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OPINIÓN - DOMINGO, 12 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los héroes están de capa caída
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Corren tiempos difíciles. Tan difíciles como para no hacer el menor alarde de valor en ningún sentido. Verdad es que los héroes hace ya mucho tiempo que no se llevan. Es decir, que pasaron de moda. Los héroes, como dice un renombrado jurista español, son excepcionales y por eso no sirven; son peligrosos porque siempre creen tener razón y pretenden imponerla.

Nunca fue recomendable ir por la vida haciendo de llanero solitario. Nada nuevo es que las personas que no están afiliadas a ningún partido político, hermandad o cualquier otra asociación, sean tenidas por extrañas. Por raras. Y se las mire de soslayo, además de pasar a la categoría de sospechables.

Lo más natural es buscar cobijo dentro de un grupo, y si es posible asumir la importancia que tiene un gremio y seguir sus directrices. Vuelve a ponerse de moda, si alguna vez dejó de estarlo, el corporativismo. La defensa a ultranza de los propios, siempre y cuando los propios acepten las reglas impuestas por la mayoría, y no se atrevan a destacar en ningún sentido.

Pobre, por tanto, de quien ose llevarle la contraria al grupo, palabra que me agrada más que referirme al colectivo formado por los miembros de cualquier organismo. Ya que, en menos que canta un gallo, será acusado de querer sacar los pies del tiesto. De querer destacar por encima de sus compañeros. De tener el ego más grande que José Mourinho. Y, a partir de ahí, dará comienzo una cacería contra la persona disonante. Y más pronto que tarde, sin duda alguna, la jauría humana de su grupo se lo llevará por delante.

A los componentes de los grupos, de cualesquiera grupos, que no deseen significarse, no le podemos pedir objetividad en sus comportamientos. Porque todos los organismos están politizados. Y, naturalmente, impera la cultura de ponerse a salvo de cualquier metedura de pata que ponga en riesgo la posición social y, sobre todo, el sueldo.

Leía, días atrás, una columna de uno de los mejores columnistas de España, en la que decía que la objetividad exige más gasto cerebral y también económico. Y alegaba lo siguiente: cuanto más precarios son los grupos, entiéndase comunidades y organismos, más es el grupo una garantía de supervivencia para sus miembros.

Obviamente esa protección implica no contrariar las decisiones colectivas, y no contrariar las decisiones colectivas supone muchas veces renunciar a las propias. Por consiguiente, cuando alguien se asombra de que en los partidos políticos apenas existen voces disonantes, dice el periodista aludido que el asombrado es él: porque la voz disonante requiere de una cierta disponibilidad económica. Pero no sólo ocurre así en los partidos políticos, sino en cualquier institución poderosa.

De ahí que días pasados, en una larga sobremesa, cuando alguien con maneras de intelectual, me acusó de que la objetividad no existe en el periodismo, no tuve más remedio que responderle que si lo que quería es marcar él la línea editorial pusiera los dineros por delante. Pues yo escribo en un periódico local. Una pequeña empresa. Y la pequeña empresa, si se basara siempre en hacer de la libertad de expresión su banderín de enganche, acabaría comprobando la soledad y el frío que se siente por decir la verdad. Decir la verdad, además, es imposible; porque es nefanda o es inefable. Algo así, creo que dijo María Zambrano.
 

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