Coincidiendo con la semana mundial
de la Armonía Interconfesional entre todas las religiones,
confesiones y creencias, que se celebra desde el pasado año,
la primera semana de febrero, se me ocurre avivar ciertos
pensamientos, alrededor de las muchas especies de fe, que
suelen llamarnos a las puertas del corazón. La llamada ha de
ser de compresión y de diálogo, para que se produzca
verdaderamente la armonía. Al igual que la vida no es
aceptable, salvo que el cuerpo y el alma se hallen en buena
concordia, los creyentes de todas las religiones, deben
abandonar cualquier forma de intolerancia y discriminación,
siendo sinceros consigo mismo para poder derribar las
barreras que nos separan y, así, poder construir lazos de
entendimiento y amistad.
Si no hay un respeto natural entre los seres humanos y sus
creencias, difícilmente vamos a estar dispuestos a escuchar
y a comprender la diversidad. Hay que luchar contra la
difamación de las religiones y la incitación al odio
religioso.
El momento actual que vivimos parece propiciar los
enfrentamientos, en lugar de cultivar relaciones de estima y
de benevolencia recíproca. ¡Basta de guerras en nombre de
Dios! Únanse las voces como si fueran una sinfonía de
meditación. Escúchense todas las religiones. Es preciso, más
que nunca, esa armonía interconfesional para transmitir el
gusto por la belleza, sin condiciones ni condicionantes,
evitando los medios de persuasión que no respeten la
dignidad y la libertad del ser humano.
Todo estamos llamados a entendernos, a pesar del carácter
singular de cada religión y de cada cultura. Las diversas
religiones y las muchas culturas, cuando entran en diálogo,
activan un mundo armónico, capaz de estremecer a las
piedras. Verdaderamente, las religiones que lo son, hablan
de paz al corazón de la persona. Asimismo, las culturas
también hablan de humanización al corazón de la vida.
Teniendo presente, que la peor prisión es un corazón
encerrado en sí y cerrado a los deseos de vivir y dar vida,
cuando en verdad se ama, es el mismo corazón de la persona
quien se interroga y juzga. Lo fundamental es no dejar de
hacerse preguntas, es prueba de que se piensa y experimento
de que se busca.
Sin duda, necesitamos tomar el buen propósito de seguir
recorriendo el camino de las sabidurías religiosas que, al
inicio de este nuevo siglo, han tomado todas ellas un
compromiso en lo referente a establecer y preservar la paz.
Por otras parte, es el momento de condenar y rechazar todas
las falsedades en nombre de la religión o cualquier forma de
presión o de violencia para convertir a los seguidores de
una religión a otra. Conviene reafirmar, antes hoy que
mañana, el papel esencial de la educación para poder
discernir, lo que conlleva libertad de religión y
reconocimiento de los demás. Si de corazón queremos generar
una cultura de paz y una morada de armonía para nuestros
descendientes, el papel de los dirigentes religiosos va a
ser vital, sobre todo para la mejora de la seguridad en el
mundo.
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