Ortega y Gasset dio
siempre muestras evidentes de no dejarse impresionar por la
cultura de los poliglotas. Por lo que se cuenta de él que,
después de una trifulca con Salvador Madariaga, se
refirió a éste como “un tonto con cinco idiomas”, como
recordándole el viejo adagio de que lo que la naturaleza no
da ni la Universidad de Salamanca lo suministra.
Saco a colación la anécdota, tan añeja como manoseada,
porque creo que le viene como anillo al dedo a Luis de
Guindos, ministro de Economía. Al que cabría decirle,
parafraseando a Ortega y Gasset, que la estupidez es capaz
de convivir perfectamente incluso con quien tiene un
historial académico y laboral tan celebrado como el suyo.
Cómo es posible que a este cabeza de huevo español (curtido
en mi batallas de despachos donde se tiende a que los ricos
sean cada vez más ricos y los componentes de la clase media
vayan descendiendo hasta acabar pidiendo comida por caridad
en los centros dedicados al respecto) se la haya ocurrido
jactarse ante otro político europeo de cómo la reforma
laboral española va a ser de una dureza extrema. La que
merecen los pobres. Más o menos.
Sí, ya sé que De Guindos quizá no sabía que los micrófonos
estaban abiertos. Pero el problema no es ese; el problema es
que el ministro de Economía se refería a un asunto tan
grave, como es el que la gente sea cada vez más pobre, cual
si fuera un logro suyo merecedor de las bendiciones de un
comisario europeo que terminó haciéndole la ola al ministro
español. Dios los cría…
No recuerdo ahora el nombre de quien dijo que en política,
cuando todo va bien, lo único que de verdad va bien es la
economía y, en economía, cuando todo va mal, lo único que de
verdad va mal es la política. Pues eso: que con políticos
discurriendo como De Guindos saldremos de la crisis tras
quedarse en el camino millones de pobres haciendo colas ante
centros caritativos y hasta convencidos de que ni siquiera
son merecedores de la escudilla de sopa y del trozo de pan
recibidos.
Está comprobado que ante la hambruna a los pobres solamente
les queda el consuelo de rezar. De invocar a sus santos
predilectos. Mientras ricos y políticos se pegan sus pedazos
de fiestas para celebrar las medidas ‘agresivas’, dicen
ellos, que van a tomar en contra de una clase media que se
había creído que todo el monte es orégano y que estaba
viviendo por encima de sus posibilidades. Insisto: las
palabras de nuestro ministro de Economía evidencian que el
hombre disfruta con su trabajo. Que nada tiene que ver con
la satisfacción del deber cumplido.
Juan Vivas, en vez de celebrar entre bastidores los
recortes salariales, ha optado por rezarle a la Virgen de
África, en el día de la Renovación del Voto de Gracia de la
Patrona, y le ha pedido que los jóvenes encuentren empleo.
Bueno, mejor así, que la forma de actuar de Luis de Guindos.
Aunque aliarse con la fe religiosa en estos momentos, cuando
son los políticos en general los culpables de la crisis
económica existente, solo puede ser motivo de alegría para
la Iglesia. Por razones obvias. Pero no es la solución. La
solución está en acabar con corruptos, privilegiados,
injusticias, y otras lindezas. Tarea donde las imágenes
tienen poco que hacer. Y si no que se lo pregunten a los
nacidos en los años del miedo del siglo pasado.
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