A pesar del solecito radiante del
mediodía, este frío siberiano que nos mandan nuestros
zagales desde Ucrania a modo de saludo, abraza la ciudad
dejando a los habitantes sin sentío y tan helados que a
alguno se le congela hasta el pensamiento. Encima, como el
pisito en que vegeto es el último del edificio sin adosado
alguno que lo proteja, bien expuesto a las mercedes del
viento, del calor, del frío, de la lluvia, de los
excrementos de las pavanas ruidosas también, tengo la
sensación de estar pasmado como sin sangre todas las horas
en que lo habito. Que son bastantes, por cierto.
Estas pasadas noches de viento huracanado, el calefactor
soplaba dentro en clara lucha con las fuerzas invasoras del
exterior, haciendo que uno se apriete más entre las mantas,
que a pesar de no tener la piel suave y de melocotón como
hembra “fermosa” calientan a gusto el esqueleto humano. Y
sin contraprestaciones. Que quien no se contenta es porque
no quiere.
Vaya, el aire del calefactor te sopla nuevos mensajes, te
trae nuevas llamadas interrogativas..Pudieran ser positivas
o negativas, gratificantes y esperanzadoras o simplemente,
dañinas y vengadoras teñidas de bondad supuesta. Ni caso, no
es el momento de desbarrar.
Amanece cuando parece que las nubes se alejan de la playa,
así que es tiempo para arrearse largas caminatas bien
abrigados. Bufanda y gorro incluídos en el estadillo. Y a
trotar en formación de milicia, que eso aquí es plausible.
Al mediodía tras el regreso sudando la gota gorda te
abandonas dejándote seducir por la intimidad; desde el
ventanal calentito por el sol ves mecerse las olas del
picado mar, observas el baile de las pavanas cogiendo el
aire al son de un simulado valls que las maravilla, como a
mi cansada vista, a juzgar por la libertad que imprimen
entre aleteos y arrullos de celo, ¿ya, tan pronto la
naturaleza las azuza?
Son como cortejos en el aire cuyo picado en el vacío me
recuerda no sé porqué a los bombarderos aquellos de la
Segunda Guerra Mundial, los “stukas” de la Lutwafe germana
que dominaban el cielo acotado de la francia chauvinista
–sí, de la misma que nos sigue jodiendo con estos guiñoles
envidiosos hoy día-, sólo que estos pájaros de chicha y
pluma no sueltan bombas tan mortales como los de hierro pero
sí incómodas y jodidas por si uno solo de los excrementos te
acierta en la cocorota o en el jersey recién sacado del
armario, con olor a nuevo y naftalina a partes iguales.
Dicen que pronto llega la primavera, que la sangre altera.
Dicen que entonces se aletarga la soledad, que releva al
osezno encuevado, dando paso al brío del amor. Y dicen que
sólo el que vive enamorado ama. Y quien ama no se desespera
y espera esos besos que se guardan y no se dan, quizás para
no morir en vida enamorados. Eso dicen.
Entonces, me pregunto, si nada hay que aclarar por qué
empecinarse ambos en creer que algo atrae a la pareja como
si de un imán poderoso se tratara…
Se siente coño, que con esta pelaura de temporal a ver quién
es el osado que se afeita la barba canosa, se pela la melena
ensortijada y se pone relumbrón, con o sin el auxilio de la
crema anti-arrugas y el tinte rejuvenecedor. Quía.
Mejor es que no te sientas engañada por hombre visceral,
voluble, incapaz de conquistarte, querida amiga pues ya
dices que como mujer tu corazón no late. ¡Milagro!, son
entonces las pilas duracell las que mueven tu generosa
anatomía.
Te recuperarás, yo sobreviviré, la vida es complicada para
todos pero aún así tenemos una vida para volar, como la de
las gaviotas. Somos aire. Y contamos con el reto de volar
(pero no como Ícaro y su ostión por majadero), de poner
frontera por medio, de dejarse llevar por el destino: hoy
aquí mañana allá. Siempre seducidos por el aire. Que es lo
que somos.
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