Era un matrimonio bien avenido. El
hombre tenía un buen empleo. Y, por si fuera poco, eran
padres de una niña preciosa. La cual se bebía los vientos
por su abuelo. Que lo era por parte de su padre. El abuelo
había enviudado hacía ya varios años. Y se negaba a vivir en
la casa de su nuera, a pesar de que ésta insistía en la
propuesta. Mas al cabo de un tiempo, tras sentirse achacoso,
y necesitado de tener alguien a su lado, de ser aceptado por
alguien, a fin de que la longevidad no se hiciera tan dura,
fue y le dijo a la mujer de su hijo que aceptaba vivir con
ellos.
La nieta recibió con gran alborozo la noticia de que su
abuelo iba a vivir en su casa. Acababa de cumplir cinco años
y la presencia de él le parecía el mejor regalo del mundo.
Ni que decir tiene que volcó todo su afecto en su abuelo.
Acompañada por éste patinaba la niña en la plaza cercana y
esperaba con ansia la salida del colegio para regresar con
él a casa. Puesto que, salvo excepción, todos los días la
llevaba y la recogía a la salida.
La vida transcurría por cauces de felicidad. El matrimonio
se permitía salir cada día y hasta se iban de viaje con la
tranquilidad de saber que la niña era atendida perfectamente
por el abuelo. Éste, pues, se convirtió en una gran ayuda en
todos los aspectos En el económico era generoso con la paga
de jubilado que le había quedado. Algo más de mil euros. Y,
además, como tenía sus ahorros, miel sobre hojuelas.
Un día, el abuelo comenzó a dar señales de olvido. Olvidos
que se fueron acrecentando hasta desembocar en un
diagnóstico de Alzheimer. Enfermedad que se fue agravando
con más celeridad de la esperada por el médico que lo
trataba. Por lo tanto, el abuelo se fue convirtiendo en un
estorbo. Y la nuera, tras pocos meses de insistencia,
consiguió que su marido decidiera meter a su padre en una
residencia donde iba a estar mejor que en su casa.
Pasado un tiempo, la empresa donde nuestro hombre trabajaba
presentó un ERE. Y le tocó formar parte de ese expediente de
regulación de empleo. Con la indemnización pagó lo que le
quedaba de la hipoteca del piso y con el dinero del paro
estuvo viviendo hasta que se acabó. Y se acabó sin que le
fuera posible volver a hallar un nuevo trabajo.
Fue entonces, lógicamente, que comenzaron las carencias en
la casa. Y la mujer, acostumbrada a tener un pasar que bien
podría catalogarse de muy bueno, se vio de la noche a la
mañana viviendo en situación de precariedad. La vida le
cambió al matrimonio radicalmente. Apenas tenían para nada.
Y, encima, ambos eran los clásicos vergonzantes. Es decir,
que no querían que nadie supiera que estaban pasando por
semejante trance.
Una noche, cuando el silencio invitaba a la reflexión, la
mujer le dijo al marido que había encontrado la solución a
los males económicos que les aquejaban. Que no era otro que
sacar al abuelo de la residencia donde llevaba ya su tiempo
y quedárselo en casa. Así, podrían beneficiarse de la paga
de jubilado del hombre que, pese a que su enfermedad había
avanzado, todavía podía durar lo suyo.
La manera de actuar de esta pareja, que fue, gracias a que
salió publicada en la prensa, produciéndose cada vez más,
está llamada a dejar vacías las residencias de ancianos de
toda España. La crisis continúa haciendo un daño
irreparable. Aunque debemos reconocer que la escasez, a
veces, obra milagros.
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