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OPINIÓN - MARTES, 7 DE FEBRERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

La impureza
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Mi principio de amistad con Manolo Abad se truncó un día de hace ya algunos años. El motivo podría ser achacable a esa forma de ser que solemos tener los humanos en relación con el amor propio: curioso animal que puede dormir bajo los golpes más crueles, pero que se despierta un día herido de muerte por un quítame allá esas pajas. Sea como fuere, nuestro distanciamiento nunca hizo que yo perdiera ni un ápice de interés por leer sus artículos, los de MA; debido a que gozo leyéndolos.

Manolo Abad sabe que, en cuanto he tenido la menor ocasión, no he dudado en decirle que tendría que prodigarse más en ese ejercicio de escribir, que tan complicado es, para satisfacción de cuantos sentimos pasión por lo bien escrito. Al margen del contenido del texto. Aunque, cuando ambas cosas consiguen darse la mano de la notabilidad, miel sobre hojuelas. Y es lo que ha ocurrido con su último artículo, titulado ‘La estupidez humana’.

En él nos cuenta MA sobre un prelado cordobés a quien lo que más le preocupa actualmente es que los jóvenes hayan encontrado en el folgar una apetitosa golosina. Es decir, que con la que está cayendo, en todos los sentidos, al alto dignatario eclesiástico sólo se le ha ocurrido mandar a toda la diócesis una carta pastoral en la cual, además, culpa a todos los docentes de que la muchachada cordobesa haya dado en la funesta manía de folgar a calzón quitado.

Manolo Abad, lector de los clásicos desde que tenía pantalón corto, sabe sobradamente lo que éstos pensaban del placer: “que lo malo no es que sea pecado, es que es corto”. Y, claro, no ha tenido más remedio que responderle a Demetrio Fernández, que así se llama el prelado de Córdoba que intenta por todos los medios volver a darle vigencia al pecado de la impureza; “una tradición eclesiástica, que se remonta a los tiempos de la Contrarreforma, reduce la moral a la continencia sexual y la ocultación del cuerpo femenino, vehículo predilecto de Satanás y causa de todos los males”.

La impureza, según se desprende de la carta pastoral de la que nos habla MA, parece ser que preocupa al prelado cordobés. Quien pronto saldrá diciendo que no va a ser fácil redimir al pueblo pervertido por los malos hábitos que el socialismo le inculcó. Y es que los hay convencidos de que es el momento idóneo para meter en cintura a las ovejas descarriadas y de imponerles penitencia por los pecados cometidos.

Y a partir de ahí no habría por qué extrañarse que se volvieran a poner trabas a las fiestas propicias al desenfreno sexual (carnaval, verbenas, romerías), o bien que se reformaran de la misma manera que ocurrió en los años cuarenta del siglo pasado. Los años del miedo. En los que hasta el baile agarrado sufrió persecución.

He aquí, pues, un párrafo espigado de un sermón de aquellos tiempos, donde desde el púlpito se arremetía así contra el baile: “Perniciosísimo arte inventado por el diablo Belial, gavilla de demonios, estrago de la inocencia, solemnidad del infierno, tiniebla de varones, infamia de doncellas, alegría del diablo, y tristeza de los ángeles”.

El baile agarrado es gravemente deshonesto por su propia naturaleza y por tanto ilícito, o, al menos, ocasión próxima de pecado, aclaraba el párroco de la época.

Manolo: ¡Dios nos coja confesados!
 

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