Los ataques no han sido en la
barriada del Príncipe cuyos vecinos tienen que estar hasta
los mismísimos cojones de que les estigmaticen sin razón,
sino en dos tranquilas zonas de Ceuta, con nocturnidad y con
premeditación y alevosía.
A pedradas con los autobuses, ventanas rotas, pasajeros
aterrados y el riesgo de que, por los impactos, el conductor
pierda el control del vehículo y haya una tragedia. Y no se
trata de “cosa de gamberros” habida cuenta de la fuerza de
los impactos los delincuentes han de ser talludos ¡Ojalá que
menores de edad para que los padres tengan que hacerse cargo
de la reparación de los autobuses! O mayores pero al menos
con una moto o una videoconsola a su nombre que se pueda
embargar. Cuando al vándalo le tocan el bolsillo y le
escuecen las mantas de los calabozos (esa especie de parques
temáticos de gérmenes, virus, microbios y bacterias que
tanto empeño tengo en conseguir “de favor” para remitírsela
al Ministro del Interior, por si en el caso Noos se pone la
cosa peliaguda y hay detenciones, para que las criaturas
tengan una buena manta microbiana con la que abrigarse).
Todos los delincuentes no son iguales, los hay que se
arriesgan a provocar males mayores, como estos mierdas que
apedrean de noche los autobuses y luego seguramente alardean
ante los colegas. Y si hay algún colega inteligente lo mismo
pacta una gratificación y los chorizos acaban chupando manta
insalubre en los calabozos, porque esos colegas tienen tal
vez hermanas, madres o abuelas que van en autobús y una de
esas piedras puede alcanzarlas al atravesar la ventana y
descalabrarlas. Lógico que los delitos ligth de daños y esos
actos vandálicos vayan a disfrutar en el nuevo Código Penal
de la categoría de “terrorismo urbano” y con el terrorismo
no se bromea a la hora de que el fiscal haga el escrito de
acusación, máxime cuando los Ayuntamientos tendrán ocasión
de personarse como acusación particular ya que ese tipo de
actos atenta contra toda la comunidad, son auténticos
delitos “de riesgo” y causan una gran alarma social.
¿Y cómo se puede atenuar esa alarma? Utilizando la
herramienta de la pena de destierro que me parece que en
esta ciudad, que a veces es algo cainita, tan sólo se ha
utilizado en una ocasión y con chivatos de por medio. ¡Y
miren lo útiles que son los chivatos históricos locales! Ni
informan de los pirados-pirómanos que queman coches, ni
tampoco de los mamarrachos en modalidad delictiva que pone
en peligro la integridad física de los usuarios del
transporte público.
La ilusión es cuando enganchen a algún apedreador y se
pongan en funcionamiento las normas votadas de Tolerancia 0,
se le aplique la pena máxima y sus colegas, al comprobarlo,
recapaciten y se dediquen a otras tareas criminales más
discretas. Cualquier autobús atacado puede llevar a una
madre, a una novia o a una hermana, de hecho, los usuarios
tienen familia y cuando un ciudadano resulta dañado es una
marea de personas que son perjudicadas directa o
indirectamente.
¿Ustedes se figuran la que les podría caer en Marruecos a
unos vándalos que atacaran autobuses? ¿Resultan disuasorias
para los criminales las leyes del país vecino? Pues el que
no se copia y aprende es que es tonto de baba y que no me
digan que en Marruecos “no hay garantías” porque eso es
mentira, Marruecos es un país democrático y el más cercano a
Europa, lo único que pasa es que su Policía entiende muy
bien a los criminales y por eso precisamente hay tan pocos
criminales.
Nada se consigue si no existe un sólido respaldo de la
Fiscalía y todos los poderes actúan conjuntamente para no
permitir que ningún delincuente quiebre la sensación
subjetiva de seguridad, porque si esa sensación se
fragmenta, es muy difícil de recomponer.
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