cierto, si Muñoz decidiera dejar la presidencia, a mí me
agradaría por dos cosas: una, porque le dedicaría mucho más
tiempo a su empresa; y otra, por mi interés en ver cómo
afrontaría el trance cualquier tonto con balcón a la calle,
convertido en presidente del equipo.
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