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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 8 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Pesimismo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Llevo treinta años viviendo en esta ciudad. Y nunca he dejado de patearme la calle. De ahí que la haya vivido intensamente. Y no tengo el menor empacho en decir que todavía me sigue cautivando. Por lo cual me echo abajo de la cama todos los días con el único deseo de pasearla y poder entablar conversaciones con quienes son asiduos clientes de establecimientos céntricos.

Los lugares de alternes de Ceuta comienzan a dar señales de crisis. En ellos, a esa hora vaga de mediodía, se nota que la gente ha decidido irse del trabajo a su casa sin pasar por los bares a hacer de la hora del aperitivo un monumento a lo que se llama pegar la hebra. Por lo tanto, trabar conversación en los bares se ha convertido en un artículo de lujo. Ya que son pocas las personas que se pueden permitir beber ese vino pálido y ligero indicado para el copeo y el aperitivo. Y es que está a punto de acabarse, si no se ha acabado ya, ese ir de copas, aquí me tomo una y aquí dos, las que se tercien.

Es martes y decido darme una vuelta por los bares de la calle Jáudenes, donde mejor puede ahora mismo tomársele el pulso a la ciudad, y noto que reina en todos ellos la tristeza correspondiente a la falta de una clientela que les ha sido fiel hasta hace nada. Una clientela que principia a medir sus posibilidades económicas porque teme que en cualquier momento pueda ser víctima de una bajada de sueldo o de un despido procedente por un ERE canalla.

En los bares, los pocos que aún estamos dispuestos a enfrentarnos con el peligro de quedarnos más tiesos que una mojama, charlamos acerca de una crisis económica que está alentando un odio cerval entre quienes están viviendo ya bajo mínimos y los que todavía cuentan con una bolsa repleta de caudales. Reina una irritación que se percibe a cada paso.

Hoy martes, en uno de los establecimientos de bebidas de la calle Jáudenes, converso con Ricardo, que me es presentado y con quien entablo una conversación tan interesante como placentera. Es la primera vez que nos vemos. Aunque Ricardo no tiene el menor inconveniente en decirme que lee diariamente esta columna.

Ricardo lleva en la ciudad poco tiempo. Lo cual no es obstáculo para que me declare que se enamoró de ella muy pronto. Y que, desde entonces, no ha dejado de vivirla como si le quedara nada y menos en ella. Es decir, que se la está bebiendo a sorbos grandes. Hasta el punto de hacerle el artículo cada vez que vuelve a su pueblo. Pueblo perteneciente a la provincia de Cádiz.

Cuando le pregunto que piensa del futuro de esta ciudad, me dice que nada. “¿Cómo que nada, acaso no hay perspectivas de proyectos de conjunto?”. “Ninguna”, me contesta. “¿No hay causas nobles que defender?”. “Honestamente no”, me dice.

Y a mí se me cae el alma al suelo ante unas respuestas que llegan preñadas de pesimismo. El mismo pesimismo que me embarga ante la situación que comienza a producirse en la ciudad. Calles semidesiertas, cuando siempre se distinguieron por estar repletas de personas ávidas de disfrutarlas; establecimientos carentes de clientes que, hasta hace nada, los abarrotaban, y sobre todo una tristeza infinita en quienes son conscientes de que nuestras vidas están amenazadas por fuerzas ocultas que tratan por todos los medios de acabar con la clase media. Se mastica la tragedia. Ojalá que todo quede en un mal sueño.
 

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