Desde hace años, he venido
observando de qué manera eran tratados los directores
provinciales del MEC por parte del secretario general de
CCOO. Todos ellos sufrieron las críticas acerbas del
sindicalista que, a su vez, forma parte del profesorado de
la ciudad. Lo cual le permite manejar la situación a su
antojo. Ya que juega con una ventaja enorme: muchos son los
profesionales de la educación que están afiliados al
sindicato en el cual quien ordena y manda es Juan Luis
Aróstegui.
El tachar de críticas ásperas y desapacibles las empleadas
por Aróstegui contra los directores provinciales del MEC van
a permitir, sin duda alguna, que muchas personas puedan
decirme que estoy siendo muy benevolente con quien lo que ha
venido haciendo es perseguir de manera sañuda a las personas
que ocuparon esos cargos.
Leyendo los artículos en los que el sindicalista maltrataba
a los directores provinciales del MEC, cada dos por tres,
era imposible no darse cuenta de que en ellos primaban la
rabia, la inquina y la ojeriza contra ellos. Se veía a la
legua que su principal deseo consistía en denostarlos. En
ofenderlos. En sambenitarlos. Con el único fin de que
perdieran el crédito de los profesionales que estaban bajo
su dirección.
Los ‘amigos’ del sindicalista celebraban a veces con él los
furibundos ataques que recibían los directores provinciales
del MEC. Lo alentaban a continuar ejerciendo esa tiranía.
Incluso le recordaban eso tan vulgar de leña al mono hasta
que aprenda… Y las carcajadas resonaban fuertemente en las
paredes del patio del colegio donde se jugaban el partido de
fútbol de cinco contra cinco.
Pedro Gordillo fue, entre los directores provinciales del
MEC, quizá el que menos estuvo sometido al vapuleo constante
de Aróstegui. No quiso o no pudo el sindicalista cebarse con
él. Y aunque muchas han sido las veces que me han soplado
algunos motivos para que esa persecución no se produjera,
nunca he querido prestar atención a esas confidencias.
Ahora bien, ni imaginarme quiero lo que le tocó vivir a
Juan José León Molina; a quien no había día en el cual
el sindicalista no tratara de sacarle los colores. Y a
quien, cada semana, lo ponía a caer de un burro. Con el
único fin de hacerle perder la calma, amargarle la
existencia, y así contribuir a que el malhumor se apoderara
de él. Y cuando alguien se deja ganar la partida por el
malhumor, baja el rendimiento en su trabajo y comienza ya a
caminar por la ladera del derrumbe profesional o político.
Más reciente es, pues se puede decir que es cosa de ayer, el
ensañamiento al que tuvo sometido a Aquilino Melgar.
Raro era el día en que Aróstegui no lo ponía como chupa de
dómine. Aquilino, sin embargo, supo combatir su acoso y
rastreo con respuestas contundentes y hasta bien escritas.
Hoy he leído que el delegado del Gobierno ha nombrado ya al
director provincial del MEC. Se llama Cecilio José Gómez. Y
cuentan que tiene un historial académico mareante. Motivo
suficiente para despertar la envidia del sindicalista. Y no
le arriendo las ganancias. A no ser que CJG venga protegido
por toneladas de mala leche. Y las use para cambiarle el
paso al enemigo que le espera ya relamiéndose de gusto. Ante
la posibilidad de hacerle perder el norte a otro director
provincial del MEC. ¿Lo conseguirá?
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