Las campañas anti-humo están dando
muy buenos resultados y los rigores de las leyes anti-tabaco
han hecho que muchos ciudadanos abandonen esta adicción, por
la cantidad de inconvenientes que implica el fumar hoy en
día y por la concienciación de todos los males que lleva
aparejado el humo.
De hecho hay una fiebre contra los fumadores que muchos
esperamos que prosiga con idénticas campañas, acoso y
calenturas contra quienes consumen alcohol. Cierto es que
del tabaco y del alcohol el Estado obtiene pingües ganancias
y también la hostelería vive del hábito social de “beber”.
El alcohol pertenece a nuestra cultura desde los tiempos de
la Biblia y borrachos han existido desde que el mundo es
mundo. Pero lo que resulta curioso es que las iras de los
“profesionales de la buena conciencia” se hayan desatado
contra el hábito de fumar, con prohibiciones, multas y
mensajes macabros en las cajetillas de tabaco y sin embargo
en las botellas de vino no aparezcan hígados cirróticos,
neuronas cerebrales irremisiblemente dañadas, riñones
destrozados y escenas de violencia doméstica. Porque en mi
dilatada trayectoria profesional no he tenido jamás noticias
de que ningún individuo, tras fumarse media cajetilla de
Chester, llegara a su casa “entabacado” liándola, agresivo y
dispuesto a armar la gresca. Tampoco el tipo que se fuma
tres Marlboros a la intemperie, coge luego el volante y
ocasiona un accidente mortal por ir embriagado de nicotina.
Mucho agravio comparativo es el que apercibo en el
tratamiento de los distintos hábitos, máxime en los tiempos
del botellón donde emborracharse es un modo de pasar el
rato, con las pésimas repercusiones en la salud que el
consumo de alcohol lleva aparejado, pero no hay agresivas
campañas contra el alcohol en los medios. Ni existe más
control en su consumo que el de “mayores de 18 años” algo
estrambótico si se considera que la ley socialista
autorizaba a las adolescentes a entrar en un quirófano a
abortar sin el permiso de sus padres pero no las autoriza ni
a beber ni a fumar. Así de hipócrita y de bellaca es nuestra
sociedad y así de pamplineros son quienes nos gobiernan.
En la casi totalidad de los países de la UE no permiten
beber en la calle, ir borracho conlleva una multa importante
y cualquier copa tiene un precio astronómico, pero hay que
considerar que España tiene en el turismo a su gallina de
los huevos de oro y que gran parte de los turistas vienen
atraídos porque somos un país de costumbres “más relajadas”
buen comer, barato beber y un toque de anarquía en los
horarios. Sólo hay que comprobar el tipo de turismo “de
botellón” que aterriza en localidades catalanas, con ánimo
festivo, aprovechando ofertas y rebajas de calimochos y si
no se tiene bastante para ir al bar en los estantes de los
supermercados ofertan gloria bendita con graduación
alcohólica a precios mucho más económicos que en el resto de
la UE. ¿Demasiados intereses económicos por medio para
iniciar cruzadas de abstinencia? Eso es indudable, miles de
negocios subsisten por la venta de bebidas espiritosas y son
precisamente negocios en los que antes se fumaba y mucho y
ya no se fuma porque los fumadores han sido arrojados a las
aceras donde salen, por cierto, con sus copas en la mano y
dispuestos a ponerse ciegos. ¿Y qué resulta más peligroso el
tabaco o la ginebra? Ambos son nocivos para la salud y
provocan múltiples enfermedades, tan sólo diferencia estas
adicciones el que el alcohol da lugar a comportamientos
violentos y el tabaco no. Pero ni me creo una campaña, ni me
creo la otra, porque en el fondo el Sistema se mueve por
intereses económicos y si económicamente no interesa
acorralar a los bebedores porque tendría una gran
repercusión en los ingresos de la hostelería, si debe
interesar perseguir a los fumadores en nombre de la salud
pública.
En una palabra, no podemos fumar en un café, pero si podemos
a cualquier hora del día arrimarnos a una barra y agarrar
una cogorza sin riesgo alguno de que nos multen por ir
borrachos por la calle. Agravio comparativo porque si un
vicio es malo el otro es peor, pero las prohibiciones irán
por donde interese a la economía y perseguir el alcohol
supone pérdidas económicas considerables. Más un alto grado
de impopularidad para los que gobiernan porque, tras cada
prohibición, quiérase o no, hay un recorte de derechos y
libertades. Ya se decía en las algaradas francesas de mayo
del 68: “Prohibido, prohibir”.
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