Debe ser tristísimo dedicarse a la
política por necesidad, porque no se sabe hacer otra cosa.
El autor de la frase es Miguel Herrero de Miñón.
Político a quien nadie le ha discutido su brillantez y que,
según dicen, ha descollado siempre por su efusividad y por
ser de conversación animada y chispeante. De Herrero de
Miñón se destaca su buen humor y se le reconoce que tiene un
saque comparable con el de Mariano Rajoy. Que ya es
comer con ganas.
Nunca he tenido el gusto de compartir mesa y mantel con
Francisco Márquez; de modo que no sé si come mucho o
poco; pero lo que sí me consta es que no se dedica a la
política por necesidad. Por lo cual no tiene motivo alguno
para sentir esa tristeza a la que se refiere Herrero de
Miñón. No hace falta más que adentrarse en su vida académica
y laboral para que uno se percate de que está ante una
persona muy capacitada. Sumamente capacitada.
No obstante, hace seis días el consejero de Hacienda,
portavoz del Gobierno local y diputado del Congreso, habló
en conferencia de prensa de modo y manera que sus palabras
propiciaron un revuelo enorme entre los funcionarios del
Ayuntamiento. Revuelo aprovechado inmediatamente por los
delegados sindicales, que para eso están, gusten más o
menos, para incitar a los funcionarios a la protesta.
La protesta se ha basado en ocupar los funcionarios espacios
del edificio municipal con el fin de abuchear a cuantos
diputados accedieran a ellos, y, cómo no, al presidente.
Abucheos acompañados de sonidos de silbatos. Pero los
sonidos de silbatos no son tan temidos como los abucheos.
Puesto que el abucheo zahiere y denosta más que cualquier
otra manera de protesta.
Es sabido que toreros y cómicos han temido siempre un
abucheo del público. Y qué decir de los oradores cuando han
tenido que aguantar lindezas, más dolorosas que los
silbidos. Por consiguiente, no me extraña que el abucheo de
los funcionarios haya causado entre los políticos desazón
suficiente como para que el presidente de la Ciudad
decidiera, con gran celeridad, reconducir la situación. A
fin de imponer la calma. Y parece ser que lo ha conseguido.
Y lo ha conseguido gracias a que la comparecencia de
Francisco Márquez, en esta segunda ocasión, para hablar de
recortes, ha sido muy distinta a la primera. En la primera,
tal vez el portavoz se dirigió más al oído de los
funcionarios que al corazón; sin caer en la cuenta de que
todo el mundo tiene corazón y no todo el mundo tiene oído. Y
se armó la marimorena.
En cambio, en la segunda comparecencia, Francisco Márquez,
en vista de que es persona inteligente, ha sabido enmendar
yerros. Y ha prescindido de anunciar condiciones últimas y
terminantes que pudieran ser entendidas por los funcionarios
como una prueba de intimidación. Y, sobre todo, ha sabido
ganarse a los delegados sindicales. Sin renunciar, por
supuesto, a proponer los recortes aconsejados por la mala
situación económica que se está viviendo desde hace años.
Lo ocurrido le habrá servido al portavoz para comprender que
el éxito de cualquier empresa consiste en darle mucha
importancia al papel de comunicador. Máxime si se trata de
dar malas noticias. En el caso que nos ocupa, cabe decir que
Francisco Márquez ha demostrado capacidad de reacción.
¡Albricias!
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