Para quienes nos consideramos discípulos (poco aventajados
por cierto) de la teoría que rechaza la dualidad
“cuerpo-mente” por entender que somos una especie de frágil
ecosistema que cualquier factor externo puede desestabilizar
en todo su conjunto, el hecho de que un grupo de células
comience a multiplicarse de forma desordenada dando lugar a
un cáncer, implica la respuesta del organismo ante un fallo
de la energía vital. Un desequilibrio del “chi” que también
se llama “prana” siempre nos hace enfermar. Hay quienes
mantienen que una situación continuada de estrés con la
consiguiente descarga del venenoso cortisol, tiene idéntico
grado de riesgo de que se desarrolle un cáncer que la
exposición a la energía nuclear. Es una teoría que muchos
compartimos porque la reacción de estrés es la de “lucha o
huida” y genera una importante tensión y es una señal de
alarma para todo el organismo. Y es una reacción positiva si
se trata de afrontar de forma momentánea una situación de
peligro o de riesgo inminente, pero si ese estado de alerta
extrema se dilata en el tiempo viene a dar lugar a esa
expresión coloquial que hemos oído tantas veces “lo que ese
o esa ha pasado, por algún sitio le saldrá”. De hecho muchas
víctimas de malos tratos acaban desarrollando cánceres,
aunque no solo el sufrimiento y los estados de angustia son
cancerígenos, existen también factores genéticos en muchos
casos y también factores externos en una época en la que el
sol es especialmente agresivo por la disminución de la capa
de ozono y cada año aparecen más pacientes con melanomas,
por lo que hay que extremar la protección.
Pero tan dañino como el sol resulta la contaminación de la
atmósfera y de los propios alimentos, tanto las frutas y
hortalizas que reciben pesticidas y herbicidas como la carne
de las aves y del ganado a los que atiborran de química. La
alimentación está considerada como la clave en la lucha
contra el cáncer y la dieta vegetariana es la más saludable,
aunque dada la mala calidad y la contaminación de lo que
consumimos se requieren complementos nutricionales, sobre
todo antioxidantes capaces de frenar el proceso de
degeneración de las células y nutrientes cerebrales que
mantengan bien engrasado el cerebro y eviten fallos químicos
capaces de originar depresiones, porque está comprobado que
los estados depresivos constituyen un factor de riesgo a la
hora de desarrollar un cáncer.
¿Los mejores nutrientes para el cerebro y para asegurar la
longevidad neuronal? Sin duda todas las vitaminas B y el
omega 3 EPA-DHA, los complementos de fosfatildiserina y de
colina. el desestresante magnesio B6 y el adaptógeno ginseng,
más el ginko biloba y por supuesto el Q10 gold, todos estos
productos me los dispensa Antonio, mi boticario de cabecera
de la farmacia Arcos en calle Jáudenes y se los hace enviar
de los laboratorios. Como antioxidantes el selenio, el zinc,
la auxina A+E, la vitamina C polifenoles, arándano, licopeno
y las algas, la mejor la sun chlorella que arrastra los
metales pesados que contaminan nuestro organismo. Y en lo
referente a las proteínas la mejor es la de soja, porque es
sana y limpia y no viene de bichos muertos.
Visto lo visto, parece realmente difícil tener buena salud
en el siglo XXI y luchar contra la oxidación celular, la
coletilla de “una dieta variada” sería perfecta si los
componentes de esa dieta fueran al 100% ecológicos y sin
ninguna química pero ¿Quien se puede permitir el lujo de
consumir los carísimos productos ecológicos con
eco-garantía?. No es de extrañar, ante la bazofia química
que ingerimos que las cifras de casos de cáncer se disparen,
por mucho que en su mayor parte tengan curación con los
agresivos tratamientos médicos que se prescriben y además
cuente mucho la prevención y realizarse periódicamente los
análisis de marcadores tumorales para la detección precoz de
la enfermedad.
Pero sobre todo el remedio más eficaz es invertir en
investigación porque es de las maravillosas mentes de los
científicos de quienes, a la postre, dependerá nuestra salud
y las posibilidades de curación.
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