¿Se puede hablar de frivolidad por celebrar “El día de los
enamorados” en una España con cinco millones de parados? No.
Se puede hablar mejor de “necesidad psicológica” no es el
“pan y circo” con el que los emperadores romanos trataban de
entretener al pueblo ¿Y saben como aparecía el Imperator
ante sus súbditos? Pues el tipo iba acompañado por unos que
se llamaban los “lictores” y llevaban fasces de varas con la
cabeza de la segur, como símbolo del extremo poder punitivo
¿Empollaría en 1974 el Derecho Romano para que el muy
recalcitrante se me quedara agarrado a las neuronas hasta el
día de hoy? Pero memorietas aparte, los ciudadanos sentimos
extrema necesidad de “darnos un respiro” y olvidar por unas
horas las calamidades que nos anuncian en los telediarios,
siempre en tono agorero y siempre con un toque de
desesperanza. Porque el pueblo español, mentalmente es
saludable y caza al vuelo cualquier ocasión de evadirse sin
paraísos artificiales de por medio. Sino que se anuncian los
Carnavales y todos tratamos de romper el pesimismo
participando y disfrutando de la música y del color, los
padres compran disfraces para los niños y late en el aire la
sensación de que, realmente, el ser humano no está fabricado
por Dios para andar jodido en “el valle de lágrimas” y
“cargando con una cruz” sino para aprovechar la mínima
oportunidad de sentir contento, que es más importante que
ser feliz. Porque la felicidad no son más que destellos
continuados de contento ¿Y a quien no le encantaría tener
todos los días de su vida momentos de contento?.
Así que llega San Valentín y todas las parejas intercambian
regalos. Cómo las costumbres anglosajonas tienen una enorme
influencia, ya contamos con toda una parafernalia propia del
día. En las floristerías las rosas alcanzan precio de caviar
de Beluga y las ciudades se llenan de corazones, hasta
marcas punteras como Bijou Brigitte lanzan líneas de
bisutería para la ocasión (un auténtico dulce) en las
lencerías se exhiben coquetas bragas de corazones,
proliferan los ositos con corazones y “I love you”, se
amanece en los hogares con globos de corazones flotando, hay
preciosas tartas de corazones con su capa de fresa
reglamentaria y con el bizcocho relleno de nata, los más
pudientes recuerdan el slogan de la Sabiduría Milenaria que
señala que “los diamantes son los mejores amigos de una
chica” y más de una recuerda con nostalgia el célebre
postulado de la descansada Duquesa de Windsor, la astuta
Wallis, que proclama lo de “una mujer nunca es lo
suficientemente rica, ni está lo suficientemente delgada”.
¿Saben cómo se llaman en los países anglófilos las postales
de San Valentín? Puede que ahora no sea lo mismo pero cuando
yo estaba en Inglaterra se llamaban “Valentinas” y eran
auténticas obras de arte, en plan estética victoriana, con
encajes, lazos, corazones y poemas alusivos escritos con
elegante caligrafía inglesa y letras doradas, ni que decir
tiene que jamás recibí una “valentina” durante mi
adolescencia, las chicas sequillas, taciturnas y con gafas
no suelen recibir muchas “valentinas”, por no decir ninguna.
Luego ya de mayor, con el trauma bien arraigado sí celebré
San Valentín, pero nunca fue lo mismo, porque los mejores
Días de los Enamorados deben ser los de la adolescencia y
que te festeje un “amigo secreto” y contárselo a las amigas.
Luego ya no es lo mismo, aunque llegue el 14 de febrero y te
obsequien con oro molido, a cada edad sus cosas y lo que se
pierde a una edad tan sólo puede ser recuperado en la
generación de tus hijas o de tus nietas. ¿Un mensaje para
todas las adolescentes que ayer no recibieron una valentina?
Que no olviden la leyenda occidental que aclara lo de que
“Las chicas buenas van al cielo, las malas van a todas
partes”. ¡Viva San Valentín!.
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